Hace un mes muchos pensábamos que estaba muy confundido Julián Vélez, el estudiante colombiano residente en Wuhan, que decidió quedarse en el epicentro de la actual pandemia mundial, a pesar de que el gobierno le facilitó el avión para que retornara a Colombia. El tiempo ha demostrado que su decisión fue premonitoria. Hoy China es uno de los lugares más seguros. El epicentro de la pandemia se trasladó a Europa, Estados Unidos ha declarado emergencia nacional y el riesgo para la salud y la vida es inminente en toda América Latina. Sube a 45 el número de casos de coronavirus en Colombia La pregunta inicial de esta reflexión es: ¿por qué países como China, Japón, Taiwán y Corea están avanzando en la contención del virus mientras sigue creciendo a un ritmo tan alto la infección en Italia, España, Francia y Estados Unidos? La explicación es sencilla: los primeros comprendieron la magnitud del problema, privilegiaron la salud y tomaron medidas drásticas y efectivas para contenerlo. Además, son culturas disciplinadas que siempre han privilegiado lo colectivo y que cuentan con gobiernos muy centralizados, lo cual facilitó la adopción de estrategias comunes. Por el contrario, los países occidentales han sido lentos y laxos al tomarlas, en especial por poner excesivo énfasis en las consecuencias económicas que se generarían a corto plazo. Nosotros, que tenemos una leve ventaja en la expansión del problema, debemos aprender de ambos manejos. ¡Tomar una buena medida un día antes, puede representar cientos de vidas salvadas y miles de personas menos contagiadas! Lo primero que hay que tener presente es que la vida está por encima de todas las demás consideraciones. Ante el riesgo inminente para la salud, hay que privilegiar la vida frente a los múltiples problemas económicos, recreativos, deportivos, sociales o de movilidad, que las medidas puedan acarrear. Lo segundo que hay que entender es que, en la fase de expansión, es menor el número de contagiados reconocidos oficialmente al número de contagios reales. Eso sucede porque la cifra oficial exige, posterior al contagio, la aparición de síntomas, visita al centro, aplicación, confirmación de pruebas y una certificación emitida por un centro de salud. Tomás Pueyo, ingeniero y psicólogo del comportamiento de Stanford, después de estudiar los casos en Wuhan, estima que el número de casos reales en el mundo hoy, puede ser unas treinta veces superior al detectado. En Washington, por ejemplo, estima 3.000 casos y no los 100 reportados. Francia tendría entre 50.000 y 300.000 y no los 2.900 reportados. Un número un poco superior habría en España, aunque sólo se han verificado 3.200. Utilizando el mismo modelo, se podría prever que, en Colombia hasta el 14 de marzo, ya tenemos entre 600 y 700 personas infectadas y no las 22 diagnosticadas. La situación es mucho más dramática de lo que se cree, especialmente si los casos sospechosos no han tomado medidas de precaución. Lo que es relativamente probable en nuestro contexto cultural. No hay que olvidar el dato señalado por la primera ministra de Alemania, cuando, recurriendo a diagnósticos científicos, expresó que entre un 60 y un 70% de los adultos de Alemania podrían llegar a infectarse. Si fuera cierto este cálculo para un país con muy alta disciplina, ciencia, presencia del Estado y solidez de sus sistemas de salud, la pregunta es, ¿cuántos casos podríamos llegar a tener en los países de América Latina? La positivo es que la solución está en nuestras manos: necesitamos adoptar medidas individuales de lavado frecuente de manos y radical disminución del contacto entre las personas. Si cumplimos con las anteriores medidas individuales y sociales, ayudaremos a resolver la crisis de la mejor manera posible. La alcaldesa de Bogotá va en la dirección correcta en lo que tiene que ver con política pública. Desde el inicio se rodeó de expertos epidemiólogos y en sus decisiones siempre ha buscado privilegiar la salud de la ciudadanía. El presidente Duque inicialmente se preocupó en exceso por los empresarios, pero ha reaccionado mejor en los días siguientes y declaró la emergencia nacional. Es positivo que cierre la frontera con Venezuela, aun así, está en mora de suspender los vuelos desde Europa, dado que casi todos los contagios conocidos en el país, provienen de Italia y España. La medida es inevitable porque el control sobre