En este país de polémica perpetua ahora el debate es si un bastón de madera es un arma o no lo es. Resulta increíble que esté bajo discusión semejante obviedad, máxime cuando el hecho de que un bastón no sea un arma cortopunzante o de fuego no enerva que pueda herir a quien se atraviese en su camino durante un ataque. De hecho, por eso mismo la minga indígena porta dichos bastones: se blanden como garrotes cuando sea preciso, o se usan como método de acordonamiento en otras.
Es difícil la lógica que pretende que un bolillo o macana de policía se considere a nivel mundial como un arma contundente, pero un bastón indígena no. Median muchas consideraciones, pero la más importante es que los bastones poseen un indudable valor simbólico para los indígenas, una connotación de homenaje y autoridad relevante para su cosmovisión. Pero la discusión no es esa.
En un video de YouTube publicado el año pasado y que puede ubicarse con el título “Minga indígena peleando con soldados”, se puede ver muy claramente el uso práctico que le dan a estos bastones en momentos de confrontación con las autoridades: como armas contundentes. Y es que podría decírsele a los que creen que los bastones indígenas son inofensivos, que se sometan a recibir un golpe de estos propinado con bastante fuerza en la cabeza, y que nos cuente después de eso si tales bastones son armas o no.
Sin ir más lejos, en Bogotá presenciamos estos bastones de mando en acción el pasado 19 de octubre, cuando indígenas que antes se habían tomado el edificio de Avianca en el centro de la capital, decidieron agredir a palazos a un par de policías indefensos que resistían bocabajo el terrible linchamiento de los indígenas.
Por eso, que cientos de integrantes de la guardia indígena hayan desfilado en formación militar en plena Plaza de Bolívar, algunos cargando los bastones de mando con el ademán de portar un fusil, debería despertar por lo menos la inquietud de cualquier demócrata. Tal hecho no es otra cosa que una intimidación directa al Congreso en plena discusión del Plan Nacional de Desarrollo. Es imposible interpretar el hecho de otra manera.
Días antes, durante su ya acostumbrado baño de “multitudes” en el balcón presidencial, Gustavo Petro lanzó una amenaza velada: o se aprueban las reformas que él hace tramitar entre baños de jalea dulce en el Congreso, o el país vivirá “una revolución”. Con pasmosa sincronía, días después la guardia indígena desfiló frente al Congreso, como bien lo dijimos, y su reivindicación era el apoyo a las reformas de Petro. Blanco es, gallina lo pone, frito se come…
El hecho no dejaría de ser un incidente menor en un país con problemas más acuciosos de no ser porque retrata la pasividad que el gobierno de Petro ha tenido con las fuerzas para-estatales afines a la izquierda: desde las declaraciones del exministro Prada sobre la “guardia campesina” que secuestró a más de 70 policías en el Caguán este año, a la que consideró “maravillosa desde el punto de vista antropológico”, hasta la defensa en bloque del performance de la guardia indígena esta semana por parte de los congresistas del Pacto, tenemos así un gobierno que cree legítimo que fuerzas ajenas al Ejército y la Policía ejerzan control territorial, por ejemplo.
Si existe un monopolio de las armas por parte del Estado, ese monopolio no debería romperse en temas como la seguridad nacional. La autonomía de los pueblos indígenas es una excepción, y resulta lamentable que Petro la manipule fuera de los denominados “territorios ancestrales” para llevarla al centro del Congreso de la República mismo.
En últimas, ese es justamente el problema: la puesta en juego de fuerzas en medio de un debate democrático. En lugar de bajarle la temperatura a la clásica polarización del país, Petro está empeñado en agudizarla. Hace parte de su ADN el suponer que la violencia engendra los cambios, y que la sangre es la partera de la Historia. Así pues, su amenaza del balcón empieza a adquirir una transparencia preocupante: con el desfile de la minga indígena armada en la Plaza de Bolívar, empezó la temida “revolución” de Petro.