Jesús Abad Colorado, en un documental sobre el conflicto titulado El testigo, menciona que la paz no es el silencio de los fusiles, como desde el 2016 algunos proclamaron con una grandilocuente vanidad. La paz, añadiría, también es el silencio del odio. La Comisión de la Verdad (CEV), creada con el acuerdo de paz con las Farc de 2016, tenía la misión de reparar la historia y sus víctimas dentro del conflicto colombiano; no obstante, terminó construyendo lo que se propusieron destruir: juicios, narrativas, estigmatizaciones y señalamientos falsos. Los miembros de la fuerza pública han sido unos de los principales blancos de sus ataques.
Por medio de la Ley 1448 de 2011, cualquier persona que, desde el 1 de enero de 1985, haya sufrido alguna afectación en el marco del conflicto armado en Colombia puede ser reconocida como “víctima”. A pesar de que los miembros de la fuerza pública son mencionados dentro de la ley, una investigación de la Universidad Sergio Arboleda titulada Aporte a la verdad: contexto de la fuerza pública para la memoria histórica, afirma que estos tienen un papel muy secundario respecto a las víctimas civiles.
Con corte a abril de 2024, los grupos armados organizados han dejado 475.683 víctimas de nuestra fuerza pública; 475.683 tragedias de una guerra que ningún uniformado desearía continuar, ya que, como dijo el general estadounidense Douglas MacArthur: “Nadie más que el soldado ora por la paz, pues es quien ha de sufrir las más hondas heridas de la guerra”. Aun así, algunos tienen el atrevimiento de igualar su estado y condición al de quienes se han alzado en armas contra la población, actuar que algunos parecieran justificar.
La estigmatización contra miembros de la fuerza pública existe y se ha dirigido desde el radicalismo de una izquierda radical. Esos señalamientos han permitido que la verdad que está detrás de miles de personas que portan el uniforme sea opacada por la generalización de la institución, por algunas manzanas podridas o con falsas narrativas que permiten llamarlos asesinos, victimarios o incluso cerdos. El excomisionado de la verdad Carlos Guillermo Ospina, mayor retirado del Ejército, padeció esas estigmatizaciones.
Dentro de la comisión, que supuestamente iba a brindar una mirada holística y responsable del conflicto, se revictimizó al mayor Ospina solo por haber portado el uniforme. La comisión dirigida por el padre De Roux no publicó ninguno de los ocho simposios realizados por el excomisionado, se le tildó de ser enemigo e infiltrado para destruir la CEV, cuando fue él quien inicialmente confió en la oportunidad de participar de dicha entidad, e incluso se le borró de la página web oficial en la que presentan a los comisionados.
A pesar de todos los obstáculos, Ospina no renunció, hasta que llegó la gota que rebozó la copa: no le iban a permitir hacer públicas las razones por las cuales votaba negativamente a la aprobación del informe final. “Me he visto superado por la voluntad de las mayorías”, afirmó el excomisionado en una carta en la que expone su difícil paso por la CEV. En esa misma carta, afirma que un amplio sector de la entidad tiene posturas antimilitaristas que facilitarían la estigmatización y las narrativas en contra de dicho grupo. ¿Dónde quedó la objetividad de la verdad?
En el informe final, se ve con claridad su desagrado por los miembros de la fuerza pública. Con respecto al atentado de las Farc en 1996 con el burro bomba en Chalán, Sucre, la CEV deja entrever que la víctima principal del atentado fue el burro y no los 13 policías que fueron asesinados ni sus familias. Puede ser cierto que, con el atentado, se haya estigmatizado un símbolo del trabajo del campesino, pero la desconfianza en el pueblo, como lo relaciona la entidad, no viene de la Policía, viene de la guerrilla ¿Dónde se enfatiza en la responsabilidad de las Farc?
La publicación del segundo informe de la Comisión Civil para el Esclarecimiento de la Verdad (CCEV), una entidad de la sociedad civil que busca hacerle un contrainforme a las verdades ocultas o tergiversadas de la CEV, es un aporte específico a la verdad de las víctimas militares y policiales que han buscado omitir desde muchos sectores. Mi participación en dicho informe es un capítulo que tiene la misma titulación que esta columna.
La verdad sobre el conflicto en Colombia es una urgencia que nos compete a todos, en especial a quienes lo han vivido en carne propia. El sacrifico de nuestros uniformados no ha sido en vano y su verdad será reconocida. Estos son mecanismos para agradecerles su entrega, que muchas veces ha sido menospreciada.
¡Gracias, héroes!