A 20 días de la cita electoral de 2015, en Medellín y en Antioquia se perfilan como ganadores Juan Carlos Vélez en la Alcaldía y Luis Pérez en la Gobernación. Es una cruel paradoja. En 2003, cuando las mafias y los paramilitares tenían el dominio en importantes zonas de Medellín y de Antioquia y las guerrillas en declive aún golpeaban en Urabá, en el nordeste, en el Bajo Cauca y en algunos barrios de la ciudad capital se produjo una explosión del voto de opinión que convirtió en alcalde a Sergio Fajardo y en gobernador a Guillermo Gaviria, líderes con una genuina vocación pacifista, alejados del clientelismo y de la trama mafiosa que campeaba en el departamento. Ahora, cuando se están abriendo las puertas de la paz y se necesitan mandatarios comprometidos con las tareas del posconflicto, existe la posibilidad de que regresen al gobierno las fuerzas tradicionales vinculadas al más feroz clientelismo, complacientes con las mafias y opositoras abiertas o encubiertas de las negociaciones de La Habana. Las mismas que fueron derrotadas en 2003 y que, en estos 12 años, solo tuvieron una representación importante en Luis Alfredo Ramos entre 2007 y 2011 en la Gobernación. Guillermo Gaviria, aunque pertenecía a uno de los clanes políticos de Antioquia con no pocos cuestionamientos, tomó el extraño camino de un pacifismo radical inspirado en Gandhi y dedicó sus últimos años a buscar la reconciliación departamental y nacional. Murió en esa búsqueda en medio del ignominioso secuestro de las Farc y el equívoco operativo de rescate ordenado por Álvaro Uribe Vélez. Fue una gran tragedia para el departamento como quiera que allí murió también Gilberto Echeverri Mejía, otro apóstol de la paz. Pero quedaron las semillas de esos liderazgos, y a eso se debe que en estos 12 años se haya librado una intensa lucha entre quienes han querido la renovación política y la paz y quienes insisten en la salida militar y en la viejas costumbres políticas. El triunfo de Sergio Fajardo fue una sorpresa. Del mundo académico, en una campaña de opinión, alejada de la clase política, llegó a la Alcaldía y realizó una labor que fue admirada en el país y en el exterior. Le correspondió atender el tramo inicial de la desmovilización y el desarme de las Autodefensas Unidas de Colombia y encontrar las primeras oportunidades para los jóvenes de una ciudad asediada por las violencias. Eso fue recompensado por la ciudadanía votando por la continuidad del proyecto, primero en cabeza de Alonso Salazar y luego en cabeza de Aníbal Gaviria. También fue factor clave para que el propio Fajardo obtuviera una copiosa votación en su aspiración a la Gobernación en el periodo que está por terminar. Esto no hubiera sido posible sin el concurso del Grupo Empresarial Antioqueño. El Sindicato, como se le conoce popularmente, asustado con la posibilidad de que la parapolítica y el clientelismo, que habían obtenido un gran triunfo en las elecciones parlamentarias de 2002, se pusieran a la cabeza de la ciudad y del departamento se la jugó a fondo para alentar a la sociedad a buscar nuevos líderes y nuevas propuestas. Los réditos han sido enormes. Las empresas públicas y privadas han tenido un gran impulso en estos años y Medellín es líder en innovación en Colombia y en el mundo. El proyecto progresista, de grandes esfuerzos en la educación, de renovación y transparencia, de apoyo a la paz concertada, está en grave peligro. Detrás de Juan Carlos Vélez no solo está Uribe, opositor endemoniado de las negociaciones de La Habana, también están Fabio Valencia Cossio, quizás el más hábil operador de las redes clientelares, y Sergio Naranjo, cuestionado por presuntos nexos con las mafias. Y la estela de cuestionamientos que rodean a Luis Pérez no es menor. En las elecciones de 2011 estuvo a punto de ganar la Alcaldía, pero las denuncias de vinculación con actores ilegales realizadas por Alonso Salazar contribuyeron a su derrota. La sombra de Álvaro Villegas Moreno, el de las torres Space, campea en las dos campañas. El panorama es angustioso porque la victoria sobre la ilegalidad, la violencia y las mafias en las tierras de Antioquia es aún parcial y engañosa. Es cierto que el homicidio se ha reducido de manera significativa y los actores ilegales ya no son tan ostentosos como en el pasado, pero no es un secreto que tanto en la ciudad de Medellín como en Urabá, Bajo Cauca y otras zonas del departamento operan pactos entre mafias y organizaciones legales para controlar territorios, mercados y espacios políticos. No queda mucho tiempo para reaccionar, pero a Sergio Fajardo, al alcalde Gaviria, al Sindicato Antioqueño y a los candidatos Federico Restrepo, Alonso Salazar y Federico Gutiérrez les cabe una gran responsabilidad en lo que ocurra. No estaría mal que reagruparan las fuerzas para evitar el desastre. Aún Salazar y Gutiérrez pueden buscar la convergencia mediante una encuesta u otro mecanismo de consulta.