Soy una indisciplinada del Twitter: sigo a pocos, casi no escribo y no entiendo las conversaciones la mayoría del tiempo. Tengo una cuenta y la reviso, porque hay muchos debates que solo ocurren allí o principalmente ocurren allí.
Hace algunos días me sorprendieron unos trinos sobre una columna de Héctor Abad Faciolince. He leído su libro sobre la vida de su padre, que me parece bien escrito, y admiro a su padre como he admirado a todos los que han dado su vida por los derechos humanos en Colombia.
Antes de este incidente ya había tenido un par de desacuerdos con él, aunque él a mí no me conoce. El primero fue a propósito del despido de la profesora María Cristina Gómez de la Universidad Pontificia Bolivariana. María Cristina estaba como decana y le pidieron que entregara el cargo porque el profesor alemán que había invitado, Robert Alexy, apoya el uso de la ponderación en la decisión judicial y por esta vía, le dijeron, obviamente termina defendiendo el aborto. También le tocó cancelar el evento en el que yo era una de las invitadas. Como gesto de defensa de María Cristina, algunos sugirieron organizar un debate sobre el aborto. Alguno pensó que sería una buena idea preguntarle a Abad Faciolince cómo organizarlo. Terminó sugiriendo que cualquier debate sobre el aborto debería incluir a un sacerdote, porque solo ellos eran interlocutores legítimos de quienes defendían la posición de la despenalización. Me pareció inaudito que después de todos los esfuerzos por laicizar el debate público, cuando se tratara de las mujeres solamente los sacerdotes podrían ser escuchados. Esto, además, fue varios años después de que la Corte despenalizara el aborto en tres circunstancias y todos y todas aprendimos que puede haber un debate robusto y auténtico, sin tener que involucrar a las autoridades eclesiásticas.
El segundo fue a propósito de sus comentarios sobre Carolina Sanín, la profesora que terminó despedida de la Universidad de los Andes y de la que Abad Faciolince dijo que lo había agredido de la misma manera en la que la agredieron a ella los estudiantes que hicieron el meme de la profesora con un ojo morado y un aviso: así va a dejarte el heteropatriarcado. Inusitado que se atreviera a comparar los insultos de la profesora a él, con la amenaza que los estudiantes le hicieron a ella.
Pues bien, estos trinos se quejaban de que Abad Faciolince en una de sus columnas dijera que el 53 % de las mujeres solamente están interesadas en “la plata o el poder”. Si se cuenta las que están interesadas en ambos, la cifra aumenta a 56 %, dice, sin ninguna fuente que lo respalde. Aparentemente, la “ofensa” era que dijera semejante cosa tan descabellada sin respaldo alguno. Como si no supiera que ese tipo de afirmaciones sirven para justificar la violencia que arrebata a tantas mujeres años de vida, salud, ingresos y paz. Aprovechando, además, que semejantes números le daban una apariencia de credibilidad que hacían que la afirmación fuera aún más peligrosa.
Busqué la columna y la encontré en su página web: http://www.hectorabad.com/el-perfume-del-poder/. Al contrario de lo que pensé inicialmente, no era una columna íntima ni abordaba el problema de la violencia de género o el romance en las sociedades contemporáneas. Era una columna de su serie de descrédito al candidato Gustavo Petro, en esta ocasión, por la vía de desacreditar a una periodista que él mismo reconoce como “famosa por francota, frentera, aguerrida”. Aparentemente, la periodista no podría tener ninguna otra razón para la columna que escribió sobre el candidato que estar enamorada de él. Refiriéndose a una anécdota anterior, en la que tres periodistas independientes defendieron a Chávez porque lo vieron bien vestido y portado, dice que el espectáculo no puede ser sino ridículo o cursi.
Interesantemente, la columna de María Jimena Duzán en la revista Cambio (https://cambiocolombia.com/articulo/politica/petro-ya-no-es-mamerto-cronica-de-un-viaje) está lejos de sugerir una admiración ingenua o infantil. La columna sí termina señalando que si nuestra democracia es lo suficientemente sólida debería poder sostener un gobierno de izquierda. Hasta ahora, dice la periodista, todos los líderes de izquierda que han aspirado a la Presidencia y han tenido algún chance, han sido asesinados. Pero usando la figura y el ejemplo de Boric, Duzán critica a Petro, indicando que ha sido tímido, por decir lo menos, en reconocer que el cambio social debe venir de la mano del feminismo. No solamente de las mujeres, sino de las feministas.
De otra parte, cuando Duzán señala que Petro “dejó de ser mamerto”, no es claro si lo que pasa es que le nota un gesto de “hombre de Estado” o le recrimina haber perdido su conexión con las bases. El artículo, en mi opinión, es el de alguien que busca desestigmatizar al candidato, al tiempo que pretende recriminarle su incapacidad para conectarse con la agenda feminista.
Decir que las mujeres solamente podemos escribir sobre el poder como unas ingenuas “deslumbradas” no está muy lejos de señalar que no deberíamos votar porque solamente nos interesa discutir el color del labial que usaremos el día siguiente.
Desde su mirada muy masculina, Abad Faciolince no ve cómo Duzán asume control sobre el candidato, poniéndolo en la posición en la que tan frecuentemente ponen a las mujeres y es la de discutir sus elecciones de modas y marcas. Tampoco ve lo ridículo que resulta decir que uno solo se da cuenta de los zapatos si está enamorado y que si dice que los zapatos son de marca debe ser porque quiere tener sexo. Es un insulto, además, que diga que el 53 o 56 % de las mujeres actúan así. De una crítica completamente sesgada a una colega, pasa a difundir el machismo más abierto. Y eso no se “cura” con decir que los hombres se merecen que los insulten de vez en cuando, porque las mujeres han soportado mucho. Mucho menos señalando que el problema es que las mujeres no soportan que se haga ninguna crítica a lo que ellas hacen.
Habría sido interesante que de verdad hubiera tenido respaldo para sus cifras y se hubiera preguntado por qué es cierto que las mujeres son seducidas por el dinero y el poder. Porque no es cierto que las feministas, o iluminadas como nos llama, no hayan reconocido que las mujeres “que tenemos” estamos llenas de defectos: el patriarcado produce humanos distorsionados, tanto hombres, como mujeres.
Me gusta, en particular, la manera en la que Mary Wollstonecraft aborda este problema en su trabajo de 1792 sobre los derechos de las mujeres. Wollstonecraft, precisamente, confronta el argumento de las mujeres que solamente pueden pensar en el color de su labial; las coquetas o bachilleras en el debate colombiano. Su punto es que no existe ninguna prueba de que “por naturaleza” las mujeres tengan una mayor tendencia a actuar de esta manera. Usa el ejemplo de los militares de su época para mostrar que cierto tipo de entrenamiento social, el entrenamiento para la obediencia, produce frivolidad.
El problema no es la naturaleza, dice Wollstonecraft, es la educación. Hoy en día agregaríamos algo más, percatándonos de lo que pasó con la obra misma de Wollstonecraft: no solamente estamos entrenadas para la frivolidad, sino que todo lo que decimos, por inteligente que sea, termina calificado de frívolo. Es un sistema sin salida que se construye ladrillo a ladrillo. Análisis como los de Abad Faciolince son un ladrillo más.