Y antes que ellos, el pueblo Wari, que desde el siglo sexto construyeron su relevancia política y militar con base en la extensión y multiplicación de los andenes sobre toda la cordillera de los Andes que habitaban y dominaron varios siglos. Grandes obras civiles que maravillaron a los españoles, dieron origen al nombre de la cordillera (así el revisionismo antropológico lo niegue) y sustentaron la espectacular expansión del imperio Inca. Los andenes incaicos cubren miles de kilómetros de infraestructura para generar suelos cultivables y proteger templos y ciudades de la lluvia y los deslizamientos.

Y antes de los Wari los Nasca alcanzaron un esplendor basado también en las canalizaciones de las aguas de los ríos de alta montaña para irrigar sistemática y extensamente los valles Nazca y Palpa, donde construyeron durante varios siglos también su presencia histórica en el Perú antiguo.

Pero el pueblo y el Estado colombiano moderno no logran manejar el agua. No controlan los efectos de las lluvias, no canalizan sus ríos ni dirige sus aguas, no mejora sus suelos para la agricultura, como sí lo permitían las terrazas y andenes Incas y Wari.

Con los andenes los incas lograron el poder agrícola, aumentaron poblacionalmente, crearon el mayor imperio precolombino y crearon una enorme infraestructura de caminos y puentes desde el sur de Colombia hasta el norte de Chile para controlarlo.

Hoy, después de décadas de negligencia, nuestros gobernantes han encontrado la disculpa perfecta. Quienes tenían la responsabilidad de canalizar y recuperar los cauces, generar una infraestructura productiva en los campos, transformar los suelos y construir las carreteras, pasos y accesos que permitieran llevar la producción a los mercados nacionales e internacionales, hoy se escudan en el famoso calentamiento global para excusar su incompetencia y el desprecio.

Muchos estuvieron en el poder y hoy escriben y pontifican sobre las obras que no hicieron o no pudieron hacer. Otros pertenecientes a la izquierda secuestran una Bogotá abandonada, sometida a los malos mantenimientos y el decaimiento de sus sistemas de alcantarillado y recolección de aguas lluvias. Abandonaron interceptores, canalizaciones, redes matrices y quebradas. Aprobaron enormes y necesarios planes de expansión urbanística, sin expandir la infraestructura de soporte.

Ahora nos dicen nuestros que ellos no sabían que iba a llover tanto y se excusan diciendo que el mundo se va a acabar y que ellos no son los responsables. La realidad es otra.

Los eventos recientes no son señales del fin del mundo, son señales de la estupidez. Son señales de incuria. En Bogotá, claro que los recursos han estado allí, pero fueron malgastados en subsidios, subvenciones y burocracias inútiles e inoperantes. No se siguió el ejemplo de ancestros Incas que sabían que se podía moldear el entorno para fortalecer sus civilizaciones.

Aquí se concluyó que era más rentable políticamente promover el gasto y la repartija. Permitía no solo robar más, sino además crear clientelas políticas fieles para el voto comprado.

Los gobernantes de los de los partidos tradicionales, que hoy pontifican sobre lo que soñaron y no quisieron hacer o lograron hacer, y los de la izquierda que, como en Bogotá, odian la infraestructura y detestan el concreto porque no les permiten sobornar conciencias, se lamentan hoy como plañideras del mal estado de las infraestructuras que no arreglaron ni piensan arreglar.

Quienes gobiernan odian lo que somos y lo que hemos logrado como país. Prefieren amarrarse al poder que lograr el desarrollo que Colombia clama. Se escudan en los mitos nihilistas, en el fantasma del fin del mundo, para no hacer nada, no contratar nada, no definir nada, no invertir y no expandir la infraestructura de manejo hidráulico del país. Nos encierran en las ciudades, no hacen los pasos y accesos que garantizarán mayor competitividad de la economía.

Entonces, ¿cómo cambiar, cómo proteger a nuestras poblaciones de la catástrofe?

Cambiando de gobernantes. Llegando al gran consenso sobre el desarrollo, entendiendo lo que para los incas era fácil, sencillo y evidente: que sin infraestructura un pueblo no progresa, no se protege, no se defiende, no produce, no tiene agricultura, ni tiene cultura pecuaria verdadera.

El futuro de los pueblos no está en sacrificar vírgenes y bebés a los dioses del medio ambiente, ni en el hambre, ni en la falta de progreso, ni en costosos cacharros importados para captar el sol o el viento.

El futuro del pueblo colombiano está en gobernantes que logren un consenso entre jueces, economistas, académicos, educadores, ingenieros, inversionistas nacionales y extranjeros, alcaldes y gobernadores para finalmente hacer esa infraestructura que sabemos cuál es y que durante décadas hemos postergado.

El ejemplo contrario es el de Petro que recién inaugurado como presidente de la República, ordenó precisamente la suspensión de las obras que, después de muchísimas décadas, por fin, se iban a iniciar en la Mojana para regular los cauces de sus ríos y ciénagas y devolverle a estas zonas no solo tranquilidad para sus residentes sino mayor productividad agropecuaria que tanto necesitamos.

Nada se hará. Los recursos de la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres (Ungrd) no solucionarán nada. Se irán en mercaditos y subsidios para la gloria electoral de Petro y el Pacto Histórico. En 2023 lloverá de nuevo y vendrá una nueva oportunidad de entregar más ayudas. ¿Para qué arreglar los problemas?

Con Salvación Nacional no tomaremos la ruta al pasado. Haremos las APP y los proyectos no se olvidarán en las gavetas. Cuando llueva no habrá discursos y gabelas. Cuando llueva la infraestructura protegerá a la gente, sus bienes y la producción.