Casi cuatro años después de haber firmado la paz, las Farc por fin hablaron claro y llamaron las cosas por su nombre: al secuestro, secuestro, en vez de retención, como usaban referirse a ese delito.No es cualquier cosa: se habían demorado en aceptar que habían cometido ese crimen. Hacerlo en una carta firmada por los máximos líderes es un paso adelante.
El secuestro sistemático de esta guerrilla fue un delito de delitos, único en el mundo. En los años noventa y principios de los dos mil se convirtió en un crimen organizado. Tocaba a todos los estratos y fue lo que terminaría acabando la reputación de las Farc. El mayor símbolo de rechazo fue la protesta nacional del 4 de febrero de 2008. Millones de colombianos salimos a las calles para decirles no más a las Farc y al secuestro. Fue el evento político que sepultó el nombre de las Farc. Y todo a causa del secuestro.
Realmente, es un crimen atroz. Llevarse a alguien y retenerlo por meses y años contra su voluntad. Exigir para su liberación el pago o, en el caso de civiles, políticos o miembros de la fuerza pública, un intercambio humanitario es inhumano. Es un crimen inaceptable sobre el cual no hay discusión. Durante años el terror del secuestro fue la carta de presentación de las Farc. La sola mención del delito producía temor e incertidumbre en la ciudadanía. Las Farc eran sinónimo de secuestro.
Un caso en particular que tuvo hasta consecuencias internacionales fue el del niño Andrés Felipe Pérez. Tenía cáncer terminal. Su papá había sido secuestrado por las Farc. El último deseo de Andrés Felipe era verse con su padre. No fue posible: el secretariado no le creyó el cuento. “Las Farc no iban a perder o ganar la guerra si liberaban al cabo José Norberto Pérez (padre de Andrés Felipe, que murió de cáncer). Cada quien que no lo permitió (la libertad) fue culpable de una monstruosidad”, dijo Íngrid Betancourt en Blu Radio esta semana.
Fueron precisamente las declaraciones de Íngrid Betancourt las que motivaron el mea culpa de las Farc. Ella misma lo reconoció después al leer diez veces la declaración de las Farc. “Esta última carta a mí sí me llegó, sentí que algo había cambiado, sentí que salieron de su libreto. La analicé con mucho cuidado”, dijo la política. “Por primera vez tengo en frente de mí seres humanos, que no los tuve en la selva, en la selva tenía enemigos. Leo esta carta y de pronto digo aquí hay humanidad y eso lo quiero valorar, y quiero decirle a Colombia: eso es importante”, concluyó Íngrid Betancourt.
El comunicado de una página es firmado por Rodrigo Londoño (Timochenko) y siete dirigentes de las Farc. Anuncia que “estamos aquí para, desde lo más profundo de nuestro corazón, pedirles perdón público a todas nuestras víctimas de secuestro y a sus familias”. “Queremos decirles que el secuestro fue un gravísimo error del que no podemos sino arrepentirnos –dicen–. El secuestro solo dejó una profunda herida en el alma de los afectados e hirió de muerte nuestra legitimidad y credibilidad”. Palabras mayores dichas por ellos mismos: legitimidad y credibilidad sacrificados. Continúa: “Hoy día entendemos el dolor que les causamos a tantas familias –hijos, hijas, madres, padres, hermanos y amigos– que vivieron un infierno esperando tener noticias de sus seres queridos. Imaginando si estarían sanos y en qué condiciones estarían siendo sometidos a seguir la vida lejos de sus afectos, de sus proyectos, de sus mundos. Les arrebatamos lo más preciado: su libertad y su dignidad. Podemos imaginar el dolor profundo y la angustia de los hijos e hijas de tantos secuestrados por las Farc-EP”. Una afirmación impactante.
Los guerrilleros, por fin, reconocen el mal que ocasionaron a los secuestrados y sus familias. Nunca había pasado, siempre justificaban el delito bajo la excusa de la guerra. En la carta del lunes pasado son conscientes del crimen. Es un paso gigantesco. Agregaron que “sentimos como una daga en el corazón la vergüenza que nos produce no haber escuchado el clamor de Andrés Felipe Pérez”. Las Farc nunca pudieron explicar por qué no entregaron al cabo. “Solo podemos reiterar nuestro compromiso y voluntad en rendir cuentas ante la justicia (...). Invertir cada día del resto de nuestras vidas a recomponer el mapa de los desaparecidos y a buscar sus restos para entregarlos a sus seres queridos (...). Porque ya sabemos que no hay razón, ni justificación para arrebatarle la libertad a ninguna persona”, concluye la histórica misiva.
Las palabras son sorprendentes: prometieron ayudar a buscar por el resto de sus vidas a los desaparecidos. Lo único que pueden hacer es trabajar hacia el futuro. Estoy con Íngrid, las Farc cambiaron. Y nosotros, los colombianos de bien, tenemos la obligación de escuchar. Estamos ante un nuevo panorama en el que la guerra pasó. Esa carta, sumada al anuncio de que las declaraciones sobre el reclutamiento de menores serán públicas, en la Jurisdicción Especial para la Paz cambió el escenario. Es evidente que las Farc quieren aportar más verdad.