Colombia no tiene opción. La elección de este domingo, como ninguna otra, define las próximas décadas. Rodolfo Hernández nunca fue mi candidato, pero es el único que puede salvar al país del abismo populista de la extrema izquierda. Votar por Hernández es cuestión de supervivencia democrática.

Hernández y Petro llegaron a segunda vuelta porque eran los únicos candidatos con mensaje, banderas y objetivos precisos. Cuando Petro propone un cambio, no se refiere al gobierno, sino a un proceso que instaure un nuevo orden social, económico y político, conforme a su visión cargada de ideología, estatismo, prejuicios y extremismo de izquierda. Demoler, para imponer.

Hernández ve el cambio dentro de las reglas democráticas y el orden construido a partir de la Constitución de 1991. No pretende destruir las instituciones que se edifican sobre dicho orden, sino limpiarlas, purificarlas, hacerlas eficientes y eficaces para resolver los problemas de la gente. En vez de taras ideológicas y sectarismo, se aproxima a los problemas con pragmatismo y simplicidad.

A la izquierda le gusta posar de intelectual, complejizar todo y terminar no haciendo nada. Hernández es práctico, concreto y eficaz. Lo que se necesita.

En el método también son diferentes. Petro combina acción política y violencia. Recicla políticos corruptos e instiga el vandalismo. No tiene límites. Los escrúpulos le sobran cuando se trata de buscar el colapso del sistema en el camino a tomarse el poder. Usa las reglas de elección, pero no cree en la democracia colombiana. Y no se defiende lo que no se cree. Hernández, al contrario, cree en las instituciones democráticas; a pesar de que las critica con mordacidad, sabe que son indispensables y que el problema está más en la corrupción de quienes las integran.

“Hay que quitarles la chequera” a los corruptos, repite. En su campaña prescindió de todo lo que los ciudadanos repudian: los partidos, las alianzas, las coaliciones, las negociaciones, los acuerdos programáticos; en síntesis, de la politiquería tradicional. Esa es su virtud.

Mientras Hernández representa la laboriosidad del colombiano, el emprendimiento, la propiedad privada lograda con el esfuerzo individual, la fe en que sí se puede prosperar en este país, Petro es la voz del resentimiento de quienes están convencidos de que la propiedad privada es el mal de la sociedad y que quienes han construido patrimonio son explotadores. La obsesión es tal que el mismo candidato no habla de empresarios, a secas, sino de “empresarios honestos”. Respira lucha de clases.

Petro promete repartir la riqueza, sin generarla. Regalar los impuestos, pagados por quienes los aportan con mucho esfuerzo, a quienes sin esfuerzo quieren vivir atenidos al Estado, sin retribuirle nada a la sociedad. Hernández, en cambio, plantea una política basada en el principio constitucional de solidaridad con quienes realmente lo necesitan, pero no como regalo para mantenidos que repugna a su dignidad, sino como incentivo, estímulo, condición, que les permita surgir, producir riqueza y empujar el país adelante.

Hernández respalda a la Fuerza Pública, respeta a los soldados y policías, agradece sinceramente el cumplimiento de su misión; no obstante, ha sido directo: no estará dispuesto a tolerar corrupción en el sector de seguridad y defensa. Para Petro, la criminalización de las Fuerzas Militares y la Policía es un elemento central de su trayectoria política. Les niega la dignidad y el respeto a los soldados y policías, al tiempo que los quiere comprar, tratándolos de miserables.

Finalmente, con Petro, la certidumbre es la incertidumbre de las instituciones democráticas. Asesoró en materia económica a Hugo Chávez, lo trajo a Colombia antes de que llegara al palacio de Miraflores. En el pasado señaló el propósito de convocar una asamblea constituyente a su medida. Entre sus apoyos están Farc, ELN, Clan del Golfo, samperismo, santismo, mafias políticas de la Costa y un largo etcétera de politiqueros y corruptos. Por su parte, Hernández mandó al carajo a todos. Llegará con las manos libres a la Presidencia, sin hipotecar el presupuesto, los cargos y la libertad de decidir.

Claro que Hernández tiene lunares y hasta ronchas, pero tendrá un Congreso con una oposición fuerte, unas cortes independientes y los ojos vigilantes del mundo. Deberá tener audacia para liderar nuevos consensos, con todos, sin vetos. ¡Eso es urgente! Debemos derrotar a Petro. Esa es la prioridad.