En los días en que se realizaba el foro de los expresidentes Clinton, Blair, Cardoso, Lagos y González en Cartagena me llamó un amigo ecuatoriano que ha tenido mucho que ver con las reformas económicas y sociales del presidente Rafael Correa. Me dijo que Santos cometía una grave equivocación al insistir en las fórmulas desgastadas y lejanas de la Tercera Vía para buscar soluciones a los problemas de Colombia.Que América Latina estaba saliendo muy bien librada de la crisis económica mundial y se encontraba en una fructífera búsqueda de alternativas políticas y sociales para encarar los retos que plantea la globalización. Que nuestro país debía mirar más hacia la región que hacia Europa y Estados Unidos al momento de desatar los cambios y las reformas. Me acordé entonces de una conversación que tuve con Germán Vargas Lleras en su apartamento cuando se disponía a salir del Ministerio del Interior para el Ministerio de Vivienda. Decía que al proyecto de Santos le hacía falta una vigorosa apuesta social y le había oído al expresidente Lula que los cambios sociales empezaban por entregarles viviendas gratis a los más pobres. Decía que el Estado colombiano tenía importantes recursos económicos para redistribuir y podía acceder a muchos más en los años venideros. Que en ese momento, por ejemplo, el gobierno tenía más de 30 billones de pesos en fiducias y las 100.000 viviendas anunciadas costaban solo 4,2 billones. Cuento estas dos anécdotas para darle realidad y sentido al debate sobre un modelo económico social para nuestro país. La Tercera Vía fue el recurso que encontraron los laboristas ingleses y los demócratas norteamericanos para responder a la aplanadora de libre mercado y al desmantelamiento del Estado de Bienestar que pusieron en marcha Ronald Reagan y Margaret Thatcher en los años ochenta del siglo pasado. Los países desarrollados habían respondido a la amenaza comunista fortaleciendo el Estado mediante una gran tributación y una generosa redistribución por la vía de la seguridad social. Reagan y Thatcher llegaron para dejar la sociedad a merced de las fuerzas del mercado. La Tercera Vía fue el intento de poner un punto medio entre el ‘Estado de bienestar’ de la socialdemocracia y el potente proyecto neoliberal acudiendo a la fórmula ‘Tanto mercado como sea posible y tanto Estado como sea necesario’. La disputa no se ha saldado aún, pero me temo que las recetas neoliberales están ganando la batalla en esos países. La Tercera Vía es un árbol seco.Lo de nosotros es completamente distinto. Tenemos un desarrollo medio; la fuente de nuestros principales recursos no es la industria y el conocimiento, son el suelo y el subsuelo; no hemos tenido algo que se parezca al ‘Estado de bienestar’; en algunas zonas del país no hay siquiera Estado, mercados legales y ciudadanía, que son pilares básicos de la sociedad moderna. En esos sitios impera aún un inveterado conflicto armado en trance de solución. Hay varias etapas por recorrer y ahí nos sirven mucho más los ejemplos de la región como señaló mi amigo ecuatoriano y como intuyó Vargas Lleras. Aquí está el árbol verde. Con una malicia infinita dijo Lula que el camino era “repartir para crecer” y no como se afirmaba en las altas esferas de las finanzas internacionales “crecer para repartir”. Le dio resultado. Sacó a 30 millones de personas de la pobreza y al tiempo convirtió a Brasil en una gran potencia económica. Caminos parecidos están recorriendo Correa en Ecuador, Evo Morales en Bolivia, Humala en Perú, Bachelet en Chile. ¿Repartir qué? Conocimiento en primer lugar. Brasil está invirtiendo en este momento más del 7 por ciento del PIB en educación y aspira a llegar en los próximos años al 10 por ciento mientras Colombia está en un poco más del 4 por ciento. Casas, tierra, crédito. Todo, porque todo está por repartir en un país dolorosamente desigual. Ahora bien, para repartir primero hay que conseguir. Pero en este campo también todo está por hacer. La tributación en Colombia apenas llega al 15 por ciento del PIB cuando en Brasil y Chile está alrededor del 30 por ciento. Los recursos provenientes de la minería y el petróleo son aún pobrísimos y mal utilizados a pesar de que estas industrias son el eje de la economía. La tierra vasta y ociosa no paga impuestos. La corrupción y las onerosas exenciones tributarias a los grandes ricos se llevan no menos del 10 por ciento del PIB. Aquí lo que se necesita es un Estado fuerte, transparente, con una gran apuesta social, volcado a impulsar la generación de riqueza productiva con los recursos que salen de la riqueza natural.