La insistencia, casi obsesiva, del presidente Santos por seguir adelante con el plebiscito por la paz demuestra que el poder vuelve ciegos a los gobernantes; los desconecta de la realidad y los confina a un pequeño círculo que los aísla.No de otra forma se explica que el presidente Santos insista en seguir adelante con un plebiscito por la paz, que, según todos los vaticinios, terminaría perdiendo incluso si llega a ganarlo. Aunque el gobierno parece muy confiado, las posibilidades de que lo pueda perder son grandes, sobre todo, si este se convierte, como de hecho ya está ocurriendo, en una refrendación en torno a la gestión de Santos. Hacer un plebiscito por la paz con una aprobación en las encuestas de menos del 30 por ciento, en medio del impacto que ha tenido en la clase media la caída de la renta petrolera, que se está viendo a gatas para cumplir con sus obligaciones, y en momentos en que el desempleo ha vuelto a ser de dos dígitos y cada día hay más jóvenes saliendo de las universidades sin posibilidades de encontrar puestos dignos es un suicidio político.La mayoría de los sufragantes votarán pensando en sus bolsillos y aprovecharán el plebiscito para demostrar su descontento, lo cual puede ser utilizado hábilmente por la oposición uribista para ganar terreno. En ese escenario, los acuerdos de paz serán unos convidados de piedra y una excusa para que las elites políticas sigan divididas y puedan seguir echándole más gasolina a la polarización. No más.Pero lo más grave: si Santos pierde el plebiscito, los colombianos perderíamos la capacidad de soñar con un país distinto al que tenemos, porque el acuerdo de paz se convertiría en una incomodidad fatídica, en una especie de alma en pena viviente y en un imposible. Se perdería todo lo pactado en La Habana, los colombianos quedaríamos condenados a vivir otros 100 años de sangre y las elites seguirían otro tanto aplazando las reformas que nos deben. Pero si Santos gana el plebiscito, también pierde. El país quedaría mucho más dividido y polarizado debido a que el uribismo sería señalado como el único grupo político que se negó a subirse al bus de la paz. La posibilidad de reconciliación nacional se haría mucho más difícil y la radicalización de las fuerzas entrabaría no solo la aplicación de las reformas, sino la entrada de las Farc como nuevo movimiento político.Pero, además, el triunfo sería una victoria amarga porque se lo deberíamos a los Ñoños y a todos los jefes políticos que manejan desde sus cárceles los entresijos del poder local que le da los votos a la Unidad Nacional. Ese triunfo se lo deberíamos a una clase política corrupta a la que le importa la paz muy poco y que, en el fondo, no quiere reformar nada, así de dientes para afuera diga que sí apoya lo pactado en La Habana.En este país no hay un alcalde que acepte mover sus huestes sin pedir algo a cambio. Ni siquiera por la paz. ¿Cuánto le va a costar al gobierno aceitar esos votos?Si Santos gana el plebiscito, es probable que el dinero destinado al posconflicto quede en manos de esta clase política, que mira con desdén los acuerdos de La Habana.¿Valdrá la pena, dilapidar esos dineros en campañas políticas y dejar desamparadas a las comunidades que sí lo necesitan?El presidente Santos insiste en que los acuerdos de paz deben ser refrendados por el pueblo y que no es suficiente el poder que le concede la Constitución para hacerlo. Más allá de saber si jurídicamente sus argumentos son razonables en otras circunstancias, un plebiscito podría ser la vía para darle legitimidad a lo que se vaya a pactar en La Habana. Pero en esta difícil coyuntura, cuando, además, ni siquiera ha sido acordado con las Farc, es un salto al vacío.Hace seis años, cuando era candidato presidencial de La U, Juan Manuel Santos dijo en una oportunidad que “solo los imbéciles no cambian de opinión cuando cambian las circunstancias”, parafraseando una frase de Winston Churchill que decía que “un fanático es alguien que no puede cambiar de opinión”.Increíble que ese sea el mismo Santos que hoy insiste en seguir adelante con el plebiscito con el argumento de que fue un compromiso que él adquirió con los colombianos. Hay promesas que se pueden incumplir, presidente, sobre todo si nos llevan al abismo.