A pesar de sus diferencias ideológicas, ambos caudillos son profundamente autoritarios. Convencidos de que son intérpretes omnímodos del pueblo soberano, pretenden realizar, ellos solos, transformaciones radicales de la sociedad. El primero busca “To make América great again”, una idea que todos los populistas comparten: hubo una “edad de oro” a la que hay que regresar.

Don Quijote la profesaba, lo cual le permitió a Petro compararse con el “caballero de la triste figura”, uno de sus quinientos mejores disparates desde que nos “gobierna”. Cree que es necesario extirpar el ánimo de lucro, propuesta que no incluye a la “economía popular”, que es también capitalista, y la explotación de hidrocarburos, primero en Colombia que en el resto del planeta. No le importan las consecuencias sociales para nuestro país.

Para cumplir la misión transformadora que sobre ellos directamente recae, las instituciones son un obstáculo, como lo son quienes las encarnan; por eso los acribillan de insultos. Trump ha logrado debilitar a la Corte Suprema, que allá ejerce el control constitucional, e intentado avasallar a los estados federales cuyas autoridades no se sometieron ante sus presiones para modificar los escrutinios en la pasada contienda.

Aquí se procura deslegitimarlas; no obstante, los jueces, un sector del Parlamento, buena parte de las autoridades regionales y la prensa, no se doblegan ante los recurrentes agravios del gobierno.

Ahora se arremete contra la Registraduría, que es un órgano autónomo, del cual depende la realización y el escrutinio de los procesos electorales, tarea que ha venido cumpliendo con transparencia y eficacia desde hace muchos años.

La última vez que tuvimos motivos para dudar de los resultados electorales fue en 1970, aunque entonces el poder electoral dependía del gobierno. Vaticino que Petro y sus abogados seguirán tratando, mediante maniobras jurídicas dilatorias, de impedir que el Consejo Nacional Electoral tome las decisiones que le corresponden. No se olvide que él fue el inventor de las “tutelatones”, un abuso mayúsculo. Se busca que transcurra la anhelada prescripción, que no lava pecados, pero sí los oculta.

Hoy culmina el proceso de votación en los Estados Unidos, que es muy distinto al nuestro. No existe un régimen electoral único; los ciudadanos no eligen directamente a los integrantes de la fórmula presidencial. Votan por candidatos al Colegio Electoral al que corresponde la decisión final. La dupla presidencial que gane en cada estado, así sea por un solo voto, se lleva la totalidad de los delegados. Como los escrutinios son descentralizados, los comicios reñidos y evidentes las fallas del sistema, es posible que el resultado oficial tarde semanas.

Si Trump gana, el mundo entero y su propio país vivirán un ciclo de alta incertidumbre. Es posible que la política de Estados Unidos en Oriente Medio y Ucrania tenga cambios radicales, y que quiera debilitar a la Otan, el mecanismo para la defensa colectiva de Europa. Promete incrementos de aranceles a China y sus aliados europeos, que rompen los compromisos internacionales de carácter multilateral, los cuales podría aplicar a México, Chile y Colombia, sin que le importe que con ellos tiene tratados comerciales vigentes. A nosotros puede que nos cobre algunas declaraciones imprudentes de Petro a favor de su adversaria (perdón por la redundancia).

Ha anunciado la deportación masiva de millones de inmigrantes, una tragedia humanitaria que desataría una crisis en sus países de origen y serios trastornos en Estados Unidos como consecuencia de la pérdida de mano de obra para ciertos trabajos. Las remesas que envían anualmente nuestros compatriotas residentes en ese país representan el 2,5 % del PIB, una fracción enorme. Aquí impactan la dinámica económica principalmente por la mejora en el consumo de los hogares. Parte de esa capacidad se perdería, a menos que aumentara el empleo para absorber a los deportados. No parece sencillo. Por algo se fueron.

Un compatriota residente en Beirut o Tel Aviv (no me quedó claro), en donde decidió instalarse pensando en mejorar la seguridad de su familia, me pregunta qué pasaría si Trump pierde.

Descartada la posibilidad de una guerra civil, que es una hipótesis extrema, es posible que sucedan brotes de violencia en Washington y en algunos estados. Las barras bravas que lo siguen, en este momento, estarán tratando de intimidar a los votantes presenciales. Es probable que al final del día anuncie su triunfo, sin que haya información oficial, y al margen de las proyecciones que suelen realizar las grandes cadenas de televisión.

Procurará perturbar el funcionamiento de las autoridades electorales en ciertos estados. Impugnará la decisión del Colegio Electoral por la supuesta existencia de fraudes en la votación anticipada. No escatimará esfuerzos para sabotear la posesión de la presidente Harris. En fin, la misma película con un par de salvedades: ya no tiene el control de los cuerpos armados; una porción de los revoltosos que se tomaron el Capitolio en 2021 está en la cárcel.

Habiéndole dado respuesta a aquel colombiano despistado, me replica con otra pregunta: ¿y si el petrismo pierde en 2026?

Lo primero que haría es lo mismo que hizo en 2018, cuando perdió contra Duque: denunciar, sin fundamento, que hubo fraude. De allí que constituya un precedente tan grave la estrategia de minar la credibilidad y capacidad de acción de la Registraduría. Ha intentado restringirle recursos presupuestales y ha impugnado ante la Fiscalía los contratos que ha celebrado para realizar esos comicios. Lo segundo, que una vez conocido el resultado de la justa electoral, proceda a convocar al “pueblo soberano” para evitar ese supuesto atropello.

Me parece difícil —no imposible— que Petro, al que imagino débil al fin de su mandato, esté en capacidad de gestar un nuevo “estallido social” como el de 2021. Las “primeras líneas” de entonces parecen desentendidas, aunque nunca se sabe. Los grupos armados —sus amigos en la paz total— están ocupados en sus negocios y meterse de revolucionarios, de verdad, y no como mera retórica, es riesgoso. Tengo certeza de que la Fuerza Pública no lo acompañará en un conato golpista. Con algunas pocas excepciones, la comunidad internacional no le apoyaría.

Briznas poéticas. De Rosario Castelllanos, poetisa mexicana: “Ahora estoy de regreso. / Llevé lo que la ola, para romperse, lleva /-sal, espuma y estruendo-, / y toqué con mis manos una criatura viva: / el silencio”.