Sí, yo vivo de esto, de sumergirme en cientos de páginas web diariamente, de probar infinidad de aplicaciones móviles, de seguir minuciosamente las redes sociales, los blogs y los microblogs, y de permanecer conectada con los medios digitales durante casi 10 horas diariamente.  Pero no pasa un solo día, en las últimas semanas, en que al ingresar a mi cuenta de Facebook me pregunte por qué todavía sigo hacienda parte de esta red social. Si tan solo me tomara unos minutos para reflexionar sobre lo que me aporta y lo que me quita la “gran red de amigos”, definitivamente habría cerrado mi cuenta hace mucho tiempo. Lo que al principio comenzó como una experiencia maravillosa de compartir en imágenes momentos especiales de nuestras vidas, de subir extraordinarios videos que en segundos se convertían en virales por su originalidad, o la emoción de saber noticias sobre nuestros amigos de infancia o de quienen están en el otro lado del mundo.   Hoy todo eso se esfumó y lo que encontramos ahora es un Facebook inundado de filósofos apadrinados por frasescelebres.com, de un gran número de adolescentes compartiendo su drama del día a día, de personas desnudando su intimidad abiertamente, de algunos inescrupulosos que pasan el día compartiendo chistes verdes y videos con contenido vulgar, y de las interminables burlas a políticos, religiosos o cualquier persona con ideas diferentes. Todo esto ha permitido que paulatinamente una de las compañías más grandes del mundo pierda su popularidad entre jóvenes y adultos.  Es triste saber lo perezosos y asociales que nos hemos vuelto en la vida afectiva a raíz de las facilidades de Facebook. Ya nadie llama a nadie, las conversaciones frente a frente cada vez son menos frecuentes; para muchos, la sagrada llamada del fin de semana a los papás o parientes se convirtíó en unas pocas palabras escritas en el muro.  El asistente personal “Facebook” nos recuerda que tenemos que escribirles a nuestros amigos el día de su cumpleaños -no de llamarlos- y de pronto la maravillosa red de redes se nos inundó de comentarios escuetos, algunos sin trasfondo, de videos absurdos  y de autopromoción. Pero más triste aún el narcicismo agresivo que está invadiendo a los usuarios de este medio social.  Ya no se está ingresando a la red de Zuckenberg para seguir las novedades de los amigos, sino primordialmente para revisar y editar con frecuencia el perfil personal de cada quien, de esta manera el usuario eleva el autoestima y alimenta su ego, no lo digo yo sino los úlitmos estudios realizados por investigadores de la Universidad de Illinois y la Universidad de Michigan Y ésta es sólo una de las razones para darle un “no me gusta” rotundo a Facebook, pero cuando descubro, luego de haber invertido tanto tiempo en esta plataforma, desde sus inicios en 2004, que he perdido totalmente el control de mi presencia en la red social y que Facebook no existe para ayudarnos a hacer amigos, sino para aprovechar la interacción de los usuarios y convertirla en dinero para sus clientes a costa de nuestra información personal y supuestamente privada, ya me gusta mucho menos. Quienes hemos hecho parte de la red de redes desde sus comienzos hemos venido construyendo una enorme base de datos con información valiosa sobre nosotros, nuestros amigos, familiares y conocidos. Sobre lo que nos gusta y lo que no, sobre lo que pensamos, creemos y amamos. Con esta información, Facebook y las compañías de investigación de mercado que compran datos pueden pronosticar cada vez más cosas sobre nosotros, desde productos que nos interesan hasta nuestra orientación sexual.   ¿Para qué? Para vendérsela a los verdaderos usuarios de Facebook, sus clientes, los empresarios que quieren influirnos. Y entonces, ¿qué venimos siendo nosotros? su producto y, por supuesto, sus empleados más eficientes. Cada una de las horas que pasamos en nuestros perfiles de la red social son el trabajo no remunerado que explica el valor de las acciones de Facebook. Así, permitimos que nuestra red de contactos, marcas preferidas y actividades se conviertan en dinero y poder para otros.    Hoy descubrimos que algunos gobiernos y empresas han estado explotando ampliamente esta información a su conveniencia para predecir o influir en lo que compramos, hacemos o votamos. Y cuando ya uno siente que no controla más su vida virtual y que estamos siendo explotados para generarles ingresos a otros, ya no me resulta tan atractiva.  Con lo que expreso en este espacio no intento convencer a nadie de que cierre su cuenta de Facebook, con seguridad para muchas personas esta es su única herramienta de comunicación con familiares o amigos en el exterior, o un canal de desahogo de opiniones y emociones, o simplemente su mejor compañía. Sólo intento reflexionar sobre las plataformas y herramientas web qué más me aportan y cuáles no tanto, y así reorganizar mejor mi tiempo y mi energía diariamente.  En todo caso aprovecho para compartir un enlace donde se explica cómo eliminar definitivamente, y no sólo ‘desactivar’ temporalmente, su perfil en Facebook.