Como embajador de Colombia en Estados Unidos formé parte del proceso que creó el gobierno interino de Juan Guaidó en Venezuela. Mi papel fue convencer a Mauricio Claver-Carone, el encargado del tema en la Casa Blanca y quien tenía dudas al respecto, de que Estados Unidos debería apoyar esta propuesta.
Se logró construir un nuevo espacio frente a una dictadura brutal. Reconocido por más de 60 países, se abrió un nuevo escenario y una nueva esperanza de recuperar la democracia en Venezuela. Sin lograrlo, este experimento muere cuatro años después.
¿Qué pasó? ¿Y qué viene? Esas son las dos preguntas que para Colombia son fundamentales, pues no podemos dejar de lado que la dictadura criminal en Venezuela es una gran amenaza para la democracia continental. Desde allí operan con total tranquilidad los narcos, los terroristas y los grandes desestabilizadores (Rusia, Cuba e Irán) de la región, que ahora, con un dictador consolidado, van a poder hacer daño a sus anchas sin traba alguna.
Cuando recién se inició el régimen de Guaidó, en enero de 2019, y se planteó la llegada de ayuda humanitaria a una Venezuela en caos y hambre, se tuvo la oportunidad de crear una cabeza de playa dentro de Venezuela que hubiera cambiado toda la ecuación. Si a Maduro se le hubiera obligado a aceptar un corredor humanitario, y habría sido a la fuerza, la verdad, hoy otra sería la situación. No, se hizo un concierto y la ayuda se quedó en Cúcuta. Se optó, de manera ingenua, creo yo, por el camino diplomático, que funcionó los primeros dos años, pero luego se desgastó.
Pero tampoco esta es la única razón por la que falló este experimento. El gobierno interino de Juan Guaidó, que tenía gran legitimidad interna y externa, nunca pudo despegar. Guaidó, a quien hay que reconocerle su valentía y su amor por la libertad de Venezuela, no se destetó de su jefe Leopoldo López, quien era apenas uno de los líderes del G4, el grupo parlamentario de cuatro partidos que apoyó la creación del gobierno interino. Al estar a la sombra de López, quien tenía intereses políticos propios, generó tremendas resistencias y nunca pudo crear una agenda que movilizara a los venezolanos para producir las condiciones de regreso a la democracia.
Otro de los elementos fue la pelea entre Henrique Capriles y Leopoldo López. Capriles ganó las elecciones de 2013 contra Maduro, pero se dejó quitar el triunfo. No lo defendió con el ahínco y el riesgo que se necesitaba. Por esa razón perdió su liderazgo político, que fue asumido por María Corina Machado, Leopoldo López y Antonio Ledezma.
En 2015, con la oposición unida, se dio el gran triunfo en las elecciones parlamentarias, lo que ratificó que dos años antes habían ganado la presidencia. López salió fortalecido de esa elección y se convirtió en el referente para liderar la ruta de regreso a la democracia. Con la elección fraudulenta, otra vez, de Maduro en 2018, se creó la vacante presidencial y según la Constitución, el presidente de la Asamblea Legislativa, quien era Juan Guaidó, del partido de López, asumió la presidencia interina. López quedó de mandamás.En 2020 comenzó el desquite.
Capriles planteó que el gobierno interino no era la solución y buscó la interlocución con Maduro para encontrar una salida política. Maduro ganó tiempo, dividió a la oposición, y al que no le juega lo compra, los hoy llamados ‘los alacranes’. En 2021 comenzaron a plantear el fin del gobierno interino y en enero de 2022, el G3, el mismo G4, pero sin el partido de Leopoldo López, propuso acabarlo. Estados Unidos, su embajador Jimmy Story, les dijo que no que había que mantenerlo.
Vino el cambio de Gobierno en Estados Unidos: la reunión de Juan González –encargado de Venezuela en la Casa Blanca– con Maduro, la flexibilización del tema del petróleo por la guerra en Ucrania, el levantamiento de sanciones a familiares de Maduro y la liberación de unos secuestrados. En fin, cambio de política hacia Venezuela y hacia Maduro. Ahora, hace unos días, el G3 insistió en acabar el interinato, con Capriles a la cabeza, y USA, como Poncio Pilatos, se lavó las manos.
Lo que no deja de sorprender es la tardía reacción de López con el fin del gobierno interino. Como si no fuera con él. Todo parece indicar que ya López tiene otro destino, el de su exitosa Fundación por la Democracia con Kasparov y otros activistas. Venezuela, al parecer por ahora, pasa a un segundo plano.
¿Y ahora qué? La oposición queda diezmada y Capriles, victorioso, resurge al acabar con el interinato para tener vía libre y así participar en una supuesta elección con ‘garantías’ de 2024. Pero si no fue capaz de defender su victoria en 2013, ¿ahora va a validar una elección fraudulenta como la que Maduro pretende?
Queda como referente en la oposición María Corina Machado, quien sigue dando la pelea desde Venezuela. Pero hay otros elementos valiosos y valientes como Juan Pablo Guanipa, Williams Dávila, Andrés Velásquez y hasta el mismo Guaidó. No me cabe la menor duda de que Maduro va a enfilar baterías contra ellos, pues sabe que a Capriles, a Falcón y a Rosales los tiene en el bolsillo.
La tarea de 2023 debe ser la de reconstituir una oposición por fuera de los alacranes del G3 y que recoja al ciudadano. Lo que hoy pasa en Irán debe ser un ejemplo a seguir, pues solo con movilización podrán cambiar la ecuación que hoy favorece al mafioso-dictador Maduro.
Mientras tanto, Estados Unidos sigue sin política en el continente. Entrega amigos a cambio de nada y guarda silencio cómplice, como sucede en el Perú. Por eso, la oposición venezolana debe entender que están solos. Y que no pueden contar con nadie. Triste decirlo, pero es así.