Luego de una de las campañas más pugnaces y desafortunadas en la historia de Colombia, Gustavo Petro ha resultado ganador.

Concluida la euforia, los festejos y las especulaciones sobre los cargos públicos, a partir del 7 de agosto le llegará el momento de gobernar en un complejo entorno con un país dividido casi en partes iguales, pero cargado de resentimientos.

No fue el caso de la victoria de Chávez en Venezuela en 1998, cuando también con un país hastiado de la corrupción y de la política tradicional, obtuvo el 57 por ciento de los votos, contra el 40 por ciento de su contendor. Además, con la diferencia de que Chávez había sido solo un militar golpista, mientras que Petro ha estado incrustado en ese medio por más de 20 años.

La política exterior no fue un tema fundamental de la campaña. Sin embargo, hay unos aspectos en los que no existen muchas alternativas de manejo: Estados Unidos, Venezuela, Nicaragua y Cuba. Lo que no quiere decir que sean las únicas piezas del rompecabezas.

Petro ha anunciado que dará los pasos necesarios para restablecer las relaciones con Venezuela. En eso estaba de acuerdo su rival.

Pero dicha medida no se puede adoptar de la noche a la mañana. La presencia de Petro podrá contribuir a dejar de lado las crispadas relaciones que han sido factor de tensión e intranquilidad para los habitantes de la frontera y, en general, para los dos países.

Implicará el alejamiento con Guaidó. Aunque será un cambio de línea, eso ya ha empezado a darse no solamente dentro de la oposición venezolana, sino por parte de los Estados Unidos y otros Estados. Generará expectativas y preocupaciones a la oposición más activa en Venezuela, pero eso no tiene solución.

Sin embargo, dos países con una frontera de 2.219 kilómetros, una de las más peligrosas del mundo, con la presencia de grupos armados colombianos, con una importante población de origen colombiano en Venezuela y con más de dos millones de venezolanos en nuestro país, no pueden darse la espalda indefinidamente.

Las relaciones con Cuba recuperarán necesariamente la normalidad, independientemente de la inmodificable posición del Gobierno de La Habana de no extraditar a los líderes del ELN que se adjudicaron la autoría del atentado contra la Escuela de Policía General Santander. Jamás la revolución cubana ha extraditado a un guerrillero de cualquier nacionalidad. Se abrirá así el camino para entrar a negociar con el ELN, lo que ya había sido anunciado por el nuevo presidente.

De la misma manera, está el caso con Nicaragua. No por el diferendo pendiente, sino porque las relaciones diplomáticas han quedado en una situación crítica. Se acerca además un nuevo fallo de la Corte Internacional de Justicia.

Ni Colombia ni Nicaragua han logrado plenamente sus reclamaciones. Pero objetivamente, y no obstante todo lo que se ha dicho, el fallo tuvo ventajas importantes para Colombia. Sería absurdo dejarlas de lado y mantener una situación de confrontación que nos ha seguido como sombra desde hace más de 50 años.

El diálogo con Nicaragua será indispensable además para hacer los ajustes que se requieran a los fallos y Petro puede aprovechar que no genera rechazo en ese país, para normalizar la situación y contribuir a que el Caribe se transforme en un área de cooperación y de acción conjunta. No es conveniente ni para Colombia ni para Nicaragua que sea un área perenne de tensión y confrontación.

Los Estados Unidos han anunciado su disposición de mantener un diálogo cordial con el candidato que resultara electo. Los que creen que adoptará una posición beligerante frente a Petro, están equivocados. Washington no tiene amigos, tiene intereses, más en este momento que en cualquier otro. Además, Petro debe ser el primer interesado en tener una relación cordial con los Estados Unidos.

Con la política exterior, el nuevo presidente tendrá la oportunidad de salir del parroquialismo y proyectarse como estadista.