Trump arrasó en su búsqueda por la Casa Blanca, producto de que leyó muy bien las verdaderas preocupaciones de la gente y, al mismo tiempo, entendió hacia dónde van los medios. Su extraordinaria visión efectivamente tiene réditos, pero también conlleva grandes riesgos. Me explico.
El millonario demostró nuevamente que comprende lo que quiere la gente y cómo debe comunicarlo. Su campaña escogió dos planteamientos en su narrativa y fue fiel a ellos de principio a fin. El malestar económico y el miedo hacia los migrantes fueron sus bastiones narrativos, y le funcionó.
La encuesta más grande a boca de urna, realizada por AP y bautizada VoteCast, reveló que el 40 por ciento de los sufragantes consideraban que la economía era el tema más importante de las elecciones, mientras que el 20 por ciento dijo que la migración era lo más determinante, resultados que validan las hipótesis de Trump.
También vale la pena mirar el mapa del giro partidista y su magnitud, publicado por el Washington Post. El gráfico evidencia cómo los condados fronterizos fueron los que más severamente cambiaron de opinión y votaron más por los republicanos. Una imagen que sugiere que efectivamente los condados más afectados por la migración y la economía votaron por Trump.
El resultado de estas elecciones también merece una mirada académica, que está plasmada en el libro Cultural Backlash, de la profesora Pippa Norris, de la Escuela de Gobierno Kennedy en la Universidad de Harvard.
Según la citada académica, los jóvenes son principalmente quienes rechazan las políticas económicas liberales y la estrategia de globalización reinante en el mundo como resultado de las pocas posibilidades de tener un futuro mejor. Estos jóvenes también ven con recelo los efectos de la globalización bajo la lente de la desconfianza migratoria, ya que concluyen que parte de sus problemas económicos se derivan de la llegada de nuevas personas que amenazan su cultura y su manera de vivir. Esos no se identificaban con Kamala.
Los estudiantes y recién ingresados al mercado laboral quieren un cambio y se agrupan en quien se los proponga. En este caso, fue Donald Trump, mientras que Harris apostó por la política de identidad.
Trump no solamente entendió las necesidades apremiantes de los estadounidenses, sino que también supo dónde encontrarse con ellos. El exmandatario decidió apostar por los nuevos medios y dejó atrás la prensa tradicional. Se enfocó en los pódcast para tener conversaciones más largas que lo sacaran del universo de las declaraciones cortas, las cuales son examinadas con lupa y sesgo en los medios de comunicación, y olvidó los canales de cable y televisión.
Pero esa manera acertada de leer el país no es, de ninguna manera, preludio de un buen gobierno. Todo lo contrario: todo político que dice ser el representante del pueblo para hacer, supuestamente, lo que la gente dice y se proclama combatiente de las élites corre el riesgo de ser populista, y los populistas, por naturaleza y definición, tienden a ser autócratas.
Ahora los republicanos tendrán que administrar su gobierno y evitar caer en los abusos que confirmen las palabras de sus rivales. Mientras tanto, los demócratas tendrán que aprender que la burbuja de la academia y los analistas encopetados de los medios tradicionales, que fueron todos a las mismas universidades, son precisamente eso: habitantes de un globo.
Estas elecciones dejaron claro que la gente vota más por el bolsillo que por los supuestos valores progresistas, y eso no los hace ni brutos ni misóginos, como desde la burbuja los quieren pintar.Trump ganó bien; ojalá sepa administrar y ojalá el remedio no resulte peor que la enfermedad.