Estados Unidos, en la década de los setenta a finales del siglo pasado, atravesó una de las peores crisis políticas y económicas en su historia. En 1974, Richard Nixon se convirtió en el primer y único presidente estadounidense en renunciar al cargo tras el escándalo de Watergate, una operación clandestina e ilegal de espionaje a sus rivales políticos que destapó The Washington Post.
Desde la perspectiva económica, el embargo de la Opep (Organización de Países Exportadores de Petróleo) en 1973 disparó los precios del petróleo, generando una recesión económica y un desplome de la bolsa de valores del 50 por ciento. Estados Unidos empezó a vivir un periodo de estanflación, un concepto económico que implica la aceleración de la inflación, coexistiendo con tasas de desempleo elevadas y crecimiento bajo. Tras un Gobierno transitorio de Gerald Ford, quien remplazó a Nixon, la prensa elitista impulsó al demócrata Jimmy Carter, que pasó de ser una figura con poco reconocimiento nacional, y hasta entonces involucrado en la política en el estado de Georgia, a ganar las elecciones en 1976. Presidió un periodo de inflación rampante, recesión y una de las peores crisis energéticas en la historia. Culminando su presidencia, el régimen fundamentalista de Irán tomó como rehenes a 52 ciudadanos americanos en la Embajada de Estados Unidos en Teherán. Fue uno de los peores fracasos y humillaciones en la política exterior y de seguridad americana. Su Gobierno, más de 50 años después, es calificado por los historiadores como uno de los peores en Estados Unidos.
Con un país a la deriva, sumido en el pesimismo y la desesperanza, surgió un candidato refrescante y alternativo. Se trataba de un actor poco conocido en Hollywood, que luego fue gobernador de California, y con su optimismo e ideas de libertades individuales, crecimiento económico mediante menos impuestos y una política exterior basada en la fortaleza de las Fuerzas Armadas, este republicano logró devolverles la esperanza a los americanos.
Ronald W. Reagan derrotó a Carter en las elecciones de 1980 con 489 votos electorales y 44 estados a favor; Carter logró solo 49 votos electorales y ganar en seis estados. Mientras Reagan adelantó una campaña electoral con un mensaje de optimismo, Carter basó la suya en ataques políticos y una narrativa de desesperanza y pesimismo.
Durante los años ochenta, de la mano de un gabinete de primera categoría y el presidente de la Reserva Federal, Paul Volcker, logró atajar la inflación, reducir impuestos, impulsar uno de los mayores periodos de crecimiento económico y generación de riqueza en la historia, y derrotar a la Unión Soviética y su ideología comunista. El legado de Reagan, reelegido en 1984, con 49 de 50 estados a favor, puede servir como un ejemplo para la polarización que vive Colombia y una guía para las elecciones que se avecinan el próximo año, y dar soluciones de fondo que necesita el país. Nuestros políticos están desconectados de la realidad, tal vez por estar tanto tiempo viviendo desde la comodidad y como mantenidos del Estado. “El Gobierno es como un bebé. Un tubo digestivo con mucho apetito en un extremo y sin sentido de responsabilidad en el otro”, dijo Reagan. En Colombia, los gobernantes, tanto en el ámbito nacional como regional y local, se han acostumbrado a crecer el gasto sí o sí. Mucho es ineficiente y sirve a intereses distintos al bienestar de la ciudadanía. Eso lleva a más corrupción y despilfarro. Los servicios que reciben los ciudadanos por sus impuestos son mediocres. “Ningún Gobierno reduce su tamaño de manera voluntaria. Los programas gubernamentales, una vez lanzados, nunca desaparecen. En realidad, una oficina del Gobierno es lo más parecido a la vida eterna que jamás veremos en esta tierra” (Reagan).
En Colombia, los gobiernos no han solucionado problemas; por desgracia, los han subsidiado. Es urgente generar conciencia sobre la austeridad, reducir la burocracia y permitir que iniciativas privadas mejoren los servicios y la calidad de vida de los colombianos. La ciudadanía, con razón, está cansada de pagar impuestos y no ver los resultados. Pienso que preferirían más dinero en sus bolsillos y la libertad de decidir qué hacer con él, en lugar de subsidiar estructuras públicas ineficaces que se prestan para el clientelismo.
Desafortunadamente, algunos políticos nuestros prometen y prometen. Hablan mucho y hacen poco. Proponen ideas populistas que han comprobado ser fracasos absolutos a lo largo de la historia. Como dijo Reagan: “¿Cómo le dices a un comunista? Bueno, es alguien que lee a Marx y Lenin. ¿Y cómo le dices a un anticomunista? Es alguien que entiende a Marx y Lenin”. Así como a final de la década de los setenta la mayor potencia mundial estaba sumida en una crisis de épicas proporciones y diferentes dimensiones, Colombia en 2021 vive algo similar.
El descontento de la ciudadanía con las instituciones, la corrupción y nuestros gobernantes no puede caer en oídos sordos. La economía atraviesa uno de sus peores momentos en la historia, la tasa de desempleo, aunque ha bajado desde el pico de la pandemia el año pasado, sigue en niveles alarmantes. Necesitamos un Reagan que nos haga volver a creer, que inspire, que logre restablecer el rumbo para que Colombia llegue a su potencial y desarrollemos una sociedad más justa, con crecimiento y con principios de honestidad y trabajo. Los candidatos que quieren llegar a la Casa de Nariño deberían tomar nota. Nadie quiere continuidad. Queremos progreso, que nos permitan trabajar, superarnos y brindarles educación a nuestros hijos. Acceso a una salud de calidad y, por su puesto, seguridad. Son temas básicos, lo que pasa es que los políticos lo complican todo.