Es la última esperanza. La única carta posible para jugársela por el todo o nada. No será una solución a corto plazo. Y de pronto fracasa. Pero no se aprecia otra manera de seguir insuflando coraje a un pueblo hastiado de luchar en vano.
Por si faltara algo, celebran los comicios eclipsados por la guerra de Oriente Medio y, en menor medida, las elecciones argentinas dada la irrupción del singular outsider Milei. Hasta el papa Francisco, de manera insólita, participó esta semana en la campaña de su país natal al recomendar no votarlo.
Si ya los Gobiernos del primer mundo perdieron el interés por esta parte del planeta tras la invasión rusa de Ucrania, el nuevo conflicto bélico arrastra todas las miradas y los esfuerzos diplomáticos. Sin embargo, para Colombia y nuestros hermanos bajo la tiranía chavista, vencer de manera aplastante en las primarias supone superar la primera etapa de una renovada cruzada.
María Corina Machado será, desde este domingo, la candidata de los demócratas venezolanos gracias a la ilusión y confianza que ha despertado en sus compatriotas. Nadie podrá cuestionar un liderazgo conquistado a pulso, con admirable firmeza, después de batallar durante 20 años.
Cargará con la frustración del 2018, cuando millones respaldaron a Juan Guaidó y pudo derrocar al régimen mafioso si Estados Unidos y la Unión Europea hubiesen querido apostar fuerte por el retorno del Estado de derecho. Pero les asustó el reto y prefirieron imponer cercos diplomáticos pusilánimes para presionar a unos criminales sin escrúpulos, aferrados al poder con el exclusivo fin de amasar fortunas y despilfarrarlas como traquetos.
Y ahora existe el riesgo de que ocurra lo mismo. Porque Joe Biden asestó una puñalada trapera a Machado y al pueblo que la apoya.
Bajo el supuesto liderazgo de Noruega y la compañía de países aliados de Maduro, incluido Colombia, el estadounidense avaló la firma en Barbados de un papelucho, que bautizaron “acuerdo”, entre unos opositores entreguistas y la satrapía de Miraflores.
No les exigen nada de manera firme, rotunda, a cambio de que Estados Unidos alivie los bloqueos al oro, petróleo y gas venezolanos, para que se los roben los cleptómanos socialistas. Y de encimarles un regalo inconfesable: borrar de la lista de sancionados a algunos miembros de la banda delincuencial.
La Casa Blanca hincó la rodilla ante la despiadada dictadura con la falaz excusa de unos compromisos etéreos y otros que tienen la desvergüenza de presentar como logros cuando son derechos, incluidos la Constitución chavista, que siempre pisotearon.
Los enviados de Biden negociaron con la mafia bajo la mesa, en secreto, como cuando indultaron a los narcosobrinos de Cilia Flórez. Pensarán que con esas oscuras maniobras equilibran las fuerzas de Rusia y China en América Latina e incrementan la producción petrolera cuando los herederos de Hugo Chávez dejen entrar a empresas extranjeras.
Como no podía ser de otra manera, Petro corrió a adjudicarse un papel decisivo en el retiro de sanciones, que solo beneficiará a sus despóticos amigos.
De ahí la importancia vital de María Corina. Ha dado suficientes muestras de no ceder un milímetro sus principios pese al asedio agobiante de la dictadura. Ni un paso atrás, ni un imperceptible gesto de cobardía.
La tildaron de radical, de intransigente, de ambiciosa sin límites, de desquiciada. Para aceptar ahora, a regañadientes, que tenía razón al persistir en su crítica dura, sin ambages, de una tiranía que no tiene intención alguna de entregar el poder en las urnas. La senda tortuosa que emprendió, siempre caminando al borde del abismo, era la única alternativa si querían recuperar la democracia.
En esa pantomima de ceremonia de la firma, el capo Jorge Rodríguez reiteró que no contemplan revertir las inhabilidades, en referencia a María Corina. Y Miraflores intentará minimizar su victoria y desplegará su arsenal de invectivas, conscientes de la estatura política que adquiere su figura ante Venezuela y la comunidad internacional.
No resultará fácil continuar acusando de falsedades a una mujer transparente, sin esqueletos en el armario. Para Washington y los demócratas, que afrontan elecciones en el 2024, será complicado justificar en Florida que hacen las paces con Maduro mientras permiten que maltraten a María Corina.
Esperemos que ella analice a fondo los errores y aciertos de Guaidó para establecer una ruta viable, realista, con destino a Miraflores. La mafia no saldrá si no la empujan con pueblo, inteligencia y golpes certeros y duros.
Machado es el último tren. La Venezuela que sueña con retornar a un país libre, con recuperar la prosperidad que le robaron, no aguantará otra decepción.
NOTA: Siquiera Joe Biden acertó en Israel al recomendar no caer en el fatal error de vengarse, como hizo USA tras el 11-S, con la invasión criminal de Irak.