En Colombia hay temas que se han preferido dejar de lado porque generan mucho ruido y políticamente no tienen réditos. Y en la política educativa, son varios los que suscitan conversaciones incómodas, dadas las divergencias que pesan sobre las grandes transformaciones que deben darse en algunos frentes.

Empecemos por uno de los más controversiales: el currículo. Mientras un sector sugiere un currículo oficial único y rígido, otro prefiere que esta discusión no se abra. Entre ambos extremos existe un continuo de posibilidades. Creo que esta divergencia es producto del silencio que hemos tenido por décadas sobre el tema.

Es común escuchar a los padres decir que el colegio no les enseña a sus hijos lo que necesitan; y a los estudiantes, que es muy poco lo que la educación les aporta para su desarrollo porque hay asignaturas o temas que no hacen sentido para la vida. Estos reclamos se relacionan, precisamente, con el asunto curricular.

Más que un compendio de contenidos, la discusión debe centrarse en las preguntas fundamentales: ¿qué es una persona educada?, ¿qué tipo de ciudadano deseamos?, ¿cuál es el rol de la escuela en la formación de ciudadanos?

Ni los padres, ni los docentes, ni los responsables de política pública estamos acostumbrados a pensar de esa forma. Volver a lo fundamental nos obliga a reinventarnos y a salir de la zona de confort. Dejamos abierta la discusión sobre el currículo, una apuesta contenida en el Plan Nacional de Desarrollo (PND).

Hay otra conversación incómoda que merece una discusión seria y responsable: la carrera docente. Considero que es incómoda porque pisa muchos callos. Por el lado del ministerio implica mayores recursos y por el lado de los maestros, hablarles de una nueva carrera docente despierta en ellos ideas sobre inseguridad laboral o el posible quiebre de su statu quo. El debate va más allá de un simple maquillaje de la actual carrera; implica pensar con otra lógica que logre, realmente, la dignificación o valoración social de la profesión docente.

Una carrera docente disruptiva es la que entiende que el Estado es el que tiene la responsabilidad de financiar, óigase bien, toda la formación de los docentes. Una carrera que inicia cuando el estudiante de grado once manifiesta su deseo de ser docente y el Estado financia su formación en las Escuelas Normales Superiores, luego la licenciatura y, posteriormente, la maestría. Esto, por supuesto, tiene un costo importante, pero si no transitamos a este modelo nunca vamos a lograr la dignificación de la carrera docente.

Esta visión la he planteado tanto en la mesa consultiva de alto nivel sobre carrera docente como en la mesa tripartita conformada por delegados del Congreso Nacional, Fecode y el Ministerio de Educación Nacional.

Muchas políticas sobre la profesión docente se han basado en el supuesto de que esta se comporta como otras profesiones. Y es clave entender que no funciona con las reglas del libre mercado. La carrera docente es, y debe ser, monopolio del Estado.

Un tercer tema es el de la evaluación docente. Los maestros han tenido la imposibilidad de ascender o reubicarse. Le propuse a Fecode un modelo a largo plazo, que permita hacer una convocatoria para evaluación todos los años, de manera que los docentes conozcan, de antemano, el número de cupos que se tienen para cada grado del escalafón. Estos deben guardar el principio de equidad entre regiones. Es clave seguir avanzando en esa dirección y lograr que los docentes sean convocados a evaluación para que puedan ascender o reubicarse.

Hay un cuarto y último tema espinoso que quisiera abordar: la jubilación digna de quienes han dedicado su vida a la docencia. Frente a ello me han tildado de neoliberal, pero es un secreto a voces: tenemos profesores muy mayores que necesitan un recurso financiero para poder gozar de un retiro digno. Muchos colegas docentes me dicen que no se retiran porque aún deben la casa o el crédito de la universidad de sus hijos, pero que están cansados y les gustaría retirarse.

Cuando lanzamos esta idea hubo un rechazo por parte de un sector del magisterio, pero, con el pasar del tiempo, hubo una mejor comprensión de la idea, sobre todo porque el docente de las regiones, el docente que está en el día a día de la escuela, vio una posibilidad maravillosa de tener un retiro digno. El pliego de peticiones de Fecode incluye este punto, lo que implica que hay convergencia sobre la necesidad de un plan de jubilación digna. Con esta iniciativa, se podrían beneficiar más de 52.000 educadores en el inmediato plazo y 30.000 más en los próximos dos años.

Fuimos muy ambiciosos en trabajar en estos y otros frentes porque el sistema educativo del país tiene bastantes urgencias. Por ejemplo: lo que no se avanzó en seis años en la reforma al Sistema General de Participaciones (SGP), nosotros lo hicimos en cuatro meses; acordamos, en solo tres meses, el decreto transitorio de equivalencia de las comunidades indígenas y lanzamos ‘Viva la Escuela’ un programa de voluntariado, basado en evidencia científica, que transformará las realidades de muchas escuelas rurales olvidadas.

Por supuesto, frente a la deuda histórica que se tiene con la educación, los avances siempre serán marginales. Pero hay que continuar trabajando para responder a las demandas de diferentes sectores y, así, reducir dicha deuda.