El primero es dejar de ser vergonzantes. Así, de manera concreta y clara lo digo: los colombianos que defienden los derechos humanos de la gente honrada, los valores democráticos de la Constitución Política de 1991, el libre mercado, la libertad de expresión, el orden, la justicia, la seguridad, la protección de la niñez y que el lugar de los criminales es la cárcel, deben dejar a un lado la quejadera, el miedo y la vergüenza que les produce reconocer el espectro político en el que se encuentran.
Pero resulta que la efectiva narrativa de la izquierda les hizo creer a muchas personas que ser de derecha era sinónimo de ser criminal. Una mentira que fue repetida millones de veces y con un pico vertiginoso en el periodo del expresidente Iván Duque.
La gente honrada, trabajadora de clase media, popular o alta, que madruga todos los días, hace mercado, aguanta trancones, cuida a sus hijos y paga impuestos, quiere que el Gobierno que dirige al país lo haga bien. Pero la extrema izquierda, por medio de bodegas virtuales dirigidas desde Rusia, instauró la idea de que quienes defienden esos valores están equivocados y son retrógrados. Y no es cierto. Después de largos seis meses del Gobierno del “cambio”, queda claro que lo único verdadero es que el “progresismo”, es retroceso, empobrecimiento, desorden e inseguridad.
Durante las protestas sociales de 2020 y 2021, el exsenador Gustavo Bolívar, hoy aspirante a la Alcaldía de Bogotá, se refería a los policías como “cerdos policías” y otras groserías que da vergüenza escribir. Esa manera de denigrar del orden y la autoridad es la que se impuso, haciendo creer, sobre todo a la juventud, que la Policía Nacional y sus integrantes estaban entrenados para violar los derechos humanos de los colombianos. Por eso, la gente se apabulló y aceptó ese nivel de violencia política en contra de las instituciones.
Con la extrema izquierda en el poder, le llegó la hora a la derecha de su reinvención y de mostrar que los pecados que se cometieron quedaron en el pasado.
El desafío más importante es tener claro que en las elecciones locales de este año se está jugando el modelo democrático de la Carta de 1991. Por esta razón, sería imperdonable que fueran incapaces de lanzar candidatos que le hagan un contrapeso al enorme poder burocrático, la caja y el manejo político del Gobierno de Gustavo Petro.
La derecha y la centroderecha tienen que encontrar candidatos que sean capaces de defender la verdadera dignidad humana (no la falacia que vende la izquierda), el libre mercado, la propiedad privada, la integridad del sistema de salud, pensional y, en general, la sostenibilidad de los ingresos fiscales de las entidades territoriales. Y los electores, a reconocerlos y apoyarlos.
Sería una vergüenza que un gobierno de derecha o centroderecha en las alcaldías y gobernaciones cometiera las equivocaciones del Gobierno nacional de improvisar en las políticas públicas y en el nombramiento de funcionarios incompetentes e ignorantes del sector que se les asigna.
Tienen el desafío de defender el respeto por la ley y la democracia. Y, por supuesto, no venderse por un plato de lentejas, como varios funcionarios del Gobierno del “cambio”, que, con tal de ostentar el privilegio de ser ministros de Estado, van en contravía de lo que han hecho en sus carreras técnicas y políticas. La estabilidad económica y social está en juego. Acá los políticos de derecha que les cuesta entender con empatía las necesidades de miles de mujeres cabeza de hogar desempleadas, de hombres y jóvenes en busca de una oportunidad, tienen que aceptar que el mayor pecado de este espectro político ha sido la desconexión con los sectores sociales.
Por esto, es en extremo importante que construyan canales efectivos de comunicación. Y, en ese sentido, utilizar los recursos de la izquierda como mentiras, noticias falsas, manipulación, “influenciadores” pagos, bodegas virtuales de difamación y un largo etcétera de estrategias carentes de ética, es, además de peligroso, reprochable.
Se necesitan voces y liderazgos que sean capaces de aglutinar y entender que deben trabajar en equipo. El que no tenga chance de ganar, que se retire y, con mucho respeto, que no estorbe. La pésima gestión del Gobierno del “cambio” empieza a restarle popularidad al presidente Petro. Solo el 39 por ciento de los encuestados por Datexco aprobaron la manera como el mandatario dirige el país. Y no es para menos, la inflación por las nubes, el dólar carísimo e inestable y la gasolina en constante aumento se traducen en un alto costo de vida nunca antes visto.
El impuesto a la comida, incluida la leche en polvo para los lactantes, demuestra que la izquierda no tenía un plan para sacar a la gente de la pobreza, sino de conducirla a la miseria. Por eso, los gobiernos locales de la izquierda populista como el de Bogotá de Claudia López, el de Medellín de Daniel Quintero, el de Cali con Jorge Iván Ospina, el de Manizales con Carlos Mario Marín (el de Liberland), por mencionar algunos, demostraron que no tenían ni idea de administración pública, de seguridad, crecimiento económico, empleo y salubridad. Entregan, después de cuatro años de decir que eran la panacea, ciudades destruidas, llenas de huecos, trancadas, sucias, inseguras y desempleadas.
Las propuestas de la derecha deben ser técnicas, respetuosas de la ley y efectivas. Candidatos tibios o que estén pensando primero en su ego (al estilo de Claudia López), lo único que van a hacer es ayudar a que el camino hacia la dictadura se recorra más rápido.