La entrada en vigor de la Ley 2232 de 2022, conocida popularmente como la ley “Chao Plásticos”, marca un hito trascendental en la historia de protección ambiental de nuestro país. Esta legislación, que fue posible gracias al trabajo que impulsamos durante varios años de la mano de varias organizaciones de la sociedad civil, sin duda plantea un desafío para transformar nuestra relación con los plásticos de un solo uso, pues nos hace un llamado urgente a la acción ciudadana por la sostenibilidad y a que todos asumamos la responsabilidad personal y colectiva de preservar nuestro entorno natural para las generaciones futuras.
A partir del 7 de julio, con la entrada en vigor de la primera fase de esta ley, la ciudadanía deberá emprender un cambio de hábitos de consumo con el propósito de reducir significativamente nuestra huella plástica, preservar nuestros ecosistemas y proteger la biodiversidad.
En esta primera etapa saldrán del mercado 8 productos plásticos desechables, entre los que se destacan las bolsas de rollo para el empaque de supermercados en las que acostumbramos empacar frutas y verduras. También saldrán de circulación las bolsas para embalar periódicos, revistas, facturas y las utilizadas en lavanderías, y la misma suerte correrán los pitillos, mezcladores, soportes de bombas para inflar, y soportes plásticos de los copitos de algodón. Muy rápidamente nos daremos cuenta de que todos esos objetos son fácilmente reemplazables y que con un simple cambio de hábitos podemos preservar algunos de nuestros ecosistemas que hoy están plagados de basura plástica.
Según cifras de Greenpeace, el consumo anual de plástico en el país asciende a 1,2 millones de toneladas, con un promedio de 24 kilogramos de plástico desperdiciados por persona. Un escándalo. Además, el 74 % de estos plásticos terminan en vertederos irregulares de basura o áreas no destinadas para su adecuado manejo, afectando ecosistemas estratégicos como humedales o manglares, y toda clase de cuerpos hídricos, incluyendo ríos y mares. Por ello, es el momento de revertir ese daño, es el momento de fomentar un cambio cultural hacia el consumo responsable a partir de nuestra ley “Chao Plásticos” y que, como colombianos, la asumamos no como una imposición arbitraria, sino como una oportunidad para lograr un cambio real de cara a la protección de nuestro planeta.
En total, la ley prohíbe 14 artículos plásticos que actualmente circulan en el mercado, que son totalmente prescindibles, que tienen una vida útil muy corta y con efectos contaminantes desastrosos.
Por esta razón, con esta norma le apostamos a la reducción de la producción y consumo de plásticos, especialmente respecto de aquellos elementos que no son necesarios y que son altamente contaminantes e invasivos. Sin embargo, la reducción debería aplicarse en general para toda la producción de plásticos, que además tiene un impacto relevante en la generación de gases de efecto invernadero. Si Colombia quiere cumplir las metas asumidas en las Conferencias de las Partes —particularmente la relacionada con la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático— y acelerar la transición energética, debería seguir asumiendo políticas en este sentido.
Hay algunas voces de la industria del plástico en nuestro país que han criticado con fuerza esta ley; hablan de empleos perdidos y de una intromisión inaceptable del Estado en las decisiones de consumo de los ciudadanos. Y francamente no pueden estar más equivocados, está claro que es una obligación del Estado proteger de manera integral los ecosistemas, sin ello no hay posibilidad material de garantizar ningún derecho. Tampoco es cierto que esta ley vaya a destruir empleos, por el contrario, es la mejor oportunidad para innovar en nuevas tecnologías que, mucho más temprano que tarde, serán las que el propio mercado demande. No ver esta oportunidad sería un flagrante error por parte de la industria.
Las verdaderas transformaciones sociales tardan tiempo, no basta con una norma, por eso el desafío mayor de esta ley será educar y concientizar a la ciudadanía sobre la importancia de saber el daño que le puede hacer al ambiente a través de los productos que consumimos día a día. Actividades simples como la reutilización de bolsas de tela, el uso de contenedores reutilizables y la preferencia por productos sin embalaje plástico, son clave para minimizar nuestra huella ambiental y proteger nuestro gran tesoro que es la biodiversidad.
El futuro no será distinto al que construyamos con las decisiones del presente, es nuestro deber entregarle a las próximas generaciones un planeta que sea compatible con la vida. Construimos un mundo de plástico sin reparos en las consecuencias. Es hora de enderezar el rumbo y dar un paso hacia adelante, el de menos plástico, más vida.