Casi me deprimo luego de leer la última columna de mi buena amiga María Jimena Duzán. No sé si la leyeron. Es una valiente reivindicación de la moral y las buenas costumbres en la que de paso critica a unas jóvenes periodistas de la W que posaron desnudas en la revista SoHo, de la cual soy director. Entre menciones a Jürgen Habermas y citas de Albert Camus, dispara verdaderas lecciones sobre el oficio periodístico: “nunca se me pasó por la mente que para mejorar mi carrera tenía que empelotarme en una revista”; “para demostrar que uno es una periodista arrojada y valiente no necesita empelotarse”; “el periodismo no se puede volver un instrumento para convertirse en símbolo sexual”. Me puse triste, digo, y por partida doble. Por un lado, me decepcioné de las periodistas de la W. Yo pensé que se habían desnudado porque les parecía divertido hacerlo; no sabía que estaban utilizando a la revista para convertirse en periodistas arrojadas y valientes a través de sus desnudos: ni ellas mismas deben de saberlo. Pero, más que eso, me dolió entender esa columna como una negativa de María Jimena a aparecer en la próxima edición de SoHo. Siempre he querido que María Jimena pose en la carátula de SoHo porque soy una persona de retos. Y pensaba asumir el desafío de superar una foto erótica protagonizada por ella misma que fue publicada hace seis años. Es en serio. El retrato del que hablo apareció originalmente en la revista Cambio, el 8 de agosto de 2005, en la sección “A Flor de piel”, e ilustraba una breve declaración de la columnista en que hablaba de la coherencia y reivindicaba el derecho de la mujer a ser dueña de su cuerpo. Solicité formalmente la foto al archivo de esa revista porque se trata de un material ya publicado. (Ver foto) Estamos ante una joya de la fotografía erótica. María Jimena aparece desabrigada sobre un sofá blanco, cubierta apenas por un baby doll de ensueño del que asoman, coquetos, unos muslos que se pierden en los confines mismos del misterio. La modelo mira a lontananza con una malvada sonrisilla con la que parece preguntarse, ¡ay!, si alguien reportó un fuego. El hombro desnudo invita a la fantasía. Las velas erotizan la escena y consiguen que quien la observe caiga pulverizado por un fulminante corrientazo de deseo. (Ver foto) Equivocadamente, las periodistas de la W aceptaron salir en SoHo, una publicación en la que suelen posar desnudas mujeres de diversas profesiones, quizás porque ya cerró sus puertas Cambio, una revista de contenido político, que era el contexto ideal para retratarse en recreaciones eróticas. Pobres. Si hubieran leído a Jürgen Habermas habrían logrado fotos coherentes y éticas como la de María Jimena, quien demuestra que la transparencia es tan importante en el periodismo como en el encaje de la piyama con que uno pose. Con todo, me resisto a que no aparezca en la próxima portada de SoHo. Para su tranquilidad, ofrezco utilizar los mismos elementos que usó en aquel debut: ¿aún conserva el baby doll? ¿El candelabro todavía existe? ¿Hacía parte de la ambientación o acaso tomaron el retrato durante el apagón de Gaviria? Confieso que la primera vez que leí la columna de mi colega la encontré exagerada. Decir que estas jóvenes arriesgaron su credibilidad periodística por desnudarse era un exceso. Ni que hubieran aceptado un consulado, pensé. Ni que hicieran lo mismo que critican. A lo mejor María Jimena era su faro profesional, y posaron ligeras de ropas sólo por imitarla. Sin embargo, en la medida en que la columna avanzaba, le di la razón. De hecho ya no quiero aparecer en suspensorios en la revista de la competencia, asunto que siempre quise hacer con el único fin de quebrarla. Ahora me preocupa mi credibilidad, pese a que la perdí hace rato. Mírenme: lo he heredado todo; soy un lánguido delfín del periodismo; tengo un tío que es político. Mi realidad es tan lamentable que si salgo tapándome la porquería con una mano en la revista Elenco, como Gregorio Pernía, ganaría respeto. Antes de leer a María Jimena, encontraba inofensivo que personas de diversas profesiones se desnudaran. Incluso pensaba editar un número especial con políticos al desnudo. Quería que Uribe mostrara los tres huevos; que el doctor Gerlein se bajara los pantalones para hacer su primer top less; que un Chávez sugestivo posara con el pañal semiabierto. Pero era una idea imposible: los políticos cada vez se tapan más. Ha sido una semana asombrosa. Riverita renunció al Ministerio, lo cual significa que estaba de Ministro. “Un Pasquín” probó que Ernesto Yamhure le consultaba sus columnas a Carlos Castaño, lo cual demuestra que, como editor, Castaño también era un hombre muy malo. Amparo Grisales confesó en una entrevista que el Presidente le dice “Gatita”, cosa que el mandatario le agradeció mucho esa noche, mientras Tutina le tocaba el tema. Y para terminar, María Jimena determina las poses eróticas que no ponen en riesgo la seriedad de la profesión. Ojalá tomen nota las periodistas de la W, pese a que ya acabaron con su credibilidad. Lástima. Si hubieran posado con un baby doll, estarían dictando cátedra a otras mujeres sobre cómo ser dueñas de su cuerpo. Citarían a Camus. Y aprenderían, con algo de humor, que es mejor dejarle la moralina a los demás.