Difícil borrar de la memoria aquellas imágenes, de fracciones de segundo, en que la nariz roja de la fórmula de Montoya se incrusta contra un muro faltando escasas vueltas para cruzar la meta. En un abrir y cerrar de ojos se había derrumbado el endeble castillo de ilusiones que el país había construido en torno a su nuevo ídolo: el campeonato de la Cart, su carismá-tica figura parada en el podio bañando en champaña a sus seguidores, el prometedor futuro en la Fórmula 1, las tentadoras analogías con Ayrton Senna, el orgullo nacional resarcido por la gloria del piloto_ Todo se desplomó en un santiamén. Menos para su padre, quien días antes del incidente había advertido que pese al alegre favoritismo que anunciaban los titulares "no la veía fácil". Y muy seguramente para el propio Montoya, quien más que nadie conoce la experiencia de los demás pilotos, los inesperados giros que traen las pistas, la infidelidad de la suerte a 300 kilómetros por hora y la dependencia de sus dos alter egos: el equipo y la máquina. Cuando falta todavía una carrera, no todo se derrumbó para quienes están en el mundo real, es decir viviendo en carne propia la adicción a la velocidad y sintiendo correr la adrenalina con la vibración de los motores y el olor a caucho quemado. Pero para los que estamos en Colombia, ya era demasiado tarde para tener un pie en tierra. Los éxitos de Montoya habían embarcado al país en otra efímera quimera como suele suceder cuando nuestros deportistas empiezan a triunfar en el exterior. A tal punto que el culto a la imagen y la personalidad que se ha generado alrededor de Montoya más parece del régimen estalinista que de una democracia tercermundista. Cuando aquí casi nadie sabía de carros, el automovilismo se convirtió en unos meses en el deporte nacional. Un día amanecimos con que éramos expertos en pits, chasis, alerones, y el tal Chip Ganassi se volvió más impopular que Miguel Angel Bermúdez. Tengo que confesar que a pesar de no ser aficionado al automovilismo _me parecía aburridísimo_ el vértigo colectivo de la 'montoyomanía' terminó por llevarme al sofá en las últimas cuatro carreras. Por eso lo que sucedió en el circuito de Australia, más que un accidente de Montoya, fue el estrellón de toda Colombia contra la realidad. Para ver si dejamos, de una vez por todas, de embriagarnos con los malditos triunfalismos a destiempo. Para que entendamos que no podemos endiosar prematuramente a los deportistas ni hacer castillos en el aire (¿Qué aprendimos de las lecciones de la Selección Colombia?). Para que dejemos a un lado la mentalidad parroquial que ve conspiraciones extranjeras en cada error o hecho que nos desfavorece. Y, sobre todo, para que la intensidad de nuestras emociones, cada vez más volcánicas, no nos haga perder el sentido de las proporciones. Se nos olvida que somos un país sin tradición automovilística y que la hazaña de Montoya, aun si queda en segundo lugar, es ejemplar (mejor novato, siete carreras en el bolsillo y, según los expertos, uno de los mejores pilotos del mundo. ¿Qué más se puede pedir para comenzar?).Si el joven piloto no gana no puede ahora recaer sobre sus hombros la responsabilidad de desilusionar a un país agobiado por los peores flagelos y que ha encontrado en el deporte una válvula de escape a sus dramas cotidianos. Los ídolos no se hacen de la noche a la mañana. Se necesitan generaciones de trabajo, sacrificio y formación. Pero en medio de este delirium tremens nacional, se le pide al pobre Montoya que sea el padre del automovilismo moderno. Hasta el gobierno, el Congreso y el Concejo de Bogotá, en patético oportunismo político, han aprovechado este júbilo colectivo para entregarle toda clase de cruces y condecoraciones, a sabiendas de que en Colombia el deporte _y sobre todo el automovilismo_ está abandonado a su suerte y sin un peso. ¡Qué cinismo!¿Cuándo acabaremos con la funesta costumbre de construir ídolos de barro y luego destruirlos, con la misma furia con que los creamos, si no satisfacen nuestras miopes expectativas? Montoya: ¿héroe o villano? Esperemos la última carrera el próximo 31 de octubre...Uyy, mal presagio, día de las brujas.