Para sobrevivir a los efectos dramáticos de la pandemia, uno de los hobbies es el Yo me llamo electoral de 2022: encuestadores cuya credibilidad equivale a los presagios de mi compañera de generación Regina 11. Opinadores que critican lo que ellos llaman “polarización” aunque la estimulan diariamente. Los que se petrifican despotricando de Gustavo y los que consideran al Ubérrimo como la sucursal del infierno. También están los que tratan de sacar del pantano de Vargas a Germán y los que quieren recalentar los huevitos de Fajardo. Algunos de esos políticos saben muy bien que tienen más posibilidades de perder que de ganar, pero aspiran a visibilizarse para clasificar en una lista parlamentaria o dirigir cualquier entidad, así sea el Inpec.
Este bufé electoral tiene de todo y para todos. Promotores del referendo para revocar a Iván Duque y no se han dado cuenta de que él lo hizo hace rato. Aniquiladores de la JEP que pretenden sepultarla en el cementerio de Dabeiba, donde quedaron huellas de terribles atrocidades. Y los que, desde su soberbia, nos consideran maleducados porque no escribimos coerencia con hache intermedia.
Y el otro reality show es peor. Un presidente tan empeñado en ganarle en rating a Suso, que perdió lo mejor que tenía, que era disfrutar de la parranda vallenata, el fútbol y los aeróbicos, cuando decidió hacerle caso a su presidente eterno, y cada vez más sombrío, que tiene como única recreación la de montar caballos para parecerse a su ídolo el Llanero Solitario. Ese mesías le sigue pidiendo carácter y liderazgo como si eso se inoculara. Como si fuese poco, a Duque le toca cargar con unas carteras ministeriales que se parecen más a unas maletas o a unos paquetes. Empecemos con el encarte de Carrasquilla, que no sabe dónde ponerlo, porque con el triunfo de Biden le hicieron conejo en lo que le habían prometido en la burocracia multilateral. Supe que estaba sonando como liquidador del Cúcuta Deportivo.
La cartera de Asuntos Internacionales es un indicador más de la inseguridad de este país… se perdió. Más que Blum es Bluf. Lo único visible son las reuniones en Washington de la doctora Claudia con Pachito, cuya locuacidad siempre es un riesgo de Estado. A propósito, ¿cómo resolverán ellos dos el dilema de su renuncia como embajador? Y ni hablar de su ministro de Defensa, el exliberal Holmes Trujillo, porque cuando estaba convencido de que era el elegido para el relevo presidencial, ¡oh sorpresa!, el propietario de la finca lo fumigó a punta de glifosato y le dijo que, como mucho, puede aspirar a ser parte de la lista de su partido Centro Democrático.
Es decir, que como responsable de las Fuerzas Armadas es un buen congresista.
Eso sí, no todo es malo, sería injusto dejar de reconocer el esfuerzo del ministro de Cambio Radical, el de Salud, quien ejerce muchos roles, desde epidemiólogo hasta médico forense. Otro para destacar es el director del Dane, que no sé cómo hace para dar cifras apocalípticas con la gracia de Juanpis González.
Estos reality shows solo los disfruta una minoría que le gusta y tiene tiempo para la comedia. Pero no sucede igual con los más de diez millones de familias que les importa un bledo lo que dicen estos personajes que creen que salir en una encuesta les garantiza que el mundo gira alrededor de ellos. Esos ciudadanos no están en la sintonía del Yo me llamo de los políticos, sino en el Yo me mamo de todos ellos.
No es para menos, porque una gran mayoría de colombianos no observa la tragedia por los medios y las redes, sino que la vive: cuando consiguen una tableta o un computador, no tienen acceso a internet; cuando tienen para el desayuno y el almuerzo, no hay para la comida; les piden confinamiento y les toca salir corriendo por las inundaciones para salvar sus vidas y los pocos enseres que les quedan.
Padecen la incertidumbre de la salud cuando les hablan de rebrote de covid y ni siquiera han salido del brote.
En lo económico, no saben si reír o llorar cuando los sabios proyectan indicadores que nunca coinciden con su bolsillo. Igual sucede con las promociones de una cosa llamada renta básica universal, que de universal solo tiene el nombre y el sinónimo de básica no puede ser otro que pichurria. Con este panorama de angustias y tensiones, a esta ciudadanía qué le va a importar si los congresistas son mejores siendo virtuales o presenciales; si se hacen coaliciones, cuando saben que eso casi siempre termina en colisiones, o si los Char siguen haciendo goles olímpicos o autogoles. Lo único que le queda a la gente es encomendarse a las once mil vírgenes de Iván Duque para que los personajes de los reality shows y los opinadores sí se sintonicen con ellos y, algún día, les importe lo que a ellos les importa: luchar contra el hambre, tener acceso a la salud, buena educación y empleo.