En su libro, El Camino hacia el Estado Mental totalitario, el médico psicoanalista Juan Rafael Padilla afirma que “la locuacidad del líder mesiánico totalitario es síntoma o característica de su personalidad. Pero hemos de aclarar, lo que aparece como gran capacidad para hablar mucho y con soltura, más que locuacidad, es, en realidad, logorrea; es decir, el empleo excesivo y desordenado de palabras causado por un estado de excitación, manía o intoxicación. El logorreico simplemente no puede callar, necesita estar hablando, no puede detenerse y pensar”.
Después de leer este interesante libro, es difícil no analizar el discurso del presidente Petro en la sanción de la nefasta, y untada presuntamente de corrupción, reforma pensional, el pasado 16 de julio en la plaza de Bolívar de la capital del país, en donde afirmó: “Dicen que tengo una buena oratoria, quizá por eso me volví presidente, es un don”. Para luego recorrer en su exposición, ante un grupo de adultos mayores, por los tiempos en los que, según él, las fuerzas del M-19 y las de supuestamente Nelson Mandela se encontraron en el desierto del Sahara para entrenarse en “las tierras de Libia”, en donde no se conocieron “personalmente, sino vitalmente” porque eran parte “de la misma lucha”.
Desde el recuerdo, metáfora o realidad alterada del “Sahara” saltó a decir: “He visto cómo jóvenes se vuelven viejos, porque ya eran viejos de jóvenes y abandonan las banderas, se cansan y es humano cansarse. Se cansan, y a veces la resistencia y tanta sangre y tanto miedo acobardan y paralizan, por eso han usado tanta violencia en Colombia. Por eso son centenares de miles los muertos, por eso son 100.000 los desaparecidos, por eso si se hiciera bien el trabajo encontraríamos los hijos y las hijas de tantas madres que hoy los buscan, porque necesitaban esa sangre, ese dolor, en tanta gente, para poder acobardar la sociedad, para poderle decir al pueblo de Colombia quédese quieto, no piense, sigue mirando realities que no son reales, sigue perdido quizá en el alcohol o en la tristeza o en la desilusión eterna; usaban la sangre para enriquecerse”.
Este es un ejemplo de muchos discursos en los que el presidente revuelve temas, crea intencionalmente realidades alternas, falta a la verdad, estigmatiza a la oposición, juzga, se burla y caricaturiza a los que no piensan como él y promueve con morbo la división de la sociedad colombiana. Entre ricos y pobres; negros, blancos, mestizos e indígenas; jóvenes y viejos; incluso entre inteligentes (como él y sus seguidores) y los “no inteligentes”.
Quizás el presidente se considera a sí mismo un gran orador, pero lo que necesitaba Colombia era un buen gerente público. Petro no solo habla y habla en lo que coloquialmente se conoce como incontinencia verbal, sinónimo de la logorrea, sino que también distorsiona la realidad faltando a la verdad de manera sistemática.
Para la Clínica de la Universidad de Navarra, la logorrea es “locuacidad exagerada, flujo verbal inagotable y desordenado. Se manifiesta sobre todo en los estados maníacos y, en ocasiones, en algunas afasias sensoriales. También aparece en las intoxicaciones por algunas sustancias psicoactivas (alcohol, cocaína), especialmente en sus momentos iniciales”.
Parece chistoso, pero no lo es. De hecho, en otro de sus delirantes discursos, quién sabe si excedido de consumo de café, en una de sus 44 giras en el exterior, en la Universidad de Stanford, en abril de 2023, la traductora del evento se declaró “incapaz de traducir” lo dicho por el presidente al inglés. La conferencia era sobre cambio climático y esta fue la referencia del mandatario colombiano (incomprensible hasta en español): “El reflejo químico en la atmósfera de la acumulación ampliada del capital es el crecimiento químico de los gases efecto invernadero y, por lo tanto, del cambio climático. La crisis climática es un efecto lógico de la acumulación del capital. En consecuencia, su efecto final es la extinción de la humanidad”.¿Por qué teniendo un equipo de comunicaciones, el presidente se niega a revisar los discursos que le diseñan y tercamente insiste en improvisar?
¿Por qué no tomarse el tiempo de preparar con detalle lo que va a decir para ser cuidadoso en las palabras y en los mensajes? ¿Improvisar, en medio del delirio, es una señal de buen orador? ¿Cómo puede ser bueno un discurso cuando no se dice nada y, por el contrario, se grita, se insulta y se atropella a la verdad y a muchos colombianos?
Los áulicos dirán que Petro es un incomprendido y los colombianos unos ignorantes, quizás por eso vamos tan mal en las pruebas Pisa. Pero lo cierto es que, además de hablar y hablar, el presidente, en sus discursos, falta a la verdad de manera deliberada. Y esto no solo ocurre en vivo y en directo, sino a través de su tribuna preferida en las redes sociales, desde donde el presidente escribe obsesivamente, a tal punto que muchos se preguntan si le alcanza el tiempo para trabajar. Mensajes repletos de errores de ortografía y redacción gramatical. Dirán los áulicos que es que los colombianos son muy obsesivos con las formas, pero la verdad es que muchos lamentan la falta de seriedad del presidente de Colombia. Y por seriedad me refiero, según la RAE, a “formalidad, responsabilidad, dignidad, rigor, celo, sensatez, rectitud, severidad, circunspección, gravedad, solemnidad, reserva e imperturbabilidad”.
Cualidades muy difíciles de encontrar en la oratoria del presidente, que dice que, además de poseer el don de la palabra, es también un líder mundial encargado de “expandir el virus de la vida por las estrellas del universo”.