En Panamá, el candidato del expresidente Martinelli, José Raúl Mulino, ha sido elegido presidente. Todos los candidatos presidenciales en las elecciones de este país tuvieron como uno de los temas principales de sus campañas el de la migración procedente de Colombia a través del Tapón del Darién. Una de las propuestas de Mulino, que ha reiterado ya como mandatario electo, es la de construir un muro en la frontera entre los dos países.
Aunque es comprensible la angustia que produce en los panameños ese complejo problema, la frontera colombo-panameña es posiblemente la más compleja de las fronteras colombianas: húmeda y pantanosa, con ríos traicioneros, serranías abruptas, cruzada de parques naturales nacionales y reservas indígenas.
El presidente electo, un poco ingenuamente, afirmó que para tal efecto se podría solicitar ayuda a los Estados Unidos. Lástima que no haya recorrido esa frontera. Debía hacerlo, si es que el Clan del Golfo se lo permite.
Aunque el proyecto sería binacional, a Colombia le podría costar varios millones de dólares. Eso sería muy bien recibido en algunos sectores ya que se constituiría por varios años en un “cajero automático”, mucho más jugoso que los carrotanques en La Guajira.
Algunos creyeron que después de la caída del muro de Berlín habían desaparecido los muros y que sólo subsistirían algunos: la zona desmilitarizada entre las dos Coreas, el Berm de Marruecos en el Sahara Occidental, el establecido por Túnez en la frontera con Libia, la Línea Verde en Chipre, la barrera electrificada entre India y Pakistán en el Kashmir, las Pacelines en Belfast o el muro de Palestina. No fue así.
En los cinco continentes hay múltiples muros fronterizos no sólo en la frontera entre Estados Unidos y México, sino otros ignorados, así como fronteras erizadas de alambres de púas y de minas antipersonas, vigiladas con perros, torres con reflectores y sirenas de alarma, como en los campos de concentración nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Aunque muchos son para impedir el ingreso de migrantes, los hay también para protegerse de enemigos o de terroristas.
En nuestro país, años atrás, una distinguida senadora del Cauca propuso dividir su departamento en dos partes. Pero si fuera así, habría que construir un muro entre ellas. El problema es que como están las cosas en Colombia, el precedente se extendería a varias zonas y pasaríamos a la época de los príncipes alemanes con sus feudos y ejércitos particulares, similares a los que Carlos V, por intermedio de sus enviados, “convenció” con dineros aportados por una casa de banqueros alemanes de Augsburgo, de que lo eligieran emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. El monarca no aparecía: todas las componendas las hacían sus subalternos.
No pagó la deuda oportunamente, pero les cedió a los banqueros la provincia de Venezuela.
¿Habrá mucha diferencia en Colombia, entre los tiempos de Carlos V y el momento actual?