No obstante que mantuvimos un dilatado pleito de límites con el Perú que incluso nos llevó a dos conflictos armados, uno en 1911 y otro en 1932; que llegamos al borde de un tercero con ocasión del complejo diferendo por el asilo de Víctor Raúl Haya de la Torre en la embajada de Colombia en Lima en 1948; así como el asilo al expresidente Alán García durante el gobierno de Fujimori, hemos tenido una buena relación con el Perú. Sin embargo, ahora a raíz del intento de clausura del congreso por parte de Ramón Castillo y su posterior detención, las cosas parecería que están cambiando.
El Perú ha sido desde su existencia como país independiente, teatro de revoluciones y golpes militares. Su condición geográfica, con la costa, la sierra, la selva y el mar han marcado su historia. El Perú fue la cuna del extraordinario imperio inca y durante la colonia se constituyó en la joya de la corona española, que consideró siempre a Lima, “la ciudad de los virreyes”, como una de sus más preciadas posesiones. Arequipa, la segunda ciudad, ha sido la cuna de golpes militares.
De un tiempo para acá, los peruanos incurrieron en el error de adoptar una constitución “híbrida”, con un sistema que no es presidencial, pero tampoco parlamentario. Entre tanto la empresa más funesta en la historia del continente “Odebrecht”, como una Medusa extendió su veneno y corrompió a mandatarios y funcionarios, alterando la vida de la nación.
Castillo subió a la presidencia después de una compleja campaña electoral. Sin embargo, creyó que podía manejar al país con una demagogia galopante y con unas “fuerzas de choque” al estilo de algunos países de la región. Se le olvidó que el congreso era la llave maestra del país y los militares los árbitros y cerró al parlamento en una absurda maniobra, dándole “papaya” a sus opositores para que lo destituyeran y a los militares para que lo encarcelaran.
Hay lecciones que no por conocidas, carecen de vigencia. Es evidente que, un gobierno que no tenga el apoyo del congreso está perdido.
Aunque eso es obvio en un régimen parlamentario, es válido también en uno presidencial. Si un mandatario no cuenta con el apoyo en el congreso, la opción que le queda es renunciar. Carlos Lleras Restrepo en 1968 amenazó con la renuncia si el congreso no le aprobaba una reforma que había presentado para su consideración. Marco Fidel Suárez renunció para lograr la aprobación del tratado con los Estados Unidos de 1914 y Alfonso López Pumarejo hizo lo propio en 1944, entre otras cosas, porque algunos de sus proyectos no tenían acogida en el congreso.
Lo que está pasando en el Perú, es la conocida estrategia de lanzar a ciertos grupos a fomentar el caos, si no se acogen los postulados de un jefe político, de un presidente o de un exjefe de estado.
Habrá que esperar cuál será el epílogo y el efecto que tendrán estos hechos en otros países de América Latina.