En estos tiempos de destrucción, recesión, división y miedo, Colombia se está convirtiendo, para muchos, en un país difícil de querer.

En su acostumbrada adicción a X, el presidente Petro reposteó este mensaje de alguno de sus fanáticos: “Aplauden si la reelección la hacen Bukele, Juan Manuel Santos, Álvaro Uribe, Donald Trump, Milei. Si la reelección la hace un derechista la llaman “libertad”, si lo hace un líder de izquierda le llaman dictadura. Malparidos”.

Es inevitable deducir de esta narrativa agresiva que el presidente Petro está obsesionado con generar una crisis explícita que afecte otro de los principios que soporta la democracia colombiana: la unidad nacional. Y, como si fuera poco, no se escapa a este análisis la oscura intención del actual presidente de reelegirse o extender su periodo. Detrás de todo este enredo narrativo se deja ver, de fondo, la enorme irritación que le produce que más del 60 por ciento de los colombianos evalúen su Gobierno como un desastre, se opongan a su reelección y marchen masivamente para rechazar sus reformas. Frente a su impopularidad, el líder de la galaxia recurre a lo único que le queda en medio de tanta irracionalidad, falta de técnica y de resultados: llamar “malparidos” a los colombianos que no le gustan y para los que no gobierna.

En la historia de Colombia, jamás un primer mandatario había arrastrado de forma tan tóxica y vulgar la dignidad que ostenta el cargo de presidente de Colombia. Es curioso que, en medio de este desmadre dialéctico, dirigido a menoscabar y a humillar a los que creen que el Gobierno de Petro es un desastre, aún existan tantos incautos que le copian al mandatario y lo secundan en este actuar violento, basado en un discurso de división y guerra.

Y sí, digo guerra porque el presidente de todos los colombianos, en sus discursos delirantes, alimenta la polarización y una nueva lucha de clases, convocando al pueblo (que, según él, es su “bando”) para que se levante en contra de sus enemigos (que, según él, son hartos y de toda índole: la “oligarquía” que lo quiere tumbar, los “ricos” que tanto desprecia y los “fascistas” que ve por todas partes, menos en el narcodictador Nicolás Maduro). Cuando Petro promueve en sus delirantes alocuciones que se “levanten” los pueblos en “asambleas populares constituidas”, ¿se refiere a que haya una confrontación en la que mueran ciudadanos de una misma patria?

Petro conoce bien los rincones oscuros de la mente colectiva de esta sociedad y sabe cómo manipularlos. Por eso, ha diseñado para sí un modelo de liderazgo negativo que desdeña a una parte de la sociedad, promueve la violencia, el odio, el rencor, la desobediencia institucional y una disfrazada rebeldía que, en realidad, raya a veces con la subversión y con la tolerancia al delito.

Colombia es violenta por su historia y, por ello, tremendamente compleja y desigual.

Por eso, muchos se van y salen adelante con ese empuje y capacidad de trabajo que navega en nuestro ADN. Afuera el colombiano cumple la ley y le tiene pánico a la autoridad. Pero aquí el proceder es distinto. Solo por citar un ejemplo, de miles, hace pocos días transitaba por la mal llamada “autopista” norte de Bogotá. Un ciudadano “avispado” decidió atravesar a las malas casi siete carriles, esquivando carros y causando más trancón. Sin embargo, arriba de su humanidad estaba el puente peatonal que decidió no usar para poner en riesgo su vida. Saltando entre los carros, buses, motos y bicicletas, llegó al andén del otro lado, en donde estaban tres policías recostados en una señal de “prohibido parquear”, observando la hazaña del ciudadano. No le dijeron nada. Pero, como buen colombiano, el peatón celebró “la coronada de andén” con un ataque de risa. Yo no entiendo por qué la gente en este país se ataca de la risa cuando está a punto de ser atropellada por una imprudencia vial.

Así somos. Una sociedad narcisista, en la que cada cual vive en un constante “sálvese quien pueda” y que los demás se frieguen. Escasea la empatía y su mejor reflejo se puede ver en la calle en donde todos nos encontramos. El ciclista reclama respeto, pero no respeta al peatón. El motociclista pelea contra los carros por espacio, pero, a su vez, le echa la moto al ciclista. Y así sucesivamente.

Acá el que necesita hacer una contravía no duda en hacerla y, si le toca echar reversa en una autopista, no tiene problema en hacerlo, como tampoco trepar su camioneta Land Rover en un andén de la carrera 11 con calle 85 para casi espichar a los peatones, porque los dos carros de adelante se estrellaron y el conductor del lujoso vehículo tiene afán. Sucedió así esta semana y fui testigo de esa barbaridad, mientras todos alrededor le gritaban al conductor lo que nos dijo el presidente.

Este Gobierno que prometió ser “el cambio”, con su talante maltratador, exacerba los agresivos comportamientos de la sociedad colombiana. Muchos se ilusionaron, pero casi dos años después el país entendió que es liderado por un presidente contradictorio que, por un lado, saca provecho de los defectos de nuestra sociedad y, por otro lado, pontifica en sus discursos sobre ser el defensor de la paz y la reconciliación.

Los tiempos no se auguran prósperos. El afán de todos por llegar de primeros a costa de los demás nos puede llevar a perder la libertad y la democracia. Que Petro no nos coja odiándonos, porque hasta ahora esa parece ser su principal estrategia para quedarse en el poder.