El documento Conpes 4129 (21/12/23) sobre “Política nacional de reindustrialización” desecha los correctivos a la estrategia aperturista, diseñada desde César Gaviria, y elevada a tratado internacional en TLC en los que Colombia pierde con Estados Unidos, la Unión Europea, Canadá, Corea, Efta, Mercosur y México. No, no habrá genuina reindustrialización.

Esa derrota se ha plasmado en un coeficiente de penetración de importaciones, el porcentaje del mercado nacional atendido por mercancías extranjeras, del 57 por ciento en manufacturas de consumo como textiles y del 55 en calzado, del 87 en ramas industriales intermedias como el caucho o del 53 en hierro y acero y en bienes de capital, del 88 en maquinaria general y del 73 en la rama automotriz (Saqueo, pp. 126-132). El mercado interno está tomado por bienes foráneos, a veces con comercio tramposo, lo que el Conpes extrañamente no lo ve “problemático” en su diagnóstico.

Antes de 1990 había una base industrial ligera, que elaboraba géneros de consumo con insumos nacionales y maquinaria importada. Al suplantarse los bienes intermedios por foráneos, en estos últimos 30 años cambió dicho perfil por el de maquila o ensamble, que trae de afuera las materias primas y los equipos y solo añade mano de obra. En 1989 la manufactura era el 39,6 por ciento del valor agregado nacional y en 2020 apenas el 23 (Banco Mundial). Retroceso evidente.

Lo que propone este Conpes 4129 es lo mismo. Los elementos estructurales de la propuesta son un coctel multivariado de la apertura de Gaviria, el modelo exportador de Pastrana, la confianza al inversionista de Uribe, el esquema de “locomotoras” de Santos y las leyes y documentos del Gobierno de Duque para las TIC y para la transición energética, ¡Vivir para ver!

Sustentémoslo: los 11 indicadores de resultado de la “reindustrialización” proyectan que las exportaciones no minero-energéticas asciendan 5,5 por ciento anual, entre 2023-2032; que la inversión extranjera directa en industria, agro y comercio suba entre el 4,7 al 7 por año; que el valor agregado sectorial alce entre el 3,5 y el 4,7 por ciento; el empleo industrial al 4, con el objetivo de que el producto interno bruto (PIB) crezca al 2,85 y la productividad al 0,6. Todo, al final, dependerá de exportar y del capital foráneo, convertido en la variable clave, la que más debe elevarse (pp. 133-134).

Las exportaciones diversificadas se basarían en ligarse a las cadenas globales de valor, citadas 32 veces en las 150 páginas del texto (de forma directa o con el acrónimo CGV), mientras, increíblemente, el mercado interno apenas se menciona una vez. El aporte depende del vínculo al ensamble de bienes finales para enviarlos a mercados externos o a la elaboración de partes en nearshoring, definido como la transferencia de una empresa de “parte de su producción a terceros localizados en destinos cercanos y con una zona horaria semejante”; o sea, la maquila, para lo cual invoca “atraer capital extranjero” (pp. 126-137).

Las cuatro “locomotoras”, al estilo santista, no redundan en un crecimiento armónico y conjunto, sino solo sectorial. La transición energética, que se considera transversal; la agroindustria y soberanía alimentaria; una “reindustrialización”, a partir de los sectores de salud, en especial el farmacéutico, y otra, con base en “las capacidades de la industria militar como sector intensivo en innovación, tecnología y capacidades humanas especializadas”.

Para esas cuatro “apuestas” se demandan, de 2024 a 2034, 7,8 billones de pesos, se aspira a que sean el tránsito “de una economía dependiente de las actividades extractivas”, mientras el gas natural se define como el combustible del proceso, aunque se haya decidido suspender su exploración. ¡Vaya paradoja!

Para orientar la transición energética, cita más de diez documentos Conpes y leyes del Gobierno de Duque, como la Ley 2169 de 2021, que fija políticas, metas y programas y que Petro sigue a pie juntillas, para concretarla en un esquema privado, corporativo y transnacional. Mal sabor deja la propuesta de “soberanía alimentaria”, cuando se enfatiza en circuitos locales y “populares”, mientras las importaciones masivas de cereales, algodón, soya, pollo, cerdo, lácteos, cebolla y hasta de café nos inundan sin dique alguno.

La “reindustrialización” de Petro convivirá con el neoliberalismo, con las reconocidas “restricciones estructurales” fiscales y monetarias (pp. 33-34) y, a la vez, excluye mecanismos de protección comercial, indispensables para una “industria naciente”, como enseñan experiencias internacionales, empezando por Estados Unidos desde Hamilton, su primer ministro de Economía. Es una “reindustrialización” al compás de los TLC, de maquila con capital extranjero.