El “deliberado” ataque de las FARC con el que rompió su cese al fuego ,que provocó la muerte de 11 militares y heridas a 20 más, es un golpe violento al proceso de paz que mantienen en La Habana esta guerrilla y el gobierno nacional. El hecho despertó amargamente, este miércoles, a un país que no ha logrado asimilar que se busca la paz, pues la guerra continúa. Por eso, tan sangrienta acción en lugar de crear un consenso alrededor de ponerle fin cuanto antes a esta barbarie, aumenta la polarización entre los ciudadanos. En las redes sociales y en los comentarios radiales un amplio sector de la opinión le exige a Santos el levantamiento de la Mesa. Esta es una posibilidad por la que el presidente podría optar. La pregunta es: ¿Y al día siguiente qué hacemos? Cuando Andrés Pastrana rompió el proceso de paz del Caguán, el 20 de febrero de l2002, hubo una escena sorprendente que fue transmitida en directo por los noticieros de televisión. Mientras en el fondo se oían los bombardeos, a la orilla de un río llegaba Carlos Antonio Lozada, uno de los jefes de las FARC. “¿Para dónde va? ¿Ahora qué?”, le dijo la periodista un tanto nerviosa. “Para la selva -le respondió él tranquilo, como quien vuelve al trabajo-. Como este no quiso que siguiéramos hablando, ya vendrá otro presidente que quiera firmar la paz”. Y se internó en la manigua a lo que mejor saben hacer las FARC: la guerra. El país estaba hastiado de conversaciones con esa guerrilla y eligió a Álvaro Uribe Vélez y lo reeligió para que los acabara de una vez por todas. Él logró un triunfo inmenso al devolverles la esperanza a los colombianos. Antes del 2002 se creía que este era un Estado fallido, pero después de sus ocho años continuos de gobierno, la confianza había vuelto. En su administración, las FARC fueron golpeadas pero no acabadas. Y él también encajó demoledores golpes en su condición de comandante en jefe. Así, por ejemplo, a finales del 2005, en Vista Hermosa (Meta), 300 guerrilleros atacaron a 90 miembros del Ejército y dejaron como saldo 28 integrantes de la fuerza pública muertos. Casi la tercera parte de una estructura militar aniquilada de un solo tajo. También las FARC impusieron el miedo en varios paros armados en departamentos completos: Arauca, Putumayo y Chocó. Y en las zonas urbanas hubo hechos supremamente dolorosos. El ataque y el secuestro de varias familias que dormían en el edificio Miraflores de Neiva; el atentando al club El Nogal, en Bogotá, y el secuestro y el degollamiento del gobernador de Caquetá, Luis Francisco Cuéllar, en el corazón de Florencia, por una guerrilla que atravesó la ciudad disfrazada de militares, sólo por mencionar algunas acciones. Ha corrido mucha sangre y las FARC todavía existen como organización armada. De hecho, el mismo Carlos Antonio Lozada está en La Habana vivito y coleando. Esa es la tragedia de este país. Después de intentar solucionar el problema del conflicto armado de distintas formas, no hemos podido. Y sea cual sea la opinión política de los ciudadanos, la paradoja es que Uribe Vélez y Santos Calderón nacieron en la misma década en que surgieron las FARC y ninguno encuentra la fórmula para ponerles fin. En este instante, Santos cree que la opción es negociada. Para hacerlo necesita que su contraparte genere confianza, pero con ataques como el de hoy, lo que provoca es un inmenso dolor, rompe el corazón de unas humildes madres que ahora se preparan para sepultar a sus hijos, mina la escasa confianza hacia esta guerrilla y le da una patada a la mesa de negociación en La Habana. En su más de medio siglo de existencia, las FARC han demostrado día tras día que lo que realmente saben hacer es la guerra. *Director de Semana.com Twitter: @armandoneira