Al presidente Duque le tienen contabilizados los viajes que ha realizado al exterior desde que tomó posesión: diez y siete en total hasta la semana pasada, si es que no ha salido otra vez en los últimos cinco días y no nos hayamos dado cuenta. Le han llovido críticas, incluso de sus propios partidarios. En muchos países, entre ellos en Colombia, existe un síndrome de “orfandad colectiva” cuando sus jefes de estado viajan al exterior. Ese sentimiento se expresa en críticas que van desde la “lujosa comitiva” que lo acompaña y los “enormes gastos” derivados del costo de la gasolina del avión que transporta al presidente, hasta la de la “absoluta inutilidad” de la visita. Se critica también en casi todos los países que el mandatario se haya ausentado en medio de los “acuciantes problemas del país”, sea por la interrupción de una vía, el paro de un sindicato o por el combate entre un grupo armado y la policía local. En el caso de Colombia, como desde hace muchísimos años no hay un día sin problemas, si las salidas presidenciales solo se pudieran hacer cuando no los hubiera, el presidente tendría que resignarse a permanecer siempre en el país. Es más, en criterio de algunos, incluso permaneciendo en Bogotá como el erudito expresidente Miguel Antonio Caro, que se preciaba de hablar latín y griego, aunque sólo había llegado hasta Sopó en las goteras de la capital. El presidente Misael Pastrana Borrero señalaba al final de su administración que solo se había ausentado del país durante cuatro días para asistir a la conmemoración del sesquicentenario de la Batalla del Lago de Maracaibo. Asumió la presidencia, el designado, el médico huilense Rafael Azuero Manchola. Su posesión fue con discurso en la plenaria del congreso, banda presidencial y las escuelas militares rindiendo honores en la plaza de Bolívar. Como era lo acostumbrado, ofreció después de su posesión una concurrida recepción en el palacio presidencial. Su “presidencia” estuvo enmarcada por el incendio del edificio de Avianca, que conmocionó al país. No faltaron algunos que dijeron que, si Pastrana no hubiera viajado, el edificio no se hubiera incendiado. En 1976 Colombia, adelantándose a muchos estados latinoamericanos, logró negociar con el Ecuador en un tratado muy favorable sobre delimitación marítima. En el Ecuador estaba en el poder un gobierno militar de facto presidido por el general Guillermo Rodríguez Lara, que generaba el rechazo de varios países del continente. El gobierno ecuatoriano pidió que el tratado fuera firmado en Quito en presencia de los respectivos mandatarios. López Michelsen aceptó. En Colombia de inmediato surgieron severas críticas “¿Para que un tratado que traza una línea imaginaria en el mar? Esa son ganas de viajar”. ¿Cómo es posible que un gobierno democrático le de la mano a un dictador?”. No obstante López viajó y el tratado se firmó. Nos hubiéramos arrepentido durante muchas décadas de no haberlo hecho. Naturalmente que después del viaje al exterior de un primer mandatario, se lo califica en el ámbito doméstico con la ayuda de los medios de difusión amigos, como un éxito sin precedentes, hasta el punto de que una ocasión en algún país se afirmó que el mandatario había sido acordado como mediador para el problema árabe-israelí y por lo tanto desde entonces candidato al Premio Nobel de Paz…vaya…vaya. (*) Decano de la facultad de ciencia política, gobierno, relaciones internacionales de la universidad del Rosario.