los viajeros que no acaten la cuarentena es muy difícil en un país como Colombia y si lo logramos ¿cómo podríamos controlar los desplazamientos de las personas que convivan con él o ella o los que llegan a los hoteles? Dejar abiertos los vuelos hoy con Europa es más grave que si se hubieran permitido los vuelos desde Wuhan a finales de enero. Lo tercero que uno puede evidenciar es que los países orientales y del sudeste asiático lograron controlar la expansión del virus gracias a que tomaron drásticas y efectivas medidas de contención. Es así como cerraron por completo regiones enteras, colegios, almacenes, fábricas e instituciones, y, salvo casos especiales, prohibieron el desplazamiento por las ciudades. En China, por ejemplo, 60 millones de personas quedaron aisladas desde el 2 de febrero y se puso en marcha un programa de control y vigilancia masiva de sus ciudadanos, que incluyó el uso de códigos para determinar el rango de movimiento permitido, el reconocimiento facial y el registro digital diario de la información de temperatura solicitada. De manera tardía, medidas que impiden la circulación de personas están siendo tomadas en España e Italia. Aun así, los sistemas de control no son fácilmente aplicables en el mundo occidental, porque podrían violar las libertades individuales. En Corea, el 85% de los casos de contagio se originaron de un individuo perteneciente a un grupo religioso que no acató las medidas de precaución. La mayoría, miembros de la misma comunidad religiosa a la que asistió. Corea ha sido el segundo país con mayor cantidad de tests de laboratorio realizados a su población, con un total de 200.000. La gran obsesión del gobierno coreano durante estas semanas ha sido localizar los posibles casos y aislarlos para frenar la expansión. La focalización en el origen y la detección temprana, facilitaron el diagnóstico y la exitosa intervención llevada a cabo. La cuarta lección, derivada de la anterior, es el papel fundamental que deben cumplir la ciencia y la tecnología para atender este tipo de emergencias. Ambas son vitales para la identificación de las características del virus, así como para el diagnóstico, control y seguimiento de las medidas; también para garantizar el teletrabajo y, muy especialmente, para orientar a los gobiernos responsables de tomar las mejores decisiones. Los colegios y universidades en Colombia y América Latina, tenemos que prepararnos para generalizar el trabajo virtual. Es una decisión compleja, dado que no todos los estudiantes tienen acceso a Internet y no todos los profesores dominan plataformas digitales y es por ello que tendremos que recurrir también al radio y la televisión pública. Así mismo, introduce delicados problemas para el suministro de la alimentación de la población que recibe su merienda y almuerzo diario en los colegios públicos. Sin embargo, será necesaria adoptarla, de manera temporal, en muy pocos días. En este momento todos los trabajadores y profesores tendrían que estar recibiendo formación en competencias digitales. Así, en la medida de lo posible, podrán seguir trabajando desde sus casas, evitarán el avance de la infección y contribuirán a “aplanar la curva”, como llaman los científicos, de manera que no tengamos el crecimiento exponencial en los contagios, como los tuvo inicialmente Wuhan y los mostrados recientemente en EEUU y los países europeos. La quinta lección tiene que ver con la conciencia individual y la solidaridad de grupo. Desafortunadamente, en Colombia, no hemos aprendido a trabajar en equipo. La paradoja es que la superación de la pandemia será más fácil, rápida, probable y segura para los ciudadanos y países que trabajen en equipo, acaten disciplinadamente las medidas dispuestas por las autoridades y no acaparen los bienes esenciales para uso personal. En estas condiciones, el individualismo pone en jaque la salud y la vida humana; principalmente, la de los abuelos, quienes son los más vulnerables y a quienes más hay que cuidar. El problema que muchos no han visto, es que, si algunos siguen acaparando los materiales de limpieza, todos saldremos perjudicados, porque de muy poco sirve que unos pocos se laven muy bien las manos, si no lo hacen quienes nos proveen bienes y servicios y si no cuidamos, muy especialmente, a todos los encargados de los servicios de salud, empezando por médicos y enfermeras. La pandemia es un caso especial, en el que cuidar a los otros, nos ayudará a cuidarnos a nosotros mismos por lo que acaparar bienes, muy posiblemente castigue a todos. Así mismo, si se sobresatura el sistema de salud, todos perdemos, porque se elevan exponencialmente los contagios y se disminuye la detección oportuna. Pasa algo similar con la limpieza: si algunos no se lavan las manos, todos perdemos, porque el virus se propagará. En este aspecto, una parte de la responsabilidad recae sobre los educadores, las redes sociales, los padres y los medios de comunicación. Necesitamos fortalecer las campañas. La última lección tiene que ver con la resiliencia o capacidad de los seres humanos para adaptarse positivamente a las situaciones adversas y poder convertir la adversidad en una oportunidad para el desarrollo. Una situación tan nueva y riesgosa, como la que vivimos actualmente, puede también ser una gran oportunidad para avanzar como sociedad, para recordarnos qué es lo esencial en la vida, para reencontrarnos con los más queridos, para valorar el aporte de la ciencia y la tecnología en la solución de los problemas de la vida y hasta para reconocer la importancia de un beso, una caricia o un abrazo, en la convivencia de las personas. Es también un buen momento para que quienes llevan décadas privatizando la salud, se pregunten ¿qué pasaría en un país, si por ausencia de sistemas públicos robustos de salud, se contaminara masivamente la población menos favorecida? ¿Hemos pensado en quienes realizan todos aquellos trabajos de aseo, vigilancia, suministro y manipulación de víveres y cómo es el sistema de transporte que utilizan? Gracias a que todos somos parásitos de otros, como plantea la original película coreana ganadora en los recientes premios Oscar, todos podemos terminar contaminados. El presidente de Francia lo expresó de manera brillante cuando en días pasados dijo: “lo que ya ha revelado esta pandemia es que la sanidad gratuita, sin condiciones, no son costes o cargas, sino bienes preciosos, unas ventajas indispensables (…) y que este tipo de bienes y servicios tienen que estar fuera de las leyes del mercado”. La pandemia actual es un buen momento para que entendamos que nuestra infinita arrogancia no podrá defendernos de un virus que menospreciamos, y que, aún sin estar vivos, nos pueden llegar a aniquilar. Es un buen momento para pensar si la humanidad no se equivocó al concentrar la población en espacios tan pequeños como las ciudades y facilitar así la circulación de la delincuencia, los virus, los carros contaminantes y las enfermedades. Como seres pensantes, nos queda la inquietud de si estamos presenciando la lucha del planeta Tierra contra su predador y parásito: el homo sapiens antropocéntrico, que toma y destruye los recursos, sólo para su propio bienestar económico temporal, sin pensar en las graves consecuencias de sus actos para el equilibrio de la naturaleza y la vida futura. ¿El desequilibrio que hemos generado, tendrá alguna relación con la aparición de nuevos virus? Muchos pensamos que sí. Tenemos que aprender de las experiencias previas. Muy seguramente tendremos que prepararnos para medidas más drásticas en Colombia. Reitero que la primera tiene que ver con suspender el ingreso de vuelos procedentes de Europa. Es una medida que, por intereses económicos de corto plazo, ojalá no sigamos aplazando. Hay países que han tomado medidas más extremas: Salvador que, sin ningún caso conocido, cerró todas sus fronteras, e Israel, país en el que todos los inmigrantes del mundo deben ingresar a cuarentena obligada. También, estamos ad portas del cierre de colegios y universidades, tal como ya lo han adoptado 32 países en el mundo. Pese a lo difícil del momento, también hay que reconocer que el virus es de contagio muy rápido y fácil, pero de mortalidad muy baja (entre 0.6 y 6%, según la edad del paciente y las medidas adoptadas por los individuos, la sociedad y el gobierno). Eso significa que la gran mayoría de personas infectadas se van a recuperar. Otra cosa clave es que la solución está en nuestras manos y que, cada uno puede aportar a ella. Si logramos unirnos como sociedad, trabajar en equipo y si tomamos las medidas a tiempo, saldremos fortalecidos de este nuevo reto. Y, si las tomamos de manera inmediata, la vida superará más fácilmente los obstáculos, como tantas veces lo hemos hecho en el pasado.