México es un gran país y los colombianos desde hace muchos años hemos tenido por él afecto y admiración enormes. Estamos viendo, desde que empezó el cine parlante, películas mexicanas. Cuando murió Jorge Negrete, no faltaron aquí admiradoras que, ante tan infausta noticia, decidieron comer “totes”, que era la más “inocente” (?!) pólvora de la época navideña. Para no hablar de la música, ya que no solo Colombia seguramente es el país del mundo, incluyendo a México, que tiene el mayor número de conjuntos de mariachis por cada 10000 habitantes, sino que nuestra música de carrilera que se oye en todos los confines nacionales, se confunde con la mexicana. Con México, desde 1983 trabajamos juntos en la pacificación de Centroamérica en el Grupo de Contadora y luego fundamos el Grupo de Río. Sin contar con el llamado “Grupo de los Tres” que, concertamos con Venezuela. Por eso duele ver la situación a la que nuestro amigo ha llegado como consecuencia del narcotráfico. Se dice que la guerra contra ese flagelo, en los gobiernos de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, arroja la cifra aterradora de 250.000 muertos y más de 40.000 desaparecidos. Ahora se han instalado en nuestro país los carteles mexicanos de la droga. A finales de los años sesenta y principios de los setenta, algunas de las actuaciones de sus mandatarios, incluyendo el caso de la masacre de Tlatelolco, merecieron el rechazo general. Además, permitieron que en su territorio se estacionaran personas vinculadas al narcotráfico y al comercio ilegal de armas, muchas de las cuales venían hacia Colombia. Se habló con las autoridades mexicanas y se les pidió la colaboración, advirtiéndoles que sería en su propio beneficio. Sin embargo, consideraron que su país, era inmune a los problemas que afectaban al nuestro. Era por cierto también la actitud de otros Estados. Los holandeses y alemanes defendían la fabricación y venta de precursores químicos que venían para Colombia aduciendo que no podían limitar la libre empresa; los centros financieros no evitaban el ingreso de capitales del narcotráfico, ya que su ordenamiento interno lo prohibía; los países a través de los cuales llegaban los precursores y salían las drogas, defendían el libre tránsito por su territorio; y, naturalmente los consumidores, tenían que respetar el libre desarrollo de la personalidad y pretextaban dificultades para impedir el ingreso de la droga. Por eso los Estados Unidos enviaron su flota en enero de 1990 para bloquear las costas colombianas, porque no eran capaces de controlar las suyas. Lo más cómodo para la mayor parte de los países, era seguir la práctica del avestruz y dirigir el dedo acusador a Colombia. En México poco se hizo. De acuerdo con sus normas vigentes, las Fuerzas Armadas no podían actuar en la lucha contra el narcotráfico, aunque la Policía, regentada por los gobernadores y alcaldes, estaba involucrada activamente con el tráfico de drogas. Incluso el Negro Durazo, uno de los personajes más corruptos y siniestros de la política mexicana, fue designado como jefe de la policía de la Ciudad de México. Nos corresponderá ahora mirar la situación actual de México para advertir que Colombia, independientemente de las medidas adoptadas por el Estado, sigue siendo el mayor productor de coca del mundo y mientras esa condición continúe, nuestra anhelada paz será simplemente una ilusión marchita…como dice la ranchera. (*) Decano de la Facultad de Estudios Internacionales, Políticos y Urbanos de la Universidad del Rosario