La renegociación con el No es un imperativo que nos impuso la derrota en el plebiscito, pero no se puede convertir en un escenario para que las corrientes ultraconservadoras nos impongan su estrecha visión de la sociedad, haciéndonos creer que lo acordado con las Farc es un manual de sodomía que acaba con el concepto de familia y las buenas costumbres. Estos sectores recalcitrantes han montado la mentira de que este acuerdo de paz es una afrenta a la familia porque aborda el enfoque de género, una política pública que existe en nuestro ordenamiento institucional, propia de las democracias modernas y que solo está prohibida en los Estados antidemocráticos, religiosos y en regiones dominadas por los talibanes, por Isis o por locos como Boko Haram en donde las mujeres no son sujetos de derechos. De la misma forma que Donald Trump exhibe sin pudor su misoginia, la ultraderecha religiosa quiere acabar en Colombia con el enfoque de género y quiere darle materile en La Habana, como si esta política pública fuera un obstáculo para la paz. El fanatismo religioso quiere obligarnos a que nos devolvamos en la historia y a que miremos el enfoque de género como si se tratara de Lucifer. Quiere imponernos la tesis de que esta política pública que ha sido creada para proteger los derechos de las mujeres y demás minorías, como los LGBTI, es una fachada tras de la cual anida de forma encriptada la diabólica ideología de género, una teoría que según la ultraderecha religiosa fue creada en mala hora por la Naciones Unidas con el propósito de deconstruir la identidad sexual, porque plantea los roles de género no como una condición biológica, sino como una construcción social. A punta de estas patrañas, estos profetas del apocalipsis han ido convenciendo a muchos creyentes de que este acuerdo –pese a que, repito, no habla de ideología de género y que aplica las misma políticas públicas que maneja el Estado en materia de derechos de minorías– es una perversión porque le abre la puerta al homosexualismo. Y para ser francos, la campaña les funcionó porque el 2 de octubre mucha gente votó por el No, pensando que este acuerdo era en realidad una invitación a la sodomía. Estos sectores ultraconservadores no solo quieren que volvamos a épocas pretéritas en las que el machismo y la misoginia eran una virtud de esas familias tradicionales que hoy tanto defienden. También quieren utilizar el escenario que les da esta renegociación del acuerdo para rencaucharse políticamente y expiar de esa forma sus culpas. Ese es el caso de Alejandro Ordóñez, el exprocurador destituido por corrupto, quien se ha convertido en la voz cantante de estos sectores de ultraderecha religiosa pese a que éticamente está impedido para asumir batallas que tengan que ver con la moral. O de controvertidos pastores como Carlos Alonso Lucio que hoy posa de ser el faro moral de la familia tradicional colombiana. Por cuenta del fanatismo religioso andamos enfrascados en falsas disyuntivas. Nos han metido en el insondable debate de la ideología de género; nos han devuelto al discurso de las sociedades patriarcales, de las familias tradicionales y, al igual que Donald Trump, hemos vuelto a desempolvar la misoginia y el odio hacia todo lo que se aleje de lo convencional para conseguir réditos políticos. Por si esto fuera poco, voces que no tienen la estatura ética están incendiando a los creyentes con la farsa de que este acuerdo es el apocalipsis moral de Colombia porque aborda el término enfoque de género y porque no hace ninguna referencia a Dios, como lo dijo sin ruborizarse la viceprocuradora Ilva Miriam Hoyos, mano derecha del exprocurador Ordóñez. Con el respeto que me merecen los creyentes, no veo qué tiene que ver el acuerdo de paz con el hecho de que no esté mencionado Dios. ¿Dónde dice que en todos los acuerdos que se hagan por parte de un Estado debe estar mencionado el nombre de Dios? ¿Acaso el hecho de que no esté nombrado es suficiente para decir que se trata de una obra de Lucifer? Yo soy respetuosa de todos los credos y fui la primera en saludar la libertad de cultos que se produjo a partir de la Constitución del 91. Pero, dicho eso, también creo que hay una sociedad moderna a la que no se le puede obligar a devolverse en la historia con el propósito de que pierda los derechos que ya ha ganado.