MArcharía para recordar la infamia de los secuestros de Diana Toro, Tulio Mosquera y Freddy Arlendy Rangel a manos del ELN, que solo importan a sus familias. Marcharía contra los colombianos que meten coca para rumbear los fines de semana importándoles un pimiento que asesinen compatriotas para satisfacer su frivolidad, y contra la política que cuadruplicó los cultivos ilícitos y provocó el crecimiento de disidencias y milicias urbanas en la otra Colombia. Marcharía contra el reclutamiento de niños por bandas criminales y la incapacidad de frenarlo. Saldría a protestar por el abuso de las altas cortes que cobran pensiones multimillonarias y se niegan a bajárselas. Y por la cobardía de los dirigentes políticos, temerosos de reconocer la inviabilidad de un sistema pensional con jubilaciones a los 57 y 62 años.
Marcharía para apoyar a los empresarios, que son en un 90 por ciento pymes, auténticos generadores de empleo, y para rechazar la burocracia voraz y corrupta que consume los presupuestos públicos. Marcharía para respaldar a 200 camioneros que la ineptitud clamorosa de unos funcionarios del Ministerio de Transporte dejó sin sus vehículos argumentando que no están bien matriculados. También a favor del capitalismo, el sistema económico más progresista pese a sus infinitos errores y carencias, y contra la corrupción, el peor cáncer que sufrimos. Marcharía contra las marchas violentas y, sobre todo, para obligar a que el cuidado de la naturaleza sea la máxima prioridad de todos los gobiernos. Tendría mi particular sancocho, igual que el arbolito de Navidad de tinte político que están armando los promotores del paro. Quizá Duque haya tomado nota de la cadena de errores de Piñera, que no ha hecho sino bajarse los pantalones sin un rumbo fijo. Porque, me temo, no se trata de exigir reivindicaciones concretas lo que persiguen, algunas de las cuales las montaron sobre proyectos legislativos que ni siquiera existen. Hay mucha politiquería y preocupa que una parte de ellos, no todos, estén mirándose en el espejo de Chile para copiarlo. En Santiago empezaron a protestar el 18 de octubre contra la subida del pase del metro y consiguieron frenarlo. Pero enseguida quedó claro que no perseguían ese fin sino causar caos para debilitar y tumbar al gobierno. Llevan un mes de salvajismo expandido por todo el país, van 22 muertos, empresas, estaciones de metro, supermercados, iglesias y edificios saqueados y quemados, algunos de valor histórico. Lo último que vi esta semana fue una turba de inquisidores celebrando el derribo de la estatua ecuestre de Pedro Valdivia. La extrema izquierda es idéntica a los terroristas islámicos cuando destrozan las expresiones culturales que repudian. Quizá Duque haya tomado nota de la cadena de errores de Piñera, que no ha hecho sino bajarse los pantalones sin un rumbo fijo, y comprenda que mientras más cede el gobierno, mientras más repite un discurso moderado de paz social, más violenta se vuelve la calle. “Si al final logran sacar a Piñera, será porque en verdad fue una masa gigante presionando en la calle, una guerra completa. A Duque, sin embargo, lo sacan con una patada, cuenta con menos herramientas y carácter de enfrentar una crisis tan honda”, me dice un periodista chileno desde Santiago.
No creo que lleguemos a tanto, pero este gobierno débil debería estar preparado, armar planes inteligentes para contrarrestar la violencia que seguro protagonizarán puñados de cafres muy bien organizados. Es peligroso que dejen la defensa de bienes privados a iniciativas como la “Resistencia civil antidisturbios” que crearon en Medellín para proteger sus patrimonios. Lógico que los dueños de comercios y viviendas no se queden de brazos cruzados mientras acaban con los que tanto esfuerzo levantaron, pero si llegan a enfrentarse con las turbas, se desbordará la violencia. Lo que sí no resisto son los mensajes rancios y repetitivos de sindicatos y zurdos, mucho hijo de papi, exaltando la supuesta superioridad moral de la izquierda, cuyos gobiernos suelen dedicarse a despilfarrar de manera populista los desarrollos económicos que deja la derecha. Cada vez que escucho a sindicalistas y líderes sociales de la extrema izquierda convocando al paro del jueves, me pregunto, ¿alguna vez crearon un solo puesto de trabajo? ¿Conocen lo que es pagar una nómina? ¿Invertir con un crédito bancario, generar empleo y riqueza? ¿De dónde creen que salen los puestos de trabajo? ¿Quién paga la burocracia voraz e ineficiente de incontables organismos internacionales y nacionales? Diferente resulta que se sumen personajes públicos trabajadores y comprometidos, como Carlos Vives, porque piensan que es bueno hacerlo de manera pacífica. Podemos discrepar de sus planteamientos y del paro. Pero merecen respeto.