Esta semana el país se estremeció con la cifra revelada por la JEP: 18.667 niños y niñas fueron víctimas de las Farc en el desarrollo de sus actividades delictivas. La cifra es escalofriante y nos permite reafirmar lo que tantas veces hemos dicho este año: la violencia contra niños y niñas en nuestro país es una pandemia oculta y tenemos un déficit abrumador en materia de protección que debemos paliar de inmediato.
Permítanme, por ejemplo, explicar un solo caso de esta violencia que nos aqueja como país.
La historia es aterradora: Juan Carlos Sánchez Latorre fue capturado hace dos años en posesión de pornografía infantil. En su poder se hallaron cientos de archivos con esta clase de material. Luego, confesó que había abusado a más de 276 menores de edad en Barranquilla. Eso hizo que se ganara el apodo del Lobo Feroz.
Del mismo modo, otro pornógrafo de menores apodado alias el Profe fue sorprendido este año con 5.500 videos y fotografías sexuales de menores de 18 años. Sobre él pesa una denuncia por acoso sexual a menor de edad y varias investigaciones por abuso sexual a menores de 18 años. Utilizaba su posición de poder como profesor de educación física para forzar a estudiantes.
Es evidente que la pornografía infantil es un problema más grande de lo que pensamos naturalmente.
La relación entre esa clase de contenidos y el acto de abusar, al parecer, es clara. Según la psicología, se denomina como agresor dual a la persona que consume este tipo de videos o fotos y luego comete un abuso.
Los violadores y asesinos de niños no salen de la nada. No se levantan una buena mañana queriendo cometer actos sexuales indebidos. Tienen su historia y, desgraciadamente, la pornografía como estímulo juega un papel determinante en ella.
La pornografía infantil por sí sola es un acto aberrante. Nuestro Código Penal la tipifica en el artículo 218 y contempla que quien haga, posea, consuma o comercialice esta clase de contenidos “incurrirá en prisión de 10 a 20 años y multa de 150 a 1.500 salarios mínimos legales mensuales vigentes”. Parece poco, entendiendo que esta actividad destruye la vida de una persona para siempre. En muchos casos, se trata de filmaciones de abusos, lo que añade aún más peso a la carga que debe cargar la víctima por siempre. ¡Y el culpable de todo esto puede pagar pocos años de prisión!
Con tantas ventajas en materia de reducción de penas, alguien que incurra en este nefando delito puede estar en la calle de nuevo en cinco años. Eso es lo aterrador.
Por eso, la cadena perpetua es una medida urgente que ataca fenómenos como la reincidencia. Y aunque algunos se rasgan sus vestiduras jurídicas diciendo que la cadena perpetua es una “abominación en materia de derecho penal”, lo cierto es que la ley está hecha para proteger a los ciudadanos y en el caso de los niños y niñas cualquier medida se queda corta. Las tasas de reincidencia en los delitos sexuales contra menores de edad son altísimas y esto hace necesaria la cadena perpetua.
Solo pensemos en el caso del denominado Lobo Feroz: alguien que abusó de más de 200 niños y que también consumía contenidos relacionados con este delito. Verlo de nuevo en las calles, sea el tiempo que sea el de su condena, es un peligro social.
Así que seamos enfáticos: todo aquel que haga o consuma pornografía infantil está configurando los pasos para los peores delitos contra nuestra niñez. En ese sentido, las penas privativas de la libertad deben ser máximas para disuadir a los que se lo están pensando y evitar que los condenados salgan a las calles a reincidir.
No podemos seguir contemplando que el peor delito de todos se sigue promoviendo desde la ilegal y clandestina cultura de los pornógrafos infantiles. Muy al contrario, Colombia tiene que ser ejemplo mundial de tolerancia cero a cualquier delito que atente contra nuestra niñez. Condenar sin contemplación y con todo el peso de la ley a aquellos que hoy en día se creen invulnerables. Enviar un poderoso mensaje a la sociedad para que aprendamos a cuidar a los que merecen el mayor cuidado.
No nos arredremos: llegó la hora de la cadena perpetua para pornógrafos infantiles.