547.000 colombianos salieron del país en 2022. Así lo indicó un reciente informe del Centro de Recursos para el Análisis de Conflictos (Cerac), en el que también se señala que este dato supera todos los registros históricos y representa un aumento de 2,7 veces más del promedio anual desde 2012, que era de aproximadamente 200.000 colombianos por año. Muy posiblemente esta misma tendencia, e incluso una mayor, se espera en 2023: solo en enero de este año, el número de emigrantes creció 2,3 veces con respecto al mismo mes del año anterior.

Lo más preocupante de este informe es que la mayoría de los colombianos que están buscando nuevos rumbos son jóvenes. El 35 por ciento de quienes salen del país tienen entre 18 y 29 años de edad, el 23 por ciento entre 30 y 40 años, y el 19 por ciento son menores de edad. Me entristece enormemente que sean cada vez más jóvenes los que no vean en Colombia un país para proyectarse y construir sus proyectos de vida. ¿Qué es de un país sin sus jóvenes? ¿Sin sus sueños, sin sus ganas, sin sus visiones y su trabajo? Esta crisis, reflejada en el número escandaloso de personas que se han marchado, no solo la sufrirán quienes han decidido irse lejos de sus casas y sus familias. También la sufriremos quienes nos quedemos, que seremos la mayoría.

El alza de la tasa de cambio del dólar muy seguramente es un factor atractivo para millones de familias colombianas que necesitan mayores ingresos y que están sintiendo la crisis económica en mayor medida; incluso, según cifras del Banco de la República, las remesas el año pasado aumentaron 9,67 por ciento frente a lo registrado en 2021. De acuerdo con el reciente informe de la Ocde ‘Panorama de la educación 2022’, en Colombia hay 3,2 millones de jóvenes que ni estudian ni trabajan –‘ninis’–, de los cuales 67 por ciento son mujeres. La urgencia de oportunidades laborales y educativas debe ser una prioridad para todos, eliminando las barreras al acceso del mercado laboral formal y educación postsecundaria. Colombia tiene que ser un país en el que queramos y podamos quedarnos. Pero preocupa ver un Gobierno que pareciera empeñado en hacer más difícil emprender, trabajar dignamente, vivir bien, contar con una buena salud y seguridad.

Ni en nuestras peores crisis por el conflicto o las recesiones económicas de las décadas recientes se han registrado unos datos y un contexto tan complejos de emigración. Es difícil –si no imposible– conocer los motivos de quienes se han ido. Sin embargo, sería necio desconocer la incertidumbre que vive hoy Colombia, la falta de más y mejores oportunidades, la inflación, las barreras y estigmas para empezar a emprender o continuar apostándole a la generación de empleo, incluso las dificultades para encontrar trabajo y el miedo que generan un presidente y un gabinete que hacen declaraciones y toman decisiones que afectan negativamente los bolsillos y la confianza de la gente. El descontento social es real y la preocupación de los que padecemos este Gobierno crece cada día.

Tanto a los que se van como a los que nos quedamos nos inquietan no solo las erráticas reformas que el Gobierno Petro pretende realizar, sino también decisiones alarmantes en apoyo directo y descarado a organizaciones criminales de toda clase. Esta es una reflexión que no puedo dejar por fuera porque afecta la seguridad física y jurídica de nuestro territorio; en consecuencia, afecta también la confianza internacional y, finalmente, la economía nacional. Gravísimo conocer, según cifras del mismo Ministerio de Defensa, cómo en enero de este año se presentó una erradicación de cero hectáreas de coca, una disminución del 32 por ciento en los operativos para la incautación de cocaína y la incautación de heroína representó una reducción del 93 por ciento. ¿Para quién están gobernando? Además, pretenden darles reconocimiento político a disidencias Farc y criminales como Iván Márquez. Inevitable preguntarse si lo que pretenden con estas acciones es configurar un narco-Estado.

Emigrar es válido y legítimo; estas reflexiones no son una crítica ni un reproche a quienes han tomado esa decisión o a quienes sueñan con irse a hacer una vida más feliz en otro lugar. Pero creo que un país no va por buen camino cuando sus jóvenes huyen y cuando los que nos quedamos sentimos miedo y desprotección viendo a un Gobierno trabajando en favor de los criminales y poniendo en riesgo nuestros medios de vida.

De este país no pueden seguirse yendo los colombianos que quieren salir adelante, los que buscan oportunidades para mejorar su vida y las de sus seres queridos. Este tiene que ser un Estado en el que podamos confiar, donde las familias quieran criar sus hijos, donde soñar y cumplir los sueños no sea un lujo para ningún joven, y donde cada persona se sienta tranquila y feliz de estar en casa.