Desde que Stephen Hawking, un genial físico inglés reducido para siempre a una silla de ruedas, descubriera el fenómeno de lo que él mismo bautizó "los agujeros negros", ha transcurrido cerca de una década en la que el hombre, por ahora de manera inútil, ha contado con razones suficientes para sentirse más cerca de la verdad sobre el orígen de su creación. Y digo de manera inútil, porque saber que existen los agujeros negros no significa, necesariamente, entenderlos. Se les considera la más grande crisis de la física de todos los tiempos, y sólo se sabe que un agujero negro es una estrella apagada que ha colapsado bajo su propio peso, compactado en un punto de densidad infinita y volumen cero. Lo que quiera que esta jeringonza signifique sólo permite entender que se trata de una región donde fallan las leyes normales de la física y carece de sentido el concepto de tiempo. La materia que se aproxime demasiado a esta especie de "aspirador cósmico" es succionada por éste y atrapada para siempre. El mismo Hawking afirma que los agujeros negros "añaden una nueva categoría a la incertidumbre del universo". Son, en definitiva, una cuarta dimensión, desconocida e inaccesible por ahora para el hombre. El problema consiste en que la realidad no permite que nos asombremos ante una cuarta dimensión...Sin necesidad de viajar millones de años luz para chocar con un agujero negro, aquí mismo, en Colombia, convivimos con algo de características semejantes, que podríamos denominar el agujero de la mafia. Al igual que su gemelo espacial, en esta especie de remolino de dineros calientes fallan todas las leyes de la lógica y carece de sentido el concepto de la moral. Quien se acerca demasiado a esta especie de "aspirador de conciencias" es succionado por este y atrapado para siempre. También podría describirse como una cuarta dimensión, no del universo sino de la sociedad, que por ahora nos es desconocida e inaccesible. Lo grave consiste en que a este agujero negro de la mafia hemos intentado manejarlo como si en realidad lo comprendiéramos, y peor aún, como si tuviéramos el poder de evitar sus consecuencias. A medida que pasan los días, los colombianos nos vemos cada vez más atrapados por ese agujero negro que se creó entre nosotros el día en el que el núcleo del tráfico de estupefacientes adquirió una densidad descomunal. En términos físicos, es como si el campo gravitacional que se creó a su airededor hubiera logrado una fuerza irresistible, de manera que el colapso se vuelve inevitable: el equilibrio se rompe, y, como una estrella que está a punto de morir, toda la masa que rodea el núcleo estelar se precipita hacia él con una fuerza inusitada. Pero lo que en términos físicos no nos causa más que un merecido asombro, en términos sociales nos próduce un auténtico escándalo. Descubrir que cientos de políticos colombianos se han precipitado hacia el núcleo de los dineros calientes sin reatos de conciencia nos ha producido un impacto mayor que el descubrimiento mismo de este núcleo corruptor. Nos conmociona menos la existencia de un mafioso dispuesto a invertir plata en política que la de un político dispuesto a aceptarla. ¿No estaremos confundiendo el blanco? La primera equivocación consiste en suponer que puede establecerse una diferencia entre dinero bueno y dinero maldito. La segunda en suponer que todo el mundo acatará esta diferencia. Así como el gerente de un banco no se detiene en averiguaciones sobre el origen de los depósitos, ni el vendedor de una casa en la procedencia de los dineros que se la compran, crucificar a un político que se deja regalar un millón de pesos es obligarlo a cometer su primer delito, que es el de mentir en el sentido de que no recibió dicha suma. ¿Cambiaría en algo las cosas saber cuántas campañas políticas han sido financiadas por las mafias de la droga? No. La artillería de la sociedad, por el contrario, debe dirigirse en otra dirección, que es la del poder corrupto, y hacerse a la idea de que mientras queden hombres dispuestos a regalar millones de pesos habrá siempre hombres dispuestos a recibirlos. No podemos seguir tolerando la existencia de los mafiosos y estremeciéndonos, en cambio, ante la de quienes les han aceptado contribuciones. El día en el que estos peligrosos benefactores estén detrás de las rejas, la sociedad podrá dejar de latigarse por haber viajado, sin posibilidades de defenderse, a través de la cuarta dimensión.+