No sé cuáles fueron las razones por las que el presidente Santos decidió ungir al expresidente liberal César Gaviria, como jefe supremo de la campaña por el sí, pero por poderosas que sean no me convencen. Ante todo, su nombramiento tiene el peso de un acto excluyente, así el sanedrín de Santos lo haya justificado con el argumento –bastante cuestionable por lo demás- de que el ex presidente Gaviria es la única figura nacional que puede asumir ese mandato y enfrentar de tú a tú al ex presidente Álvaro Uribe.Decir que en estos 30 años de historia no hay nadie en Colombia con la talla del expresidente liberal para llevar con éxito la campaña por el Sí, es una falacia que denota una miopía que no le conocía a Santos. Hay nombres que pueden acompañarlo, si en lugar de plantear una jefatura suprema de la campaña por el Sí, se hubiera propuesto una dirección pluralista, más acorde con el momento del país: por los verdes está una Claudia López y un Antonio Navarro; por los independientes un Sergio Fajardo, por los movimientos sociales un padre como Pacho de Roux. Desconocer estos nuevos liderazgos, que además fueron claves para su triunfo en la segunda vuelta, sería un error.Y también lo sería convertir esta campaña por el Sí en un duelo entre expresidentes como si la política del país no hubiera cambiado de escenarios en estos 25 años. Hay un país que no quiere saber nada de esas peleas del curubito y que puede terminar no votando por el Sí, hastiado de una disputa que no le dice nada.Este nombramiento, por lo provocador, trae malos presagios, ya que convierte a la paz en un asunto partidista. Tras el nombramiento de Gaviria, El Nuevo Siglo recordó cómo Santos le ha dado los puestos claves de la paz al liberalismo: además de Humberto de la Calle, que es el jefe negociador de La Habana, y muy posible candidato presidencial; Rafael Pardo está al frente del posconflicto y el jefe del comité promotor del plebiscito es Fabio Villegas. Con estos dados ya cargados hacia el liberalismo, el nombramiento del expresidente Gaviria es la cereza que le faltaba al pastel.Pero además, el tratamiento especial que se le ha dado al gavirismo también resulta inmerecido. Soy la primera en reconocer que el expresidente Gaviria tiene una voz en el país y que ha sido el único exmandatario que ha salido a apoyar el proceso de paz. Y con razón el país le reconoce su papel fundamental en la elaboración y construcción de la Constitución del 91. Pero nada de eso lo califica para convertirse en el dueño de la paz que todos esperamos.No me vengan a decir que el mismo partido que nos gobernó en los últimos 25 años y que nos trajo al limbo en que nos encontramos; que creó el monstruo del paramilitarismo y que protagonizó el proceso 8.000; que no pudo pactar con las Farc en el 92 cuando cayó el muro de Berlín, porque se atortoló con la derecha, error histórico que costó la vida de miles; que inhabilitó a los constituyentes en el 91 y le dejó el camino libre para que los mismos con las mismas siguieran en el poder hasta el día de hoy va a ser el mismo que ahora nos va a guiar hacia la paz verdadera. Si todo lo que estamos haciendo para cerrar un conflicto de 50 años es para que los mismos que nos gobernaron los últimos 25 años se reencauchen, esta paz nace marchita.El presidente que le puso fin al conflicto en Colombia no puede atar la construcción de la paz a ningún partido político, sea el que sea. Y el plebiscito no puede ser utilizado para inclinar la balanza hacia un lado con miras a imponer un candidato presidencial en 2018.Este plebiscito se debe ganar, pero no para reencauchar al liberalismo ni al expresidente Gaviria, sino para cerrar un ciclo de nuestra historia, amargo y sangriento. Lo que salga de ahí tenemos que construirlo entre todos. Y eso incluye a los uribistas y a las Farc.Ojalá el presidente Santos replantee esta equivocada estrategia que ahuyenta a varios sectores que están a favor de la paz, entre otros, a los liberales no gaviristas y que le han puesto el pecho a los temas mientras el expresidente se ocupaba de cobrar cuotas burocráticas como sucedió con el vicefiscal Perdomo.La paz que se nos avecina no puede ser ni liberal, ni conservadora, ni tampoco de La U o de las Farc. Ni siquiera debería ser del presidente Santos. Este momento histórico no está para pequeñeces, ni mezquindades políticas, y sería insólito que un presidente que ha invertido todo su capital político en este proceso de paz termine entregándolo a quienes menos se lo merecen.CODA: La tercera guerra mundial ya la estamos viviendo: los ataques terroristas de los musulmanes radicales se producen cada semana y ese odio alimenta a una derecha europea que también da susto. El más reciente, sucedido en Niza, es aterrador.