Luego de tres semanas, el dictador de Venezuela no ha publicado las actas que, supuestamente, demuestran su victoria en la pantomima de elecciones. Todo indica que la apuesta de la troika de Petro, Amlo y Lula se va cumpliendo: dejar que el tema se olvide de la agenda internacional. Cada día sin que Petro y sus colegas le exijan al dictador que acepte que perdió y que detenga la violación de los derechos humanos de los opositores, a quienes están secuestrando por el crimen de resistirse a la dictadura, demuestra que la troika está de acuerdo con el fraude y con el genocidio que se vive en la hermana república.

Maduro ya ni se molesta por argumentar que va a presentar las actas, y sin pudor (los sociópatas carecen de él) afirmó: “No le vamos a entregar a esta oligarquía fascista el poder político”.

¿De cuál oligarquía habla el dictador?

Para “el carnicero de Miraflores”, la oposición es supuestamente fascista y por oligarquía se refiere a los 8 millones de venezolanos que huyeron de su país por la falta de oportunidades de trabajo, la destrucción del aparato productivo, el hambre, la miseria y la restricción de las libertades civiles y políticas. El verdadero asesino de los venezolanos es Nicolás Maduro, que, además, ha dejado en evidencia el silencio cómplice y hasta complaciente de Lula, Amlo y Petro.

El rey de los comunicados inservibles y groseramente permisivos con la dictadura es el canciller Luis Gilberto Murillo, quien se graduó de verdugo cuando afirmó que “seguimos en contacto con todos los sectores oficiales y políticos en Venezuela, en un esfuerzo diplomático conjunto y constructivo entre Colombia, Brasil y México; siempre respetando la soberanía del vecino país, la no injerencia en sus asuntos internos y el respeto por los derechos humanos”.

¿Hay derecho a tanta mentira? ¿Es que acaso el “demócrata” canciller colombiano no es consciente de que quien irrespeta la soberanía del pueblo venezolano es el dictador Maduro? ¿Qué necesitan Petro, Lula y Amlo para darse cuenta de que en Venezuela se vive una masiva violación de derechos humanos? ¿Les pesan más los secretos o los negocios?

La insensatez también viene del Gobierno de Lula. El asesor para asuntos internacionales de Brasil, Celso Amorim, sugirió que se repitieran las elecciones venezolanas. Nunca aclaró por qué repetir unas elecciones que ya demostraron el inconformismo del pueblo venezolano con el abuso de poder y la corrupción de Maduro.

Al presidente Petro lo hemos visto obsequioso y silencioso y, sin duda, tomando nota de la inacción de la comunidad internacional ante el desvarío asesino de Maduro. Nada le sirve más al plan de Petro de quedarse en el poder que adoptar las formas grotescas de la dictadura que inició Hugo Chávez en 1999 y que continúa hasta nuestros días Nicolás Maduro, en las que brillan la trampa, la estafa y la opresión.

En dos años, Petro ha avanzado en destruir la institucionalidad del país y en empobrecer a la clase media y al sector empresarial. Esto no es producto del azar, sino de la enferma creencia del mandatario de que la enriquecida clase media “se vuelve de derecha”. Así, Petro crea una dependencia viciosa a los subsidios y promueve el caos y la inestabilidad en el largo plazo. Dirán los “progres” que nada de esto es cierto y que, milagrosamente, este Gobierno sacó de la pobreza a 1,6 millones de personas, cifra que no coincide con la apabullante realidad de miseria y pobreza que vemos en las calles y que afecta, sobre todo, a miles de niños y ancianos.

La reforma tributaria de Petro les restó espacio a las posibilidades de crecimiento del sector productivo y de la clase media. El “cambio” acabó con un sistema de salud mundialmente reconocido por sus resultados en calidad y cobertura. Además, está empecinado en “manejar” el ahorro pensional de 18 millones de personas y, más recientemente, el líder galáctico reveló su iniciativa de inversión forzosa para disponer (¿expropiar?) el ahorro privado. Petro no quiere desarrollo ni crecimiento, quiere una pobreza dependiente de su supuesta magnanimidad; ansia perpetuarse en el poder a punta de subsidios y de quitar del medio a la oposición, que se opone a sus desvaríos. Petro está acabando con el capital y la economía de los colombianos, como lo demuestra la destrucción de Ecopetrol, liderada por el siempre “amigo” de Petro, Ricardo Roa.

Otra arista del plan de Petro es menoscabar la independencia de la Rama Judicial. En poco tiempo, el mandatario tendrá sus fichas en el Consejo de Estado, que, hasta ahora, ha sido un muro de contención jurídico al desastre del “cambio”. También, Petro ha demostrado que no le tiembla el pulso para irrespetar los fallos que le incomodan. Así sucedió con la anulación del nombramiento del embajador en México, a quien, de manera desafiante, volvió a nombrar. ¿Quién frena entonces la arbitrariedad y el abuso de poder del presidente?

Esta cooptación puede llegar a la Corte Constitucional, lo que le facilitaría a Petro el camino a su reelección, la cual defenderá con el argumento de “salvar a la patria de la oligarquía fascista”. Claro, si pierde, tendrá en Maduro el apoyo que necesita para impulsar una “dictadura constitucional” en Colombia.

Desde 2020, advertimos de los riesgos para la democracia del perverso modelo castrochavista. Fuimos ignorados, señalados y burlados. Hoy, ad portas de que este modelo invada como un cáncer la democracia del país, se requiere un liderazgo que promueva la unidad, la coherencia y la cordura. Este es el camino para superar el enorme desastre que Petro entregará, si Dios lo permite, en 2026. Es necesario que repitamos la advertencia: el castrochavismo es real y Petro quiere imponerlo en Colombia.