Los acontecimientos del pasado domingo 24 fueron de índole equívoca. Bienvenido, por supuesto, el comienzo de las negociaciones. Bienvenidas también las marchas, que fueron llamadas 'marchas por la paz', pero que en realidad fueron más una protesta ciudadana, al grito del 'no más'.Mucha gente atiende campañas entusiastas si son impre-cisas, porque lo que nos divide y reparte en pequeñas celdas y grupos son las definiciones. No cualquier negociación está implícita en el esperanzado comienzo del diálogo, ni cualquier paz es aceptable por la multitudinaria concentración.Es relativamente fácil reunir 10 millones de votos, asediando al votante en las cercanías de la urna, con el ofrecimiento de una papeleta por la paz. ¿Quién no quiere la paz? Sólo rambos enfermizos no querrán que se oxiden sus fierros de guerra. Pero el resultado es el de un sufragio poético y un hermoso canto a las nubes.Ocurre lo mismo con una movilización, que aunque algo más concreta en sus propósitos, en cuanto se marcha al grito de una protesta, pero esa protesta es todavía imprecisa. Originada la movilización en una organización contra el secuestro, la marcha toda, y todas las marchas, se entienden como el rechazo a esta práctica inhumana, que es, sin embargo, fuente de financiación de la contraparte de la guerra. Entonces la marcha podría interpretarse en contra de quienes practican sistemáticamente el secuestro. Siendo así, no se trataba de una marcha por la paz. Y de ahí algunos recelos que mostró la insurgencia.El agregado de 'negociación ya' fue un sobrepuesto de última hora. Por eso, mientras unos protestaban contra las ofensas guerrilleras, o contra todo secuestro, otros clamaban por la conciliación y la mesa de diálogo. Todos a una bajo las mismas banderas, las de la imprecisión, que en alguna forma capitalizaba para tan noble causa, y por qué, no para un eventual fortín político, don Francisco Santos.No se diga de la mesa de negociaciones. Tan larga como ancha. Copada por comisionados, altos y bajos, por comités temáticos, y por tozudos guerrilleros, muy dueños de la situación. Por la transmisión, originada en Uribe, se pudo observar la sumisión de la República y el cumplimiento de formalismos muy colombianos, como discursos, himnos, a la voz de mando de una insuperable maestra de ceremonias. El clímax evidente se vivió cuando mi admirada Judith Sarmiento anunció el himno de las Fuerzas Revolucionarias de Colombia, Ejército Popular, y la concurrencia se puso de pie, para la rendición de honores a aquellas notas marciales.Obispos, generales retirados, jefes políticos, grandes financieros y altos funcionarios del Estado, fueron conminados todos a levantarse, como Anwar El Sadat, para ser fusilados por unas notas marciales _ harto destempladas_ de quienes han deshumanizado el enfrentamiento y lo han financiado con el cautiverio extorsivo de personas, en ese mismo y preciso momento, privadas de la libertad. El espectáculo fue humillante, humillante, humillante.Los acuerdos se hacen entre pares, o entre dispares respetuosos, con disimulos, si se quiere, con formalidades, pero sin desafíos que avergüencen a los opuestos. Es como si la arrogante guerrilla, instalada en el Caguán y exigente de más amplio territorio independiente, le hubiese negado al gobierno y a la sociedad colombiana, allí representada, un estatus, siquiera restringido, de beligerancia.Ya lo ven. En medio de todo, debe admirarse la actitud omisiva del fiscal general, el muy impedido doctor Gómez Méndez, quien no asiste a los foros del Caguán, para no someter la justicia, que formalmente representa, a los desafíos y arrogancias de quienes están bajo su jurisdicción.Sorprende la humillación a que está siendo sometido el país, colectivamente, en sus representantes e individualmente, en humillados ciudadanos que hacen lo que sea y hablan de comandantes y señores, con tal de rescatar a sus seres queridos.Y me sorprende igualmente la falta de precisión de la marcha de protesta. 'No más' podría también entenderse como un grito de guerra. ¿Expresaba así mismo un verdadero ánimo de conciliación? ¿Y qué pasará con los derechos humanos, si se negocia con personas que reconocen estar cometiendo el crimen atroz del secuestro, bajo el nombre de retención?Nadie sabe bien a qué atenerse. La paz hay que hacerla. Pero se ignora qué país quedará y en manos de quién o de quiénes. Y qué va a decir de nosotros la comunidad internacional. (¡qué pena!) ¿O vendrá, acaso, el juez Baltasar Garzón y acabará humillando a toda Colombia, al llevarse para Londres o Madrid, el muy vengador, a los firmantes de la paz?