No podemos permitir que nuestros jóvenes tengan como referente a Pablo Escobar, a sus sicarios o, en general, a cualquiera de los mafiosos que los medios de comunicación han contribuido a glorificar. La mayoría de series de televisión, libros y entrevistas con narcos no han hecho más que alimentar una especie de fascinación morbosa y absurda por un fenómeno que solo nos ha traído muerte, violencia y sufrimiento a los colombianos. Es triste e indignante que haya “narcotours” que promueven una imagen completamente distorsionada de lo que hizo Escobar, pero es mucho más preocupante que los medios de comunicación, así como algunos artistas y deportistas, hayan contribuido a promover esos referentes traquetos en las nuevas generaciones de colombianos.Duele, cada vez que vemos un joven ignorante con una camiseta de Pablo Escobar en cualquier ciudad del exterior. Duele cada vez que alguien se toma una foto con la avioneta de Escobar en la hacienda Nápoles. Duele por las víctimas que lo enfrentaron, duele por el sino trágico que su vida ha representado para muchos en este país. Duele por los niños que murieron en sus atentados o quedaron huérfanos por sus crímenes, duele por las mujeres que quedaron viudas por sus designios infernales. Duele más, inclusive, cuando uno se da cuenta de que, a pesar de todo el daño que hizo, existe en nuestro propio país, e inclusive en la ciudad que más sufrió por su violencia (Medellín), esa fascinación inexplicable por el criminal.Desde hace años vivimos con la preocupación por esa proliferación de la cultura traqueta. Aunque el narcotráfico sigue siendo un grave problema, ya no hay grandes capos que amenacen la supervivencia del Estado, pero su legado de muerte se ha convertido en un legado de valores invertidos que promueven el dinero fácil, la trampa, el atajo, la cosificación de la mujer, entre muchos otros valores perversos. La cultura traqueta ha tenido una influencia nefasta inclusive en lo que se considera patrones de belleza. Pero hasta ahora poco hemos hecho para detener esa tendencia.Nos dicen que lo que pasa es que las historias de los buenos no venden, mientras que las de los malos son el ingrediente perfecto para enganchar a un televidente o a un lector. Falso. Muy pocos –hay que reconocer que los hay- se han puesto en la tarea de contar la historia de quienes enfrentaron, de manera solitaria, en una batalla desigual, a ese monstruo del poder criminal del narcotráfico. Policías, jueces, periodistas y políticos que, como verdaderos héroes de guerra, decidieron defender a la sociedad de esa amenaza mientras sectores cobardes o cómplices decidieron cohonestar con ese flagelo o, peor aún, ser aliados silenciosos que hoy posan de próceres y adalides de la lucha contra el narcotráfico.Son historias fascinantes de valentía, de entrega, de compromiso, de patriotismo en medio de esa guerra tan dolorosa que por supuesto hay que contar. Un escolta que, a pesar de recibir una ráfaga de ametralladora en su estómago, alza a su protegido y lo lleva hasta el carro para tratar de salvarle la vida. Un juez que decide cumplir el juramento que le hizo a la sociedad, aunque sabe que su decisión contra un narcotraficante lo llevará a una muerte segura a la salida del juzgado. Un periodista que, apenas con su máquina de escribir como arma, decide escribir su propia sentencia de muerte al destapar el prontuario criminal del narcotraficante más peligroso. Un candidato presidencial que decide jugarse la vida para impedir que la mafia se tome el poder en Colombia. De este tipo hay centenares de historias por contar, pero no hemos sido capaces de hacerlo.Por esto resulta esperanzador lo que le hemos oído al alcalde de Medellín, Federico Gutiérrez. Él no solo ha levantado su voz cuando un artista internacional hace eco a esa cultura traqueta. Hace pocos días anunció que va a tumbar un símbolo de la ilegalidad, el edificio Mónaco, para hacerle un homenaje a quienes defendieron la legalidad. Gutiérrez entendió muy bien, y ojalá así lo entiendan los demás líderes de todos los sectores de la sociedad, que llegó el momento de enfrentar esa cultura traqueta con la otra cara de la historia. Con la cara de la historia que nos va a decir quiénes sí son verdaderos héroes, quiénes salvaron vidas, quiénes libraron de manera solitaria una lucha que nos correspondía a todos, llegando incluso a entregar sus vidas para defender nuestra libertad, nuestra democracia, nuestros ideales. Llegó el momento de que la historia la escriban esos héroes y que sean ellos los referentes de las nuevas generaciones. La actitud del alcalde Gutiérrez debe ser la de todos los colombianos, desde el Presidente para abajo. No es un reto fácil. Pero si de verdad queremos que se restablezca el orden de los principios y valores en nuestra sociedad, tenemos que asumirlo. No podemos dejar que los traquetos y criminales escriban nuestra historia.