Más frecuente de lo que uno cree, en Colombia han sido los equivocados de buena fe los que en más de una ocasión, actuando como mayoría, han puesto en la presidencia a gente incapaz o indeseable. Convencidos de buena fe por una foto en la que se veía a Andrés Pastrana y 'Tirofijo' conversando en algún lugar de la selva como dos alegres compadres, en 1998 los colombianos le apostaron a la paz y se equivocaron. La equivocación estuvo en que confiaron en un presidente ingenuo, y en unas FARC que terminaron por meterle los dedos en la boca a él y al país entero. Ya se ha dicho hasta la saciedad que las FARC eligieron tanto al incapaz de Pastrana como a su némesis, el indeseable Álvaro Uribe, y en ambos casos valdría preguntarse qué habría sido de Colombia si en 1998 y 2002 no hubieran ganado el uno y el otro, sino el que los enfrentó en ambas contiendas electorales, Horacio Serpa. Ahora bien, no se trata de llorar sobre la leche derramada sino de advertir cómo en apenas cuatro años el país pasó de anhelar la paz a pedir a gritos el exterminio de las FARC, y fue entonces cuando apareció Uribe… y todo lo que traía detrás. Fueron cuatro años en los que el país vivió una verdadera luna de miel con su ‘salvador’, y otros cuatro en los que abusó de la confianza depositada, se rodeó de la peor gentuza y comenzó a portarse de manera atrabiliaria, quizá convencido de que dispondría de al menos otros cuatro años para tapar sus fechorías, como en efecto lo intentó, a Dios gracias infructuosamente. Valga la advocación divina, porque aquí pretendemos hablar es precisamente de los equivocados de buena fe, como podrían estarlo por ejemplo todos los que profesan la religión equivocada, asumiendo que sólo una sea la dueña de la verdad. (Aunque sin descartar que todas estén equivocadas, de buena fe, por supuesto). Lo que pasó con Álvaro Uribe está muy emparentado con los fundamentos de la fe católica, y en ese contexto no se exageraba cuando empezaron a compararlo con el Mesías, en una estrategia de propaganda que bien pudo haber salido de las tiendas de campaña del uribismo, del mismo modo que en 2007 se inventaron lo de ‘falsos positivos’ para suavizar desde el lenguaje la práctica sistemática de asesinatos a mansalva de jóvenes pobres o desocupados, que contabilizaban –y presentaban ante los medios- como bajas causadas a la guerrilla. El mismo Uribe se encargaba de promocionarse como un fervoroso católico mediante prácticas como el rosario semanal (que rezó con todo su gabinete después del triunfo de la Operación Jaque) o su devoción al hermano Marianito, y el resultado que se dio –sobre todo entre el personal femenino- es que había señoras que se ofendían si alguien osaba siquiera poner en duda las buenas intenciones de su amado presidente, a quien le profesaban una auténtica veneración, como la que se le tiene al Dios supremo en toda congregación religiosa. Hoy, ante las cosas que se han ido sabiendo muchas de ellas reconocen (aunque en privado) que estaban equivocadas de buena fe. Recuerdo en particular el caso de una mujer que me gustaba mucho, y a quien intenté ‘caerle’ en esos días de adoración al redentor, siempre con resultado infructuoso, porque se interponía la excelsa idealización en que tenía a Uribe, quien pasó a representar el papel de un tercero en un triángulo que desde lo político impedía lo romántico o lo erótico. Hoy basta ver su cuenta de Facebook para corroborar que dejó atrás el error en que se hallaba, pues se trataba en últimas de una mujer inteligente, sólo que mal informada. Pero en su momento llegó a actuar como esas personas dogmáticas que piensan que todo no creyente (en su Dios o un Uribe) es malo por eso, porque no cree. Hoy se dice que los cristianos creen en lo que no ven, mientras los uribistas no creen en lo que ven, o sea en la oleada de acusaciones que desde todos los rincones le llueven a su máximo líder. Volviendo al tema de los equivocados de buena fe, esta reflexión también podría cobijar al procurador Alejandro Ordóñez y sus fervorosos seguidores, quienes aferrados a sus creencias ven con buenos ojos que este se oponga al matrimonio gay, a la despenalización de ciertas drogas o al aborto terapéutico. La equivocación radica en que no los mueve la razón sino su fe religiosa, la cual les dice que si por ejemplo una hija suya fuera embarazada por un violador, la obligarían a parirlo, porque es “en defensa de la vida” que viene en camino, así la razón y el sentido común actúen en defensa de la vida de la víctima, la cual pasa a un segundo plano ante la aplicación del precepto religioso. ¿Por qué es más importante un simple embrión implantado en un útero contra su voluntad, que la vida de quien sufrió ese ultraje? Porque así lo determina el dogma, y punto. Decía Giovanni Guareschi que “cuando una estupidez se convierte en tradición, es muy difícil acabar con ella”. Es lo que ocurre cuando a unas personas se les discrimina (y abomina) por cuenta de su condición sexual, o cuando es visto como delincuente el que prefiere la marihuana al alcohol, o cuando –como acaba de ocurrir en El Salvador- la Corte Suprema de ese país le prohíbe abortar a una mujer que en pocos meses dará a luz a un bebé descerebrado que morirá al nacer. Es cierto que la humanidad ha llegado a un punto de ‘civilización’ en que a las mujeres ya no se les ve como brujas en potencia ni a los negros como seres inferiores, pero basta conocer las actuaciones y declaraciones de ciertos jerarcas, gobernantes o funcionarios en la cima del poder para comprobar que son muchos los equivocados de buena fe (y en Colombia son mayoría) que siguen haciéndole mucho daño al prójimo que no comulga con sus creencias. Y amén. @Jorgomezpinilla