“Es una traición que proviene de las entrañas” fueron palabras del comandante del Ejército para referirse a los generales y coroneles, cuyos patrimonios criminales quedaron expuestos con la Operación Bastón. Aunque el país lleva décadas escuchando noticias e investigaciones sobre los vínculos de algunos militares (y policías) con narcos, paramilitares, contrabandistas y secuestradores. Lo que se conoció la semana pasada no tiene parangón en la historia de nuestra fuerza pública. Ya se sabía (por otro informe de SEMANA) que un general era investigado y hoy se encuentra detenido, por venderle armas, salvoconductos, información y protección a los narcos mejor organizados y financiados de Medellín. Los hallazgos de la contrainteligencia militar (difundidos por SEMANA y la W Radio) ahora le suman otros dos oficiales de insignia a la lista de traidores, el uno es acusado de trabajar nada menos que para las Farc y el otro para la inteligencia del régimen venezolano. Con tres generales bajo la lupa de traición a la patria, aquí ya no cala el discurso de las “manzanas podridas”, las “investigaciones exhaustivas” ni de la “cero tolerancia contra la corrupción”. Profundo dolor da recordar las emboscadas y campos minados donde cayeron por tantos años nuestros soldados y suboficiales, mientras enfrentaban a las Farc-EP. Ahora sabemos de la existencia de investigaciones internas (que adelantaron oficiales de menor rango sobre sus superiores), en las cuales aseguran que un general de la república recibía maletines de efectivo a cambio de coordenadas y planes operacionales. En los 53 años que duró la guerra contra las Farc, la inteligencia militar no logró que un miembro del estado mayor o el secretariado se “volteara”, ni por plata, ni por miedo. En cambio ellos sí. El capítulo más preocupante de la Operación Bastón es el de los nexos con Venezuela. Mientras Nicolás Maduro sigue consolidando el respaldo directo y permanente de la inteligencia cubana y rusa. En Colombia estamos perdiendo buena parte del apoyo de las agencias exteriores de inteligencia. Hace dos meses los británicos cerraron el grupo operativo (Graus) que operaba con la Fiscalía desde hacía más de veinte años. Esta unidad sin hacer ruido, fue determinante en muchos de los resultados estratégicos contra las cabezas del narcotráfico y el terrorismo. Ni el fiscal general ni el ministro de Defensa se inmutaron con este “Goodbye”. Como poco conocen lo que tienen, poco valoran lo que pierden. Por el mismo camino de salida de los ingleses van las agencias norteamericanas, la razón es la misma: pérdida de confianza, uso indebido de los recursos asignados y corrupción entre las cabezas de la inteligencia militar. Mucho antes de que los medios desempolvaran las carpetas de Bastón (que llevaban casi dos años engavetadas). En la embajada de EE.UU. ya sospechaban de las coimas bolivarianas que recibió otro general colombiano, esta vez por entregar los nombres y las fachadas con las cuales se le hacía inteligencia estratégica al régimen venezolano. Las redes y capacidades de inteligencia exterior se cocinan a fuego lento, toman años para que se asienten, penetren y produzcan resultados. Por esto, la revelación de esta traición resulta tan crítica para la seguridad nacional. Terminó comprometida la vida de nuestros oficiales y agentes de inteligencia, se destruyó un trabajo conjunto de muchos años en la frontera y nos deja más expuestos que nunca frente a las audacias y ocurrencias del manicomio de Caracas. Frente a las evidencias que señalan de traición a tres generales, ha habido dos tipos de reacciones para destacar. De un lado intervienen los negacionistas y los ingenuos (que se dejan convencer de los anteriores), cuya principal vocera es Salud Hernández. Su teoría conspirativa se resume en que aquí no ha pasado nada, que toda la Operación Bastón es “otro” montaje (este vendría siendo el sexto) del general Alberto Mejia, excomandante de las Fuerzas Militares y embajador en Australia, con el único propósito de tapar su supuesta estela de corrupción. Además para ganar audiencia, le meten una dosis alta de polarización política y enlazan esto con el proceso de paz. Todo el paquete lo promocionan sin pruebas y a todo volumen. Para entender mejor la estructura argumentativa de estos legionarios del negacionismo y sus ingenuos aliados, recomiendo la lectura de cualquier texto básico de psicología criminal en donde se hable de la teoría de neutralización. Un pequeño anticipo: “La mayor parte de los delincuentes comparten los valores convencionales de la sociedad, de modo que lo que aprenden son ciertas técnicas capaces de neutralizarlos, racionalizando y autojustificando así la conducta desviada de los patrones sociales” (Sykes y Matza, 1953). Del lado opuesto y por fortuna, están los que más importan. El ministro de Defensa (quien a propósito se juega su candidatura presidencial con este asunto), el comandante del Ejército y la mayoría de los miembros de la junta asesora de generales, quienes hasta ahora han sido coherentes en la toma decisiones de acuerdo a la evidencia. De la profundidad y la continuidad de las medidas discrecionales que se adopten, depende que nunca más ni uno, ni dos, ni tres generales de la república se vuelvan a enriquecer con la traición.