Vicky Dávila es una de las periodistas más reconocidas de nuestro país, quien ha dedicado su vida a traerles a los colombianos información verídica sobre nuestra realidad. Cubrió eventos históricos en los que se incluyen el recrudecimiento del conflicto armado y, por supuesto, los cínicos escándalos de corrupción del gobierno actual. Hace unos días, entre aplausos y lágrimas, anunció su retiro de la dirección de la revista SEMANA, llevando un mensaje de unidad y esperanza para Colombia. En ese sentido, quiero dedicarle esta columna como una muestra de mi más sincera admiración, y realizarle un pequeño homenaje que exalte el talante periodístico y humano de la mujer que tuvo la visión de darle una pluma a la juventud soñadora para poder contarle al mundo sus ideas en SEMANA.
Vicky Dávila, una mujer oriunda del municipio de Buga que no contaba con privilegios o influencias familiares, comenzó su carrera periodística como cualquier colombiano. Trabajó en el programa institucional Senado hoy y en Telepacífico; debido a su trabajo en estos medios, llegó a RCN en el año 1998. Desde ahí, su carrera fue en ascenso, participando en medios de comunicación como La FM y liderando su propio programa en La W, hasta llegar a la cúspide de su carrera periodística dirigiendo la revista SEMANA.
En su cargo como directora, logró posicionar al medio de comunicación como el más popular de Colombia y decirle sus verdades al gobierno de Gustavo Petro, actuando como la interlocutora de un pueblo cansado de la corrupción y la inseguridad. En su emotiva despedida, destacó que el éxito de la revista no fue fruto del nepotismo o del dinero, sino de la disciplina y el trabajo duro de todos los que integran el medio de comunicación, una máxima que debería ser aplicada por todo ser humano para alcanzar sus objetivos
Yo tuve la oportunidad de conocerla en un evento, aproximadamente hace dos años. Durante la velada, pude conocer a muchas personas admirables, sin embargo, nuestro encuentro fue una mera coincidencia. Mientras me aproximaba a la salida del recinto, pude reconocerla a lo lejos, junto a un cúmulo de personas que estaban conversando con ella, por lo cual, me uní al grupo de fanáticos. No obstante, algo que captó mi atención fue el carisma y el aprecio por todas las personas en el lugar, sin despreciar o ignorar a nadie, a pesar de la incomodidad que generaban algunos invitados.
También recuerdo que con nerviosismo me aproximé a ella y me presenté. En esa época, hasta ahora estaba comenzando a dar mis primeros pasos en la política y en la radio, sin embargo, y al igual que muchos estudiantes del país, carecía de un medio escrito para compartir mis ideas. Fue en ese instante que le pregunté con timidez si existía la posibilidad de poder participar, aunque fuera en una sola ocasión, en un espacio de la revista SEMANA. Con una sonrisa y una amabilidad sorpresivas ante tal petición, me respondió: “Hagamos una cosa, te voy a poner un reto. Hazme una columna de opinión sobre un tema actual, con buenos argumentos, redacción, no muy larga y entrégala el lunes”. Ante tal respuesta, quedé perplejo, le agradecí por tal oportunidad y le prometí que le iba a gustar mi columna. Una vez llegué a mi casa, me dediqué a estudiar el tema y así crear un producto que me ayudara a superar las expectativas del equipo de SEMANA.
Terminada y revisada, la columna fue entregada y afortunadamente tuvo un gran impacto en las redes sociales y en la página web del medio. Tal favorabilidad en los medios digitales me otorgó el honor de ser partícipe de esta sección tan prestigiosa de SEMANA.com, gracias a la bondad y el aprecio de una mujer visionaria y amable, que confió en un joven soñador para que pudiera contribuir a la creación de contenido digital y de opinión, en el medio más popular de toda Colombia.
En ese sentido, más que una periodista destacada, es una figura que representa el verdadero empoderamiento femenino y un ser humano grandioso, lleno de compasión y solidaridad. Por eso me tomo el atrevimiento de afirmar que, en nombre de todos los colombianos, queremos manifestarte, como decía mi abuelo: GRACIAS, GRACIAS MIL.