Pintan apasionantes, conflictivas, decisivas, las elecciones de octubre, especialmente en las ciudades medianas y en las zonas campesinas ligadas al conflicto. La guerra está diciendo adiós y vendrán las angustias de la paz, que son menos trágicas, pero no menos intensas. Elecciones de transición donde algunas fuerzas aferradas al pasado intensificarán sus críticas a las negociaciones de La Habana y apelarán al miedo para capturar electores y otras venderán la esperanza de la paz e intentarán hacer soñar a la ciudadanía con un final definitivo de la confrontación armada. Elecciones que empezarán a dibujar un nuevo mapa político del país. Otra vez habrá una candente disputa entre la coalición de gobierno y el uribismo en los 242 municipios donde se ha desarrollado la confrontación con las Farc en los últimos 30 años y donde, por tanto, estará el epicentro del posconflicto. Pero allí también entrarán en la contienda electoral fuerzas sociales y políticas que comparten reivindicaciones con las guerrillas y que se encargarán de anunciar lo que acontecerá después de la desmovilización y el desarme de la insurgencia. El debate tendrá visos dramáticos en esas regiones. Un triunfo electoral de la oposición uribista –nada descartable– hará más difícil y traumático el posconflicto; o, incluso, pondrá en tela de juicio la firma del acuerdo si es que aún no se ha logrado. Para afrontar la campaña en estas zonas los partidos de la coalición de gobierno y las fuerzas de izquierda tendrían que organizar un dispositivo especial con eventos de preparación de los candidatos para asumir la paz territorial y convencer a la ciudadanía de la importancia de los acuerdos con las guerrillas y también para intentar coaliciones triunfantes. No obstante, las negociaciones de paz no serán el único ingrediente de esta campaña. En las grandes ciudades se librará la verdadera batalla por el predominio político nacional. Allí el arranque de la derecha uribista no ha sido bueno. Las primeras encuestas no le dan mucho chance en Bogotá, Medellín, Cali, Bucaramanga y Barranquilla. Pero las elecciones presidenciales mostraron que esta fuerza tiene una enorme capacidad de maniobra y puede dar sorpresas de un día para otro. Mención aparte merece Bogotá. Las elecciones parlamentarias y la primera vuelta de las presidenciales habían dejado muy bien parado al uribismo. Esto no se ha reflejado en las primeras encuestas. Francisco Santos aparece relegado a un tercero o cuarto lugar. La contienda, al parecer, se librará entre los diversos candidatos de la izquierda y los de la Unidad Nacional; con una ventaja para Clara López, quien puede lograr, incluso, el apoyo de sectores del gobierno de Santos que quieran pagarle su enorme contribución en el debate presidencial. En el interior de la Unidad Nacional no habrá tranquilidad y armonía en esta campaña. Ya Horacio Serpa anunció que el Partido Liberal irá con candidato propio a las elecciones presidenciales de 2018 y los demás partidos de esta coalición tendrán aspiraciones parecidas, razón por la cual, será muy intenso el forcejeo para tomar posiciones clave en departamentos y municipios. Corren el riesgo entonces de darle ventajas al uribismo, sea porque se dividan y postulen varios candidatos, o porque intenten alianzas con el Centro Democrático para defender intereses particulares o locales. No serán menores los retos de la izquierda. Ahora cuando el fantasma de la guerra se aleja y las preocupaciones sociales de la ciudadanía saltan a primer lugar, cuando la reconciliación es una aspiración, no hay disculpa para los grupos que toda la vida han enarbolado el discurso de la equidad y el compromiso con la paz. Están obligados por la historia a tener un gran desempeño. Pero no llegan en buenas condiciones a este desafío. Están dispersos en el Partido Verde, el Polo, los Progresistas, la Marcha Patriótica, la Unión Patriótica, el Congreso de los Pueblos y diversas organizaciones sociales y no se nota aún un gran esfuerzo por buscar acuerdos y generar candidatos de convergencia. Una vez más los medios de comunicación, los investigadores sociales, las organizaciones sociales y las instituciones, tendrán el reto de escudriñar a los herederos de la parapolítica y a los candidatos y grupos que reciben el apoyo del narcotráfico, de la minería ilegal, del contrabando, de los dineros recolectados en la extorsión generalizada que sacude al país, de los ingentes recursos que se mueven en los juegos de azar no debidamente controlados por el Estado. Desde las elecciones de 2003, donde estas fuerzas conquistaron 251 alcaldías y 12 gobernaciones, el fenómeno es recurrente y se ha convertido en un verdadero cáncer para la democracia colombiana y en un ingrediente insoslayable de las violencias.