Siempre me ha impresionado la dureza con la que se juzgan acá en Colombia las acciones del gobierno de Venezuela. Desde cuando Chávez asumió el poder la voz de los analistas o de los políticos –con muy contadas excepciones– se ha identificado con las posiciones más radicales y apasionadas de la oposición. Pero esta semana fue la tapa. Mientras el líder indiscutible de la oposición venezolana, Henrique Capriles, asumía con tranquilidad la decisión del Tribunal Supremo de Justicia de validar la continuidad del presidente Chávez  y postergar indefinidamente la ceremonia de posesión, acá la mayoría de los comentaristas hablaba de una ruptura del hilo constitucional, de un gobierno de facto, de una grave e insalvable lesión a la democracia. Y no es que no hubiese algo anormal y controversial. No es normal que un presidente recién reelecto deje de concurrir a su juramento  y más extraño aún que mantenga la titularidad del cargo en medio de una enfermedad que augura un desenlace fatal o una imposibilidad física de continuar en funciones. Pero, aún en medio de esta situación fuera de lo común, Capriles reconoce unos hechos indiscutibles: Chávez y el Partido Socialista Unido de  Venezuela, Psuv, acaban de ganar con gran ventaja y legitimidad las dos elecciones que definen el poder en todo el territorio nacional. La crítica a la falta de información sobre la salud del primer mandatario o la inconformidad por sus prolongadas ausencias no pueden llevar a soslayar esta contundente realidad.Las posturas ideológicas han nublado con mucha frecuencia el juicio de los periodistas y los analistas colombianos. Recuerdo vivamente el ambiente que se respiraba en Bogotá y en Caracas a principios de 2003. El editor de El Nacional, Miguel Henrique Otero, me invitó en compañía de Joaquín Villalobos, exguerrillero y brillante intelectual salvadoreño, y del exministro Fernando Cepeda, a participar en varios eventos de reflexión y debate sobre la situación política de Venezuela.Los principales voceros de la oposición del vecino país abrigaban la certeza de que el régimen chavista tenía sus días contados. La misma percepción tenían en Bogotá buena parte de los líderes políticos y formadores de opinión. Pero un examen desapasionado del arraigo que Chávez empezaba a tener en amplios sectores de la población y una mirada a las divisiones y limitaciones de la oposición permitían vislumbrar que el chavismo tendría larga vida. Después he ido una y otra vez en momentos preelectorales a Caracas y  siempre he salido de Bogotá saturado de encuestas e informaciones que vaticinan la caída de Chávez, pero esas impresiones se van esfumando a medida que transcurren los días en la capital venezolana. También en esta crisis cabe la posibilidad de equivocarse. No pocos le apuestan a una transición traumática en la que, ante la muy probable ausencia de Chávez, sus herederos se destrozan entre sí causando una gran inestabilidad en el país y en la región  y  en ese escenario de corto plazo la oposición emerge triunfante. Ya le oí decir a una prestigiosa columnista que, a pesar de su enorme habilidad, Chávez no  había podido organizar su sucesión. Todo lo contrario. Es asombroso el esfuerzo que hizo Chávez para aguantar hasta dejar instalado a Nicolás Maduro en la vicepresidencia y decirle a los venezolanos, antes de volar hacia Cuba, que deberían votar por él en unas eventuales elecciones. No es fácil encontrar a un político que antes de entrar a una batalla decisiva contra la enfermedad proclame abiertamente que la mayor probabilidad es la muerte y que en ese escenario él tiene ya un candidato para sucederlo.Será muy difícil que en las filas del Psuv alguien se atreva a contradecir esta voluntad de Chávez, y también es improbable que en la primera competencia electoral la oposición pueda derrotar a las fuerzas chavistas que han resultado más coherentes y más organizadas que las huestes de otros caudillos de la región. Quizá eso ha visto Capriles. Quizás Capriles ha comprendido que este no es su momento, pero su momento llegará. Entre tanto, sería bueno que algunos formadores de opinión en Colombia no se dejarán obnubilar por sus convicciones ideológicas y políticas a la hora de examinar la situación venezolana.