Al principio pensé que Álvaro Uribe cometía un error garrafal, que adoptaba una decisión denigrante. Como exjefe de Estado jamás debería renunciar a su curul, siguiendo la estela de politiqueros baratos. Lo suyo era permanecer bajo la tutela de la corte hasta el final, así jugaran con trampas y estuviera condenado de antemano. Si se las da de líder frentero y valiente, lo lógico habría sido caer con las botas puestas y dejar en evidencia el sesgo del alto tribunal.     Pero después de conocer detalles del caso, unos por entrevistas en el programa Al Ataque y otros por quedar todo el proceso al descubierto, gracias a que Vicky Dávila lo consiguió completo (adiós a las filtraciones interesadas), lo mejor para el país será que lo investigue la justicia de ruana.

El veredicto podrá contar con el respeto de ambas partes si ocurriera el milagro de entregar el expediente a un juez honesto, experimentado, de prestigio y con pantalones, capaz de ignorar las presiones. Pero que no se confunda nadie. Acudir a la Justicia ordinaria no significa que lo absuelvan. Solo que existe la posibilidad de que vean el caso con imparcialidad. Y no será fácil porque las pruebas dejan de nuevo al descubierto un sistema judicial turbio, sinuoso, pestilente, discrecional, tramposo. No es lógico que un senador pueda mejorar las condiciones carcelarias de un testigo, consiga exilios y plata para su familia solo para consentirlo porque ataca a su enemigo. Privilegios que el recluso sabe que perdería en caso de guardar silencio o cambiar de versión. Salvo que la parte contraria ofrezca un futuro más prometedor y él crea que le cumplirán.   De todo lo que vamos conociendo, me voy a referir a cuatro días claves en el estrambótico proceso: del 20 al 23 de febrero de 2018. Martes 20, 5.30 p. m., unos amigos del congresista Álvaro Hernán Prada le presentan a un tal Caliche en Neiva. No hay mucho tiempo para conversar, se encuentra en plena campaña electoral. Caliche ofrece ir a La Picota y que Monsalve rectifique. Prada, que no está al tanto del proceso, habla por celular con Uribe y transmite el mensaje. El ex da luz verde. Más tarde Caliche le escribe que no pudo viajar y sigue el 21 con una ristra de mensajes de WhatsApp que Prada nunca contesta. Le parece un farsante. Lo que no puede sospechar es que Iván Cepeda y la Corte Suprema lo acaban de meter en su trama y lo terminarán implicando con acusaciones falsas.

Día 22. El Colectivo de Abogados José Alvear, que están al acecho, pone una denuncia contra Prada y Uribe por los “hechos” acaecidos entre el 20 y el 21. Día 23. Una magistrada auxiliar, complaciente con Iván Cepeda, acude a La Picota para entrevistar a Monsalve y averiguar sobre los abogados Cadena y Lombana. Se permite hacer chistes y soltar carcajadas, acorde con el espíritu de compadreo con que realiza la diligencia. Cuando Monsalve le cuenta que no solo pretendían trasladarlo a Valledupar sino que lo sacaron, como al resto de reclusos, de un buen pabellón donde ya no puede cocinar su comida, la togada parece inquieta. Monsalve sale en su rescate y la tranquiliza. “Yo le comenté a Don Iván”, informa, y la magistrada parece recobrar la calma. Don Iván frenará el traslado y logrará la cocina en una casa fiscal. Ya en años anteriores Monsalve, que se había inventado un pasado paramilitar con foto de camuflado incluida, recrea un intento de envenenamiento en Cómbita, según denunciaron compañeros de patio. Pero logra su objetivo: traslado a La Picota, donde la vida del recluso es más relajada, máxime con un poderoso padrino. Lo de menos para la corte es que Prada haya demostrado, con pruebas y testigos, que no hubo nada con Monsalve, como confesó Caliche y confirmaron las interceptaciones telefónicas a los dos, así como los mensajes de WhatsApp extraídos de forma profesional confirman. La verdad solo le ha servido para que no se atrevieran a meterlo preso. Contra él solo quedan unas supuestas fotocopias que entregó Iván Cepeda de los mensajes que Caliche escribía a Monsalve. Uno de los momentos estelares del singular y amistoso encuentro entre la magistrada y el testigo estrella se produce cuando pregunta sobre la relación con el abogado Cadena. Monsalve asegura que lo conoció el 22 de febrero, en la sala destinada a letrados. Lo vio sentado con su abogado, dice Monsalve, para admitir a continuación que pese a ser su cliente, ha olvidado su nombre. La magistrada, siempre cordial, le interroga sobre el aspecto físico del abogado.

“¿Es mono, blanco, negro?”, pregunta con desparpajo. Monsalve describe un color indescifrable. “¿De cuántos años? ¿Ojos de qué color? ¿Carirredondo? ¿Carialargado? ¿Qué acento? ¿Nunca lo había visto antes?”, insiste, entretenida con el juego de adivinanzas. No se molestó en disimular, seguro que nunca pensó que esta partecita la conoceríamos, no la podrían recortar. Por último, una súplica a Don Iván. Me dicen en La Picota que aunque Monsalve vive cómodo en la casa fiscal destinada al director, la soledad lo tiene aburrido. Llévele unas amigas.