Los colombianos estamos perdiendo la ilusión, ese impulso vital que alimenta a los seres humanos y que nos permite creer que lo que uno anhela para su familia, para su país y para el mundo, es posible. Y lo más grave es que la estamos perdiendo en el momento histórico en que más necesitamos creer en nuestros sueños.La mala política, los escándalos de corrupción, una justicia que solo es capaz de encerrar a los peces pequeños, la polarización encarnizada y hasta el Twitter de Trump, nos están matando la ilusión. Por eso, yo que todavía no me dejo ganar por la desilusión, me he tomado el trabajo de hacer una lista de algunas premisas que nos pueden servir para recuperar la esperanza en estos momentos en que el mundo entero parece estar olvidando sus anhelos.Le recomendamos: No se puede pasar la páginaLa primera consigna: es hora de revelarnos contra la mala política que se practica en el país y de salir a las calles a protestar para quitarles esa bandera a los corruptos que la están agitando de manera cínica: al impúdico Alejandro Ordóñez, el exprocurador destituido de su cargo por haber nombrado a familiares de los magistrados que lo nominaron y al uribismo cuya autoridad moral para denunciar actos de corrupción es solo igual al tamaño de los escándalos que lleva a cuestas: el robo en la Dirección Nacional de Estupefacientes, la feria de puestos y notarías que entregó a los congresistas para que le cambiaran un articulito que le permitió revivir la reelección y que luego él mismo usufructuó; las coimas que Odebrecht y otros contratistas habrían dado en su gobierno para hacerse a los grandes proyectos de infraestructura, que hoy de nuevo están aflorando y, desde luego, su récord histórico de ser el gobierno con el más alto número de funcionarios y políticos tras las rejas, prófugos de la justicia y extraditados. Para salir a agitar la bandera de la anticorrupción se tienen que tener las manos limpias. Y si mañana a los Benedettis de la Unidad Nacional les da también por salir a enarbolar la lucha contra la corrupción, pues también habrá que salirles al paso. La segunda consigna: en las próximas elecciones no hay que votar por los mismos corruptos de siempre, así hayan repartido becas, hecho carreteras y construido parques –como lo hizo Kiko Gómez en La Guajira –. Pablo Escobar, mientras decidía a quién mandaba a matar, también construyó canchas de fútbol y polideportivos en los cerros pobres de Medellín y eso no lo convirtió en el Roosevelt de la política colombiana.La buena política es el arte de hacer posible lo imposible y de convertir nuestros sueños en realidad. La mala es la que hace de la política una irremediable y continua decepción; que la convierte en un pesado lastre que se aprende a sobrellevar porque la sociedad no tiene más remedio. Esa mala política es la que se ha tomado a Colombia: aquí es normal que un político exitoso tenga que venderle el alma al diablo, que deba hipotecar su independencia a los contratistas que financian sus campañas, que se robe el dinero de la salud, de la educación y de los niños malnutridos.Puede leer: Que caigan los que tengan que caerNada de eso es normal ni necesario para existir. Ya es hora de comenzar a desterrar esas falsas concepciones de la política que nos acostumbraron a conformarnos con muy poco y a no exigirles a los políticos honestidad, ni transparencia ni preparación. No más concesiones inauditas a políticos que no se lo merecen. Las próximas elecciones los ciudadanos deberíamos castigar con el voto a quienes han convertido la política en un ejercicio indigno y no volver a votar por ellos. Tercera consigna: hay que salir a protestar con el objetivo de recuperar la buena política. Que el establecimiento político colombiano sepa que la sociedad no aguanta más su permisividad. Dejaron que la política se convirtiera en un club privado en el que solo entran los especímenes más corruptos y en donde hay partidos agónicos que se sostienen en corruptos aparatos clientelistas que funcionan como fincas de expresidentes. Así, de taquito, han ido dejando por fuera a las fuerzas nuevas, a los movimientos sociales y a los políticos honestos por temor a que todo este nuevo mundo les quite poder y los empequeñezca. Ellos le temen a la buena política, que transforma la sociedad y que la lleva a su máximo desarrollo democrático. Prefieren la mala política, que nos condena al atraso histórico, nos vuelve más dóciles a la manipulación y nos convierte en ciudadanos sin ninguna dignidad.La cuarta consigna: no dejarse llevar por las fábulas de la posverdad que ofrecen las redes sociales. Mire su Twitter, vea su Facebook, pero hágalo sin que su intelecto quede capturado. Vuelva a la poesía, lea a Dante, a Shakespeare y a Dostoievsky para comprender la condición humana. Para que este mundo virtual no le quite sus ilusiones, ni los anhelos de paz, ni sus sueños de un mundo mejor, no se entregue a las redes porque estas terminarán tragándoselo.Le puede interesar: La fábrica de mentiras de 2016Yo todavía tengo la ilusión de que mis hijas puedan vivir un país en paz distinto al que me tocó padecer. Y esa ilusión solo se va a volver realidad el día en que la mala política quede desterrada. Puede leer más columnas de de María Jimena Duzán aquí