Para llegar a esta conclusión basta revisar el dicho y las acciones del presidente tuitero.
En la balconada del primero de mayo reconoció, pública y expresamente, su agradecimiento a sus milicias urbanas de la llamada “primera línea” por llevarlo al poder. Esta fuerza paramilitar urbana mostró en los disturbios preparatorios de 2019 y 2020 una eficacia operacional inusitada, claramente derivada de su formación por cuadros guerrilleros y su oscura financiación en la cual, sin ambages, el exsenador Bolívar, hoy candidato del gobierno a la Alcaldía de Bogotá, abiertamente participó.
La primera línea, como agrupación paramilitar al servicio de Petro, ha seguido recibiendo el respaldo incondicional del presidente con las liberaciones mediante la designación como gestores de paz de sus cabecillas en diversas ciudades del país y la creación de un fondo de financiamiento estatal mediante el cuestionado y peligroso decreto 2422 del 9 de diciembre de 2022. No hay claridad por ahora cual es el Ernst Rohm (jefe de las Camisas Pardas de Hitler) que Petro tiene para dirigir y desplegar estos comandos de guerra urbana después de la condena a 14 años de cárcel del siniestro alias 19, pero más pronto que tarde lo sabremos.
Por otra parte, menos de 3 días después del discurso de la balconada del primero de mayo y de la convocatoria hecha por Petro, arribó a la plaza de Bolívar de Bogotá lo que, sin lugar a duda, es una compañía guerrillera alegando ser una guardia indígena. Quienes se tomaron las gradas del Congreso por orden de Petro portaban sus bastones de mando a la manera de fusiles de asalto, desarrollaron su marcha con un drill paramilitar y traían el mensaje de que el nuevo Bogotazo está cerca si el Congreso de la República no se arrodilla ante Petro.
Petro se desgañitó contra el fiscal Barbosa acusándolo, con base en la perjura palabra de Guillén contra la falta de avance en las investigaciones de masacres del Clan del Golfo. Cabe preguntarse si a Petro le interesa que avancen las investigaciones para poder exonerar de ellas a los cabecillas. Porque, que yo sepa, nadie más en la sociedad y el estado colombiano, aparte de Petro, se ha sentado a manteles con el Clan del Golfo para negociar impunidades, como se probó con los pactos de la Picota.
El presidente se supera en cinismo en todos los días. Pero ¿no será que los permisos para la minería ilegal en el bajo Cauca, otorgados de manera irregular e ilegal por el Ministerio de Minas al clan del Golfo en septiembre pasado, hacían parte de los pactos de la Picota para permitirle a este grupo ampliar su control territorial y financiarse con el oro?
Y qué decir de la permisividad gubernamental con los “cercos humanitarios” de las guerrillas disfrazadas de guardias indígenas y campesinas en todo el país. El último episodio en el municipio de Santa Cruz en el Cauca en la región cocalera más poderosa del país en el Patía no borra la vergüenza del secuestro y asesinato impune de policías en San Vicente del Caguán.
No se trata en estos casos solamente de impedir el desarrollo de la misión de la fuerza pública. Se trata de consolidar, desde la presidencia de la República, la presencia territorial, las finanzas y la capacidad de reclutamiento de fuerzas paramilitares de narcos y guerrillas o de narcoguerrillas en todo el territorio, con ampliado énfasis en el departamento del Cauca y el Pacífico Sur colombiano.
Y claro la libertad total, ordenada y avalada por el comisionado de paz como jefe supremo de la fuerza pública en Colombia, para que las FARC y el ELN sigan expandiendo su presencia, sus redes de extorsión, reclutamiento y logística de narcotráfico, completan el siniestro propósito de preparar partes significativas del país para una ofensiva paramilitar, coordinada y a gran escala, que haga palidecer al bogotazo y la paro nacional armado de 2021.
El bogotazo petrista vendrá. De eso no cabe la menor duda. La pregunta es cuando y por donde empezará.
Pero Petro, a la manera de las grandes potencias globales y árabes, que juguetearon con este tipo de organizaciones y milicias paramilitares radicales y ligadas al narcotráfico, como el Estado Islámico, juega con candela. Y lo sabe. Y no le importa.
Debemos prepararnos como Nación, en la oposición, en la sociedad civil y la prensa para la posibilidad de una nueva toma de Cali y de Popayán por parte de estos cuerpos guerrilleros disfrazados de paramilitares bajo el mote de guardias indígenas y campesinas.
Estos factores de violencia, que rápidamente responden a las órdenes de presidencia, que recorren el país en buses y caravanas financiadas con recursos del Ministerio del Interior que financia a los cabildos que promueven las movilizaciones, son la nueva punta de lanza de la conquista del poder para un ecléctico grupo de subversivos que nunca han dejado de pensar en ese objetivo.
Petro se equivoca. La izquierda radical, apañada con las guerrillas y los radicalismos indígenas, no cree que Petro sea el fin ni que él represente la conquista del poder. Petro es un iluso peligroso clamando a sus tropas de asalto para que vengan a protegerlo y ungir su revolución.
Cuando los radicales indígenas, el ELN, las FARC y las mafias conviertan a Cali en la nueva Mosul de Latinoamérica, lo primero que buscarán será tomar la cabeza de Petro, a quien solo ven como un instrumento. Debemos desde ya prepararnos para la retoma del suroccidente del país que será un largo y triste trajinar de violencia y destrucción.