No recuerdo escándalo ante las violaciones de la democracia por un gobierno de América Latina semejante al que se da hoy sobre el de Venezuela que encabeza Nicolás Maduro. Ni ante el de Augusto Pinochet en Chile con sus miles de torturados y asesinados, ni ante el de los generales de las Juntas argentinas con sus miles de desaparecidos, ni ante el de los generales uruguayos con sus miles de presos, ni ante el de los generales bolivianos, ni ante el de los generales brasileños. ¿Recuerda alguien que se le impusieran sanciones económicas a Pinochet, o políticas, o siquiera morales por haber derrocado a bombazos al gobierno legítimo de Chile y asesinado a decenas de millares de personas? No. Se le dieron premios. Inversiones, préstamos, condecoraciones. Fue a visitarlo el papa. Se le ayudó a amasar una gran fortuna personal mientras se mantuvo en el poder durante cerca de veinte años. Pinochet llegó al extremo de asesinar a sus adversarios con una bomba terrorista en plena ciudad de Washington sin que al gobierno de los Estados Unidos se le ocurriera darle ni siquiera un tirón de orejas. Los demás gobiernos de América no dijeron ni mu: así se traducía lo que en términos diplomáticos se llama la Doctrina de No Intervención. Puede leer: La gente En cambio contra Nicolás Maduro todos intervienen, y a eso se lo llama Ayuda Humanitaria. Se crea una alianza de países antimaduristas y se le da el nombre engañoso de Prosur, cuando debiera llamarse Pronorte, puesto que se trata de respaldar la política de los Estados Unidos contra la Venezuela chavista. Pues el verdadero pecado de Nicolás Maduro, como antes el de su predecesor Hugo Chávez, no es el de ser un dictador y violar los derechos humanos de su pueblo, sino el de ser enemigo de los Estados Unidos, y no su amigo, como lo eran los demás dictadores arriba mencionados. Es un dictador, sin duda, aunque parezca un personaje cómico. Y su gobierno es catastrófico y ha arruinado a su país hasta el borde de la hambruna. Pero comparado con otras dictaduras latinoamericanas la suya es una dictablanda. Maduro es un dictador, sin duda. Se hizo elegir presidente falseando los términos de su vicepresidencia, y reelegir haciendo fraude electoral, y ante la victoria de la oposición en las parlamentarias se sacó de la manga una asamblea constituyente espúrea, y ha comprado el poder judicial, y ha reprimido por la fuerza las manifestaciones de la oposición, a veces a balazos, y ha encarcelado a unas cuantas docenas de sus opositores (sin fusilar a ninguno), y corrompido al estamento militar que lo sostiene dándole no solo la mitad de los ministerios de su gobierno sino el control del petróleo, que sigue siendo la principal fuente de ingresos de la exhausta Venezuela, y el del narcotráfico declarado ilegal por los gobiernos norteamericanos. Es un dictador, sin duda, aunque parezca un personaje cómico. Y su gobierno es catastrófico y ha arruinado a su país hasta el borde de la hambruna. Pero comparado con otras dictaduras latinoamericanas la suya es una dictablanda. Le recomendamos: Hoy como ayer… Maduro es un Ma-blando. Tal vez sea Maduro el dictador más blando que se haya conocido en este continente de dictadores duros. Sin salir de Venezuela, ni siquiera es comparable con personajes como el también un poco cómico Marcos Pérez Jiménez (1952-58), y mucho menos con el “tirano liberal” Juan Vicente Gómez (1908-35), que gobernó autocráticamente treinta años sin que lo molestara nadie por dos razones: porque derrocó a su amigo y predecesor Cipriano Castro, que no pagaba la deuda externa de su país; y porque la pagó él con la entrega del recién descubierto petróleo venezolano a las compañías petroleras norteamericanas. Maduro, en cambio, es un dictador blando, pero no les ha hecho favores a los Estados Unidos. Y por eso es malo. La Doctrina de la No Intervención fue inventada para oponerse a las constantes intervenciones de los Estados Unidos sobre sus vecinos americanos, desde el Río Bravo hasta la Patagonia. Intervenciones que, paradójicamente, pretendían basarse en la Doctrina Monroe de “América para los americanos”, que condenaba las intervenciones de las potencias europeas. Por la Doctrina de la No Intervención a Maduro lo deben derrocar los propios venezolanos. Como derrocaron hace sesenta años a su antecesor el general Marcos Pérez Jiménez. ¿Cuáles venezolanos? Los militares. Tal como entonces.