Cuando Bill Clinton asumió la presidencia el 20 de enero de 1993, le esperaba un mundo muy diferente al de sus predecesores que gobernaron a Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial. La Unión Soviética, el adversario ideológico y una amenaza existencial al “America Way of Life”, se había disuelto en 15 repúblicas independientes. La división de Europa por una “cortina de hierro”, término popularizado por Winston Churchill en 1946, era cosa del pasado. Alemania no era occidental ni oriental, sino solo Alemania.Para Harry Truman, Dwight D. Eisenhower, John F. Kennedy, Lyndon B. Johnson, Richard Nixon, Gerald Ford, Jimmy Carter, Ronald Reagan y George H. Bush no había duda quién era su principal enemigo. Todas sus políticas, tanto las internacionales como las domésticas, tenían como telón de fondo evitar que el comunismo soviético se propagara por el mundo, empezando por la sociedad estadounidense. Independientemente de los matices y los tonos, la retórica y el discurso de cada mandatario reflejaba ese pensamiento. Era un punto de encuentro de republicanos y demócratas, un consenso bipartidista para la supervivencia de la nación. Puede leer: ¿Sobrevivirá el uribismo sin Santos?Si bien al finalizar la Guerra Fría hubo quienes quisieron seguir tratando a Rusia como un peligro latente, eran la minoría. Otros buscaron reemplazar a los soviéticos con China. Ninguno cuajó en ese momento.Sin un enemigo visible y una población ilusionada con un dividendo de la paz, Clinton tuvo muchos contratiempos al arranque de su gobierno. No había consenso en cómo reducir el gasto militar y transformar a unas Fuerzas Armadas que habían sido diseñadas para otra época. Intentó revolucionar el sistema de salud y en menos de dos años se vio obligado a reconocer su fracaso. También padeció una curva de aprendizaje. Si bien había sido gobernador por 12 años, una cosa era Arkansas y otra Washington.Con el tiempo comprendió que, en el Estados Unidos de la posguerra fría, los consensos iban a ser más difíciles. Que había que buscar pequeñas victorias, que era más una maratón que una carrera de 100 metros. Clinton fue reelegido y salió de su presidencia con una alta popularidad y en medio de una economía boyante. Le sugerimos: La justicia de los indignadosComo Clinton, Iván Duque preside un país en transición, diferente al de sus antecesores y con la ausencia de un enemigo definido. No hay un M-19 como el que le tocó enfrentar a Turbay y a Betancur. Ni un Pablo Escobar como el que ocupó la agenda de Barco y Gaviria y quien representaba una amenaza real para el Estado colombiano. Ni unas Farc, que para ser derrotadas requirieron del esfuerzo continuado de los gobiernos de Pastrana, Uribe y Santos. A Duque le corresponderá lidiar con una criminalidad atomizada y violenta que, si bien afecta el bienestar y la tranquilidad de muchos colombianos, está lejos de ser un problema de seguridad nacional. Como Clinton, Iván Duque preside un país en transición, diferente al de sus antecesores y con la ausencia de un enemigo definido. La eventual captura o muerte de alias Guacho o alias Cabuyo (los delincuentes de moda) no generará el mismo impacto político como ocurrió con las operaciones contra Escobar, alias Raúl Reyes o Mono Jojoy.Como Clinton, Duque afronta presiones para reducir el presupuesto de defensa y trasladar esos recursos a programas sociales. Hay poco consenso sobre qué papel deben jugar las Fuerzas Militares y la Policía en esta fase de posconflicto o estabilización, como la describen hoy los funcionarios del gobierno. Serán responsabilidades y acciones menos espectaculares que requerirán habilidades y competencias diversas, más igualmente fundamentales.No será fácil persuadir a sus interlocutores en el Congreso y en la opinión pública sobre la importancia de no reducir a los machetazos los gastos de seguridad. Es una de las consecuencias de los acuerdos de paz: la desmedida expectativa de un retorno inmediato representado en menos inseguridad y más prosperidad. Le recomendamos: Los amigos de TrumpNunca es fácil administrar la transición. Siempre será más glamoroso presidir el fin de la Guerra Fría como le tocó a Bush padre o negociar la desmovilización de la guerrilla más antigua del hemisferio como le correspondió a Juan Manuel Santos.A Duque le critican que aún no haya articulado una clara visión del futuro. Que sigue con generalidades de la campaña. Es normal. La frase célebre de Clinton en su discurso inaugural fue: “Ha comenzado la nueva temporada de renovación de América”. Más insulso imposible. En últimas, no importó. A Clinton le fue bien. Su mandato es valorado favorablemente por historiadores